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Su nombre era Esteban. Se suicidó en su casa hace un par de meses. La historia detrás de este trágico incidente es, además de dramática, muy interesante. Permítanme que se las cuente. Tengo ese derecho dado que yo fui el que encontró el cuerpo. Esteban, un oso negro barrigón, trabajaba conmigo en el periódico. Éramos amigos. Había conseguido historias buenísimas. Comíamos juntos a la hora del almuerzo. Él me platicaba de su pasión por el arte y sobre los libros que estaba leyendo. Soñaba con ser un gran artista y publicar su propio cómic. Su creatividad era envidiable. Un día me compartió un documento para que lo revisara y le dijera mi opinión. Era un Word de 637 hojas con ortografía impecable y un estilo narrativo que no podía equiparar. No diré de qué iba la historia, pero apostaría lo que fuera a que se habría convertido en un clásico contemporáneo. Se los juro. Cuando le comenté que era excepcional y que debería enviarla a una editorial, me aclaró que esa no era su intención. Esteban quería convertirlo en una novela gráfica, como las de J.H. Blackmore. Ese archivo era únicamente el manuscrito de su proyecto. Admiro que haya podido terminar una novela tan sorprendente, pero que él mismo haya dicho que sólo era el borrador de su próximo cómic, me causó mucha envidia. Envidia profesional.

Esteban era un escritor de primer nivel. Me gusta comparar mi narrativa con la de él. Creo que es la única manera en la que puedo saber si estoy mejorando. A veces te fascina tanto lo que escribiste que no puedes creer que haya salido de ti. Eso puede ser peligroso, así que no te jactes. Parece que estoy tardando demasiado en explicar los motivos de su defunción, pero era necesario que les dijera esto porque Esteban publicaba una columna de poesía en el periódico. Al principio fue fantástico. Recibíamos correos electrónicos de muchísima gente, hombres y mujeres que adoraban su poesía. Sus versos hablaban de amores abreviados, incapaces de ser prósperos y condenados a la soledad eterna. Axel González estudió periodismo con nosotros. Era un león de melena recortada, alto y adusto, vestía propiamente y escribía artículos para una revista de literatura. Fuimos buenos amigos. Cuando nos pedían trabajar en equipo en la facultad, siempre nos juntábamos. Así sobrevivimos toda la carrera hasta las prácticas. Axel no sabía que Esteban estaba perdidamente enamorado de él. No había un solo momento en el que no estuviera observándolo, en el que no estuviera escribiendo en su cuaderno de notas numerosos poemas inspirados en su personalidad, en lo inigualable de su ser. Todo estaba contenido en esa libreta marrón que tomé el día que encontré su cuerpo colgando de la base de la lámpara de techo de su habitación antes de que llegara la policía. Esteban ocultó sus sentimientos en ese cuaderno durante la carrera. ¿Adivinan en dónde más? Sí... En el borrador de su novela gráfica. Ya pueden hacerse una idea de lo que iba el proyecto. Por fortuna, me adueñé de todas las copias del documento y de la libreta antes de que fuera demasiado tarde. No quería que nadie se enterara de eso y se iniciara una investigación en contra de Axel, quien, después de haber leído la noticia en el periódico, cayó en un gran desánimo. Esteban tenía que haber respetado su decisión, pero no fue capaz de soportar el rechazo cuando Axel le dijo que no estaba interesado en él, sino en las mujeres. Él no tenía la culpa de nada.

Ahora que conoces el contexto, te explicaré todo el rollete que hubo entre estos dos.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora