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El licenciado Zermeño, alcalde municipal de la Ciudad de México, está preocupado por la situación actual. Ha habido manifestaciones en las plazas públicas y en la zona Centro; concursos sosteniendo la fotografía de Esteban enmarcada con colores vivos por el bulevar Revolución hacia Matamoros y por el diagonal Reforma. Ahora mismo el tráfico está detenido. Suenan las bocinas a madres. Estaba de camino a la oficina, pero estoy siendo interrumpido por gritos y pancartas, puños en el aire y enfados. No hago más que sonreír, pues esto me llena de orgullo. Tomo una fotografía de lo que está pasando y se la envío al señor Jiménez diciéndole que voy a llegar tarde, que estoy atrapado en la Saltillo 400 y Revolución. Sólo lee los mensajes. Nunca contesta. Si crees que esto es lo peor, estás equivocado. Son muchos los inmuebles que están siendo pintados con aerosol, garabateados con grafitis obscenos e insultos en contra del gobierno que no hace nada por los derechos de las minorías. Los conservadores aparecieron hace unas cuantas semanas exigiendo a las autoridades que espanten a los manifestantes. Al igual que nosotros, salieron a la calle con carteles demandando el mensaje evangélico y que lo natural era tener una pareja del sexo opuesto, que así se había diseñado desde el principio. Pero eso no nos ha detenido. De hecho, nuestros desfiles llegaron hasta las afueras del Palacio Municipal en la Plaza Mayor. La gente es incapaz de tolerarlo porque ambos lugares fueron destinados como centros turísticos para actividades recreativas.

Como si eso nos importara.

Quiero aclarar que no estoy de acuerdo con el vandalismo. Me parece reprobable, pero no puedo hacerme responsable por las acciones de los demás. Lo único que hice fue darles un impulso, algo por lo que pudieran luchar. Estoy relacionado a los daños colaterales porque yo también vivo en esta ciudad, pero eso no me vuelve un cómplice. La cosa tiene una dimensión mucho más compleja. Es necesario que no pasemos esta copa, este trago amargo. Si no es así, las personas no vendrán a conciencia y seguirán renegando. A veces sueño que tenemos que morir para que las personas sigan compadeciéndose, para que entiendan que no somos distintos, que también tenemos brazos y piernas, que merecemos cariño y respeto, las mismas oportunidades para vivir. Ser felices, pues. ¿Por qué es tan difícil asimilarlo? ¿En serio cuesta tanto sobrellevar la idea de que existimos y que tenemos derecho a la vida? Nadie merece morir. Nadie tiene el derecho de decidir si mereces vivir o no. Sin embargo, algunas noches sueño que voy a morir. Tengo razones para creerlo por los comentarios que la gente me deja a diario en mis redes sociales, muchos adornados con calaveritas y fueguitos. He leído historias de personas que han sido asesinadas por acosadores de internet. Yo no quiero ser asesinado, todavía no. Tengo mucho por hacer. Mi vida aún no puede acabar. Pero esos imbéciles deseándome la muerte... ¡Pff! Quisiera no pensar en ellos. Hacen tanto ruido que a veces es difícil ignorarlos, me atrevo a decir que hasta imposible. Cuando salgo a la calle, jóvenes quieren tomarse una foto conmigo o felicitarme por haber alzado la voz. Eso no quiere decir que mi guardia esté retirada.

No.

Alguien puede llevar una pistola bajo el brazo, o un cuchillo.

Voy a parar aquí porque ya me puse nervioso.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora