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En un recóndito salón desocupado del castillo de Hogwarts, Luna yacía sentada en los últimos pupitres junto a una ventana empañada por la humedad y el frío que se filtraba por los bordes. La estancia estaba llena del olor a madera vieja y polvo acumulado, con un aire helado que provocaba un ligero estremecimiento al respirar. Desde la ventana, se podía oír el susurro del viento golpeando suavemente los cristales, acompañado por el distante sonido de las campanas de la torre del reloj.

Un crujido rompió el silencio, proveniente de la puerta, y alguien más entró. Era Harry, quien había estado buscando un lugar a solas para poder tener un momento de paz. Sus pasos resonaron en el suelo de madera al adentrarse en el mismo salón desolado que alguien más ya había elegido. Al fijar la vista en el último recoveco del salón, vislumbró a la rubia, envuelta en una luz suave que entraba por la ventana. Estaba profundamente concentrada en lo que fuera que estuviera haciendo.

—¡Oh, Luna! —exclamó Harry, su voz resonando suavemente en la sala vacía.

Luna levantó la cabeza lentamente, sus grandes ojos plateados reflejando un destello de sorpresa y curiosidad.

—Hola, Harry Potter —saludo la rubia con su característica voz, devolviendo su atención a una cuenca de barro sobre la mesa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el pelinegro mientras se acercaba a Luna,y se acomodaba en uno de los asientos limitrofes. El asiento de madera emitió un leve chirrido al recibir su peso.

—Una poción — respondio sin apartar la mirada de su labor, su voz tranquila y pausada, como si estuviera hablando de algo tan cotidiano como respirar.

—¿Snape te castigó de nuevo?  Harry levanto una ceja con una mezcla de preocupación y curiosidad.

—Hm sí, pero este es un proyecto aparte —

La rubia le regaló una mirada cargada de ese enigmático brillo que siempre la caracterizaba, una mueca que para Harry era ininteligible, siempre un poco confusa, pues nunca sabía cómo interpretarla. Era como si ella viera algo en el mundo que él no podía comprender.

—¿Y qué es? —continuó indagando él, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si se esforzara por entrar en el misterioso universo de Luna.

—Es una poción —repitió ella, su tono tan sereno y desinteresado como si estuviera hablando del clima.

Harry puso los ojos en blanco, suspirando suavemente mientras el aire frío de la habitación rozaba su rostro, y continuó:

—Eso lo sé, pero ¿de qué poción se trata?

—Amortentia —admitió Luna sin filtros, mientras seguía echando ingredientes en el cuenco de barro. Un aroma dulce y embriagador empezó a llenar el aire, un perfume que parecía evocar los recuerdos más queridos y ocultos de cada persona.

Harry se quedó en silencio, su mente intentando procesar la información mientras una mezcla de olores familiares le invadía, despertando en él sensaciones cálidas y confusas. Observó a Luna con una expresión de desconcierto, esperando alguna explicación. Pronto se enderezó y se acercó aún más, tratando de averiguar qué tramaba. Después de todo, a su parecer, ella no era el tipo de chica que repartía filtros de amor a cualquiera. De hecho, nunca había parecido interesada en nada más que en buscar criaturas mágicas y alguna que otra cosa que solo ella entendía. Entre dudas, preguntó:

—Luna... ¿a quién? —sus palabras salieron en un susurro casi inaudible.

La rubia levantó la mirada, sus ojos explorando el rostro de Harry con una curiosidad casi infantil. Luego, su expresión se suavizó y esbozó una pequeña sonrisa, llena de una sabiduría inocente.

"Destino Perfumado"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora