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¿Alguien conoce la aplicación de Grindr para encuentros sexuales? Yo sí, pero aprendí algo hace unos años: si valoras tu dignidad, la habrás desinstalado de tu teléfono. Al menos Néstor y yo coincidimos en eso después de habernos acostado con montones de vatos en el pasado. Claro que todos tenemos impulsos. Eso lo comprendo. Sin embargo, no hay que confundirnos. Una cosa es la necesidad y otra la tentación. Recuerdo que cuando era joven miraba hacia todos lados buscando con quién y en dónde. El corazón se acelera y la sangre burbujea. En Grindr sucede lo mismo y por eso se me agotaba la batería demasiado pronto, por estar a cada rato mirando perfiles cercanos que lo único que quieren es satisfacer su morbosidad, amainar la tentación, suplir la necesidad con vicios que reviven a los pocos minutos. Eso no era para mí. No puedo decir lo mismo de Néstor, ya no. Ojo, hay que darse cuenta de que uno la está cagando. La manera en la que lo supe fue después de haber brincado de cama en cama hasta caer en lo bajo y desanimarme. Es entonces que bajas las exigencias para buscar a la persona indicada o a quien valore tus estándares; quien decida pagar el precio de tus miedos y tus fetiches. Alguien que lo primero que vea sea tu personalidad. Cuando lo hacíamos, podía sentir el deseo en su pelaje, el amor en cada uno de sus movimientos. Me acariciaba y me pedía más. Sus besos eran suaves. Yo sólo sujetaba las sábanas al sentirlos recorrer mis rincones más oscuros, mis zonas más íntimas y sensibles con esa lengua que todavía me sigue volviendo loco. El sexo era natural, correspondido, vació de dudas y pasos falsos. Lo amaba. La pasábamos maravillosamente. No quería perderlo. Platicábamos por horas sobre cualquier cosa. Les había dicho que su manera de pensar me enloquecía. Leía diario y siempre buscaba estar informado. Era sincero y radical, dos cosas difíciles de conseguir en estos lapsos tan frágiles donde ninguno es capaz de aportar relevancia.

Y es que no puedes aportar lo que no tienes.

Pero Néstor era responsable, analítico. Sabía decir frases exactas y no desperdiciaba las tardes en Netflix. Estaba ocupado todo el tiempo y aun así tenía chance de ir a mi casa a comer y quedarse a dormir conmigo. La verdad es que vivíamos el momento. Aunque lo hubiésemos hecho en una casa de papel, él habría estado contento por estar a mi lado. Poco importaba que la gente nos mirara en la calle abrazados o tomados de la mano. Estábamos enfocados en lo nuestro sin hacerle daño a nadie. No había razón para que nos lastimaran, pero eso no impedía que los tontos nos gritaran palabras inapropiadas. ¿Les cuento algo? Siempre quise que subiéramos a un árbol para mirarlo todo desde las ramas. Nos habríamos quedado allí una tarde con la Ciudad de México bajo nuestros pies. Pero este soy yo hablando. Néstor seguro pensaba otras cosas que nunca quiso decirme.

—Si en algún momento te paso fotos mías, no las subas a Twitter como tienen costumbre los pendejitos de Grindr —me dijo riéndose.

—No haría algo así jamás —respondió acurrucándose bajo mi brazo.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora