11

2 0 0
                                    

Axel no sabía que Esteban prefería a los hombres, sólo yo. De hecho, de todos mis amigos, Axel fue la primera persona a la que confesé mis gustos, luego fue Esteban, quien, aprovechando la ocasión, también decidió hacerlo conmigo. No, no nos acostamos una sola vez por si te lo estabas preguntando. Admito que Esteban me parecía atractivo. Sin embargo, no iba a estropear nuestra amistad por una simple calentura. No soy idiota. Hay temas exclusivos que sólo podemos hablar personas como Esteban y yo. Eso mismo decidimos hacer a la mañana siguiente en la sala de mi departamento, meses antes de que todo esto volcara hacia el desastre.

—Está enamorado de mí —me dijo—. Me ama y quiere conocerme.

—Planeaste todo para que así fuera, ¿no? No lo tenía claro entonces, pero ahora sí. Sospechaba de tus intenciones por publicar tu tonto poemario —le dije arrugando el entrecejo—. Creo que has llegado demasiado lejos. Estás obsesionado con Axel. Entiende, por favor: él no está interesado en ti. Jamás lo estará.

—Tonterías, Lalo. Claro que está interesado en mí. ¿No lo escuchaste ayer? Dijo que era su alma gemela. Me ama, pero no lo sabe aún. Cuando sepa que yo soy Jezabel, no tendrá forma de retractarse porque estaría dejando ir al amor de su vida.

—Lo que hiciste fue obcecarte por un hombre que no tiene idea de lo que sientes. Lo estuviste observando por tanto tiempo que, inconscientemente, escribiste cientos de poemas que lo describen en su esencia. Por eso pudo esclarecer todas las figuras de tu maldito rompecabezas.

—Esto no hace más que comprobar que él y yo somos el uno para el otro, que el amor de tu vida no tiene que ser necesariamente alguien del sexo opuesto. Logré lo imposible, Lalo. Admito que no lo creía así... Pero ayer, haciéndome ir a esa cena, se me abrieron los ojos. Dijo que le daba igual su preferencia sexual. ¿Por qué habría de pensar diferente conmigo?

—¡Estás demente! —exclamé iracundo— ¡Así no funciona! ¡El amor se basa en la decisión de querer a quien tú eliges, no en poemas! ¡La poesía mata el amor, siempre lo ha hecho! ¡La poesía discurre de un amor sólido y firme, no de fantasías!

—Qué obstinado eres, Lalo. Ahora entiendo por qué Néstor te dejó.

Le di un zarpazo que me acalambró la mano. Cayó al suelo y se golpeó la cabeza contra la puerta de entrada. La furia me consumía, así que lo tomé de la camisa y lo empujé contra el muro.

—¡No vuelvas a hablar de Néstor! ¡Jamás lo vuelvas a hacer! ¡No sabes nada, nadie sabe nada de lo que en verdad pasó entre nosotros!

Sangrando de la nariz, me miró con arrogancia y respondió:

«Ni siquiera tú...»

No quería tener esta conversación, así que lo eché de mi casa. Esto vaticinaba una catástrofe que, hasta hoy, no he podido superar. En ese momento tenía ganas de llorar. No quería que nadie me buscara. Quería morir. Esteban tenía razón. Me culpaba a mí mismo por lo que había pasado entre Néstor y yo.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora