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Esteban estaba a 10 páginas de completar el cuaderno. Al revisarlo, noté que estaban marcados los que ya había publicado. Tal vez en algún momento Esteban se dio cuenta de que lo que había escrito valía demasiado y que sería un error no mostrárselo al mundo. O quizá alguien se lo dijo, quién sabe. Cuando Esteban le enseñó todos sus escritos al director, éste último le rogó que los publicara en una sección del periódico. Esteban aceptó, pero con la condición de que no revelar su identidad. Eran muy personales para él. Como el señor Jiménez no quería desperdiciar la oportunidad de tener tan preciado material, llegaron a un acuerdo. A la siguiente semana, después de revisar cuestiones legales, se publicó el primer poema de Esteban titulado «Canción Animal», unos versos desgarradores que alertaron a cientos de lectores, quienes no dudaron en llamar a nuestras oficinas. Incluso yo tuve que atender varias llamadas. Esta marabunta de animales necesitados de amor propio quería conocer al misterioso escritor, pero por derechos de privacidad estábamos obligados a no decir nada al respecto. Esto no causó más que intriga y desesperación entre la gente y una suma extra de dinero en la cuenta bancaria de Esteban, quien se lucraba por toda la fama que había levantado. Lo que nadie sabía era que había escrito estos poemas para una sola persona: Axel González, su amor imposible. Era muy listo. Su poesía se destacaba porque era de libre interpretación y porque no especificaba a quién iba dirigida.

¿Era un hombre o una mujer hablando? Te tocaba a ti decidir.

Esteban todavía vivía dentro del clóset. No tenía el valor para confesarlo. Lo aterraba que se decepcionaran de él y que eso afectara su carrera como periodista. No voy a hablar de eso, pero ustedes entienden. Contesté las llamadas de muchísimas personas, la gran mayoría diciendo que estaban enamoradas de la autora, que querían conocerla y que darían lo que fuera para tener una cita. Me parece ridículo que idealicen al que se esconde detrás de sus escritos y que, al quedar desalentados por haberse dado cuenta de que no es como imaginaban, acaben hundiéndolo de la peor manera. Es cierto que un escritor pone mucho de sí mismo en lo que escribe, pero no te aproveches de eso. Una tarde antes de salir de la oficina, sonó el teléfono fijo. Estaba abrochando los botones de mi cárdigan cuando atendí.

—El Siglo, le habla el Lic. Eduardo García, ¿Con quién tengo el gusto?

«Con un viejo amigo. ¿Tendrás tiempo para una pequeña charla?»

Reconocí esa voz al tiro.

—¿Axel?

—El mismo de siempre, Lalo.

«Ja, ja, vaya, qué milagroso que hayas decidido comunicarte después de mucho, ¿dónde estás?»

«Sí, lo sé. Pues estoy en mi casa, estaba trabajando en unas reseñas ahora mismo en la computadora.»

—Ja, ja, genial. Hace mucho que no charlábamos, no desde la graduación.

«Urge tomarnos unas cheves, ¿qué te parece?»

—Me encantaría, pero sabes que ya no bebo.

«De todos modos, quiero verte. Hazme el favor, no seas gacho.»

—Está bien. ¿Sigues en la Ciudad de México?

«Todavía sigo aquí, sobreviviendo.»

—Menos mal. ¿A qué debo tu llamada, amigo? ¿Sucede algo?

«De hecho, sí. Te llamo para preguntarte por Jezabel.»

Sí, ese era el sobrenombre que Esteban eligió para sus poemas.

—No me sorprende que quieras saber de ella. Ha habido cientos de llamadas de muchísima gente queriendo averiguarlo. No había motivos para creer que tú fueras la excepción.

—¿Qué puedes decirme sobre la misteriosa autora?

«Lo siento, Axel, pero no puedo decirte nada.»

—¿Ni siquiera a quien te ayudó durante el curso de guion?

«Aprecio la treta, pero mis manos están atadas. A todo esto, ¿por qué te interesa saberlo?»

—Me tiene flechado con sus rimas.

Me quedé pasmado.

—¿Flechado?

«Sí, su poesía es maravillosa. Daría lo que sea con tal de estar cerca de ella y conocerla mejor. Tú sabes, tener una cita y compartir nuestra pasión por la literatura. ¿A poco no te gustaría que el hombre de tus sueños fuera lector de novelas?»

«Uh...»

«¿No puedes decirme siquiera si está buena?»

—Pues... sí, es... «atractiva».

«¡Ah ja! Lo sabía. Bueno, bueno, hablemos de esto cuando nos veamos. ¿Puedes ahora?»

Nunca imaginé que estaba a punto de meterme en un gran lío.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora