7

2 0 0
                                    

Tal vez estoy equivocado. Puedo expandirme, ser más descriptivo y alcanzar esas 400 páginas, o más. Mira todos los escenarios que recordé. Estoy seguro de que puedo llegar todavía más lejos y escribir un libro que me catapulte al éxito. ¿La gente advertiría mi dolor? ¿Néstor sabría que no lo he superado y que intento desahogarme escribiendo un libro? No habría razón para no pensarlo porque es cierto; pero, con eso y todo, me ofendería. No tiene sentido. Debería enfocarme en otras cosas. Ya pasó más de un año y sigo pendiente de lo que publica. Su perfil de Instagram es lo único que aparece en mis búsquedas recientes. Sé por qué me aferro tanto a él: no me dio ninguna explicación, sino desquicios. Pero como en un pueblo, ahora estoy en el exilio. Añoro las primeras veces. Me siento miserable por no haber captado las señales. Es... desastroso. No quiero que ninguno pase por esto. No se lo deseo a nadie.

Después de mucho tiempo, fui a la oficina. Necesitaba unos documentos. Antes habría encontrado un desmadre, los naufragios de una aventura frustrada sobre mi escritorio. ¿Que si me embriago? ¿Que si fumo? Por trilladas que parezcan, son buenas preguntas. Me volví un borrachito. Un alcohólico que queriendo apagar la llama del amor con mota y licor, no hizo más que agrandar el incendio. Por fortuna, lo dejé antes de perder los estribos. La gente supone que los que escribimos vivimos entre sahumerios y malos olores. Es el típico estereotipo. Pero están equivocados, al menos conmigo. Tenía pesadillas en las que Néstor me hacía cosas... siniestras e inmorales. Consecuencias de haber caído en una profunda depresión. Un día me miré al espejo y supe que la ropa ya no me quedaba como antes. Eso no lo pude aceptar y decidí cortar los hábitos. Con un poco de ejercicio y buena alimentación, todo regresó a la normalidad. Así, no tuve otra opción más que dejar que las pesadillas me agobiaran. Soportar los daños colaterales. Algo me decía que acabarían pronto, pero parecía que la copa no se vaciaría jamás. Por alguna razón, creo que es mi culpa estar tan de la mierda. ¿A quién engaño? ¡Claro que es mi culpa! Pero también es de Néstor. Aceptaba mi responsabilidad... Pero, ¿y él? ¿No sé supone que ambas partes deben sufrir lo que a cada uno le corresponde? ¿Acaso estoy cargando la responsabilidad de los dos? ¿Yo, que lo amaba cada vez más todos los días? ¿Aquel que sin escrúpulos se entregó por completo? ¿Merezco tanto sufrimiento, tanto desdén? Miro a mi alrededor y sólo hay desastre, ruinas; vestigios que yo debo recoger, que yo debo sobrellevar. ¿Así se siente haber perdido todo? Había visto a mis colegas sufrir por amor cuando mi vida era perfecta. Ahora los entiendo. No sabía de lo que estaba hablando, no ahora que lo vivo en carne propia. Sólo quisiera saber qué fue lo que llevó a Néstor a hacerme esto, porque es absurdo. Éramos felices, las fortalezas de un amor sólido, riguroso, ajeno a los malos augurios. Quisiera saber si está sufriendo igual que yo, o si por lo menos está al tanto de su equivocación.

Eso me animaría.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora