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No dormí en toda la noche. Estuve despierto hasta las 5.00 de la mañana escribiendo el reportaje. Me aseguré de cubrir casi todos los detalles para recalcar la seriedad del incidente. Si iba a entrometerme en el terreno político, debía hacerlo sin contenerme, así que guardé el archivo en mi memoria USB, lo imprimí y salí disparado hacia la oficina. Llego temprano. Soy de los primeros. Eso me da tiempo para releerlo y corregir detalles. Debía ser perfecto para que el señor Jiménez lo publicara cuanto antes. Estoy nervioso. Lo leo en voz alta. Suena de maravilla. Lo meto en una carpeta. Cierro la puerta y camino hasta su despacho. Me siento a esperarlo en las sillas del corredor. Tabaleó sobre mis muslos, muevo la pierna. Reviso mi reloj. Ya pasaron cinco minutos desde su hora de entrada. No debe tardar.

Escucho un lejano rumor al fondo del pasillo. Ahí viene platicando con el encargado de Recursos Humanos. Se despiden y se dirige hacia mí: Un gorila panzón, cincuenta y tantos, traje escarlata, maletín grafito gigantesco, zapatos de acabado recién, el trasero enorme y amorfo, el cuello grasiento y abultado. Apenas me ve, su semblante se transforma. Noto que mira el fólder bajo mi brazo. Sabe a qué he venido.

—¿Cómo está, señor? Mire, aquí tengo el reportaje de Esteban.

—Se ve muy agitado, licenciado. ¿Qué le ocurre?

—No dormí en toda la noche por escribir este informe.

El señor Jiménez se pone los lentes y abre el archivo.

—Esto ocupará toda la hoja, tal vez una parte de la que sigue. Es demasiado largo.

—Si pudiéramos hablarlo en su oficina, por favor.

Una vez dentro, comienzo a explicarle.

—No es demasiado largo, señor, es lo suficientemente extenso para atraer más lectores.

—¿No crees que estás exagerando? Puedes reducirlo, hacerlo más breve.

—¿Y hacer que pase desapercibido? Se supone que la gente debe enterarse de lo que le pasó a Esteban, de lo que sufren todos los días personas como yo, jóvenes que no pueden expresarse libremente en una sociedad tan... indiferente.

—¿Indiferente? Te oyes ridículo. ¿En qué te basas para decir eso?

—Créame, señor, usted jamás lo entendería. Tendría que ponerse en mis suelas. Yo sé que alguien de su edad sería incapaz de hacerlo. Pero yo sé de lo que hablo. Hablaré sobre lo que la gente no quiere atender. No dejaré que la muerte de Esteban haya sido en vano.

El señor Jiménez me mira seriamente.

—¿Que en qué me baso para querer decir esto? Comprendo que lo ignore, señor...

—Ah, ¿sí? ¿Y qué es lo que ignoro, Eduardo?

Enfoco toda mi atención. Mis ojos resplandecen. Mi semblante se endurece. Con la mirada envuelta en prepotencia, respondo:

—Que México es un país que todavía vive dentro del clóset.

Rojo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora