XXXVIII

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La vida podía ser sorprendentemente dulce a veces, cuando dejó al rubio éste se despidió con un 'gracias'; claro que, el ánimo le mejoró cuando le explicó que en realidad había salido a probar la camioneta, y que, entre tantas vueltas, fue que terminó allí en la universidad.

Supuso que el muchacho por el bien de su propia salud mental, decidió creerle, o pretender que lo hacía... O tal vez lo consideraba lo suficientemente idiota cómo para descartar la idea de que él lo había acosado. Es que era complicado contar todo sin sonar sospechoso.

El punto es que el carajito se bajó de buen humor, le dio las gracias y se fue sin más; él por su parte se regresó a llevarle la camioneta a su hermano, y cómo estaba de goloso, se le ocurrió la brillante idea de pedirle que si se podía quedar a descansar en una de sus mansiones y que si le podía dar el día libre.

Sergey volvió a acceder, al parecer le gustaba mimar a su hermano menor en ocasiones, no se quejaba. Estar en un jacuzzi con un televisor 8K del tamaño de la pared mientras comía caviar del más fino no era algo que se podía costear todos los días.

¿Y después de eso tirarse a dormir en la cama más cómoda que se hubiera acostado jamás? Había tocado el cielo, comprendía porque su hermano hacía lo que hacía.

Solo que, así cómo la vida puede ser dulce un día, puede ser muy amarga otro.

—Mira, si fue por utilizar la tarjeta de crédito de tu hermano sin su permiso, te notifico que ya yo me arreglé con él —hablaba mientras estaba amarrado de manos y pies, con los ojos vendados y tirado en la parte trasera de una cava cómo si fuera un saco—; o si fue por decir que los que se tiñen el pelo de blanco les pica el culo, te confieso que no pensé en ti cuando dije eso.

—Relájate, no es por nada de eso, sino que estabas tan contento porque Sergey le decía que sí a todo lo que le pidieras, que fue más divertido abducirte así.

—¿Sergey sabía de tu plan para secuestrarme? —quiso saber.

—Bueno, hay algo llamado sobre compensar; así que, en la mente de tu querido hermano, tenía sentido mimarte unos días antes de que fuéramos a una misión para que te portaras mejor —explicó Druan más que entretenido.

—Y luego se pregunta porque no confío en sus actos aleatorios de bondad —bufó—¿Puedes quitarme la venda de los ojos? No soy fanático de estar a ciegas en un camión lleno de hombres, y menos si los lidera un maniaco cómo tú.

Druan tan solo ignoró su petición y lo dejó allí tirado, por lo que él se resignó más temprano que tarde y se quedó dormido buena parte del trayecto, en realidad había despertado hacia poco en esa situación, ni idea de cuanto tiempo había pasado en realidad, algo tuvo que drogarlo en un punto para que lo pudieran movilizar cómo si nada.

Después de no soñar con nada relevante, lo despertó su primo, al fin quitándole la venda, y con una navaja cortando en un solo movimiento las cuerdas que mantenían juntas sus manos. Vio a su alrededor a la par que se quitaba la cuerda de los pies, el pelotón que los estaba acompañando, parecía ser una vaina seria porque no había ni un solo rostro familiar allí y todos tenían la mirada de estar muertos por dentro.

—¿Qué tan largo se supone que va a ser esto? —se enderezó, alzándose sobre los demás, que se fueran con sus ojos de animal reventado a intimidar a alguien más—¿Y en dónde estamos? —el ambiente se la hacía familiar, la fachada de algunas casas, la nieve que caía...

—Bueno, dos semanas —que cojones—. Y estamos en Rusia.

—¿Qué coño, Druan? ¡¿Por qué mierda estamos en Rusia?! —le gritó, zarandeando a su primo por el cuello de la chaqueta.

222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora