16 . Refugio.

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Los días se desvanecían con la ligereza de un suspiro, como hojas arrastradas por el viento invernal. El frío penetraba cada rincón de Hogwarts, pero en la torre de Astronomía, un refugio silencioso los acogía, distante del bullicio del castillo. Luna y Draco habían encontrado un ritmo en sus encuentros, una coreografía sutil que ambos seguían sin haberla pactado. A veces en las primeras horas de la mañana, otras bajo el manto de estrellas de la noche, sus caminos se cruzaban en aquel lugar elevado, donde el mundo parecía detenerse solo para ellos.

Draco solía recostarse contra el muro de piedra, con un libro entre las manos, los ojos siguiendo las líneas, pero siempre conscientes de la peculiar presencia de Luna, que no podía estar quieta. La veía de reojo, siempre en movimiento, sus pasos suaves recorriendo la circunferencia de la torre como si fuera una danza, el viento enredándose en su cabello mientras sus ojos claros absorbían el paisaje invernal con una fascinación que parecía infinita. Otras veces, con la misma calma, practicaba pociones, aunque Draco sabía que la concentración no era su fuerte. Luna creía que una poción era cuestión de sentimiento más que de precisión, una filosofía que sacaba de quicio al perfeccionista que él era.

—Lovegood, si no sigues las instrucciones, no puedes esperar que funcione —le decía, su voz teñida de reproche, pero también de algo más suave, algo que ni él mismo entendía del todo.

Luna lo miraba con esa sonrisa tranquila, como si sus regaños fueran tan insignificantes como una brisa pasajera.

—Draco, las pociones no son solo ingredientes. Son como una melodía. Si no las sientes, no importa cuántos milímetros midas —musitaba, su voz tan ligera que parecía mezclarse con el viento.

Draco apretaba los dientes, intentando no perder la compostura. ¿Cómo podía ser tan... descuidada? Y, sin embargo, a pesar de lo frustrante que le resultaba esa actitud, no podía negar que había algo en ella que lo mantenía en vilo. La observaba en silencio mientras seguía mezclando ingredientes, como si no le afectaran sus palabras. Su mirada se deslizaba sobre las manos de Luna, ágiles y gráciles, preguntándose cómo alguien tan caótico podía parecer tan en control.

Justo cuando iba a reprenderla otra vez, sus dedos rozaron accidentalmente los de ella al intentar alcanzar el frasco de raíces de valeriana. El contacto fue breve, pero suficiente para que Draco sintiera un extraño escalofrío que le recorrió la columna. Retrocedió de inmediato, con el corazón acelerado, incapaz de entender por qué un simple roce le había provocado esa sensación.

—Lo siento —murmuró ella, sin inmutarse, como si el contacto hubiera sido lo más natural del mundo.

El, en cambio, sintió que algo en su interior se tambaleaba. ¿Por qué se sentía tan vulnerable ante algo tan insignificante? Apretó la mandíbula, tratando de concentrarse en el libro que tenía frente a él, pero las palabras se volvían borrosas. No entendía por qué, pero había algo en Luna que lo descolocaba. Era como si, a su lado, el escudo que llevaba toda la vida manteniendo comenzara a agrietarse.

Había una pugna constante entre ellos. Él, tan rígido en su lógica, y ella, tan libre en su mundo de metáforas y símbolos. Pero, de alguna manera, esas diferencias no los alejaban. Al contrario, parecían acercarlos, como si en la tensión de sus desacuerdos se encontrara un equilibrio perfecto.

Luna había descubierto cosas de Draco que nadie más sabía, y Draco, a su vez, había llegado a conocer los rincones más escondidos de Luna. Sabía, por ejemplo, que ella dibujaba con una destreza impresionante. Sus cuadernos estaban llenos de criaturas fantásticas y rostros que conocía bien. Un día, mientras hojeaba uno de esos cuadernos, se topó con un retrato de Harry Potter, tan realista que casi podía sentir la mirada desafiante del chico que tanto detestaba.

Draco frunció el ceño al ver la imagen de su enemigo plasmada con tanto cuidado.

—¿Por qué dibujas a Potter con tanto detalle? —murmuró casi con asco al pronunciar el apellido del susodicho, incapaz de ocultar la punzada de celos que se instalaba en su pecho, aunque lo disimulaba con una mueca de indiferencia.

Luna, que en ese momento estaba inclinada sobre una poción que burbujeaba de forma errática, le lanzó una mirada suave.

—Es mi amigo, y creo que los rostros cuentan historias. Incluso el tuyo, Draco.

El sonido de su nombre en sus labios lo hizo detenerse un segundo. No era solo la familiaridad con la que lo pronunciaba, sino la manera en que sus ojos lo observaban. No como alguien que lo juzgaba, sino como quien veía más allá de lo que otros percibían. Había algo desarmante en la intensidad de la mirada de Luna, una calidez que lo envolvía sin advertencia, dejándolo sin palabras.

Draco apartó la mirada, incómodo, pero no pudo evitar sentir una leve corriente de calor en su pecho. ¿Por qué sentía que esa misma mirada lo había estado sosteniendo en silencio todo este tiempo? Como si, sin saberlo, hubiera estado esperando que alguien lo viera de la manera en que Luna lo veía, sin juicios, sin expectativas, solo... a él.

A su vez, Luna había comenzado a notar pequeños gestos en Draco que nadie más parecía ver. Sabía que, a pesar de su porte orgulloso, había momentos en los que él simplemente se dejaba llevar por el cansancio. Dormía siestas breves en la torre, cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de un dorado suave. Ella solía cantar en voz baja, melodías que ni siquiera recordaba de dónde venían, pero que llenaban el aire con una sensación de quietud. A veces, se detenía a observarlo, su perfil relajado, los párpados cerrados, las líneas de su rostro suavizadas por el sueño. Y, por alguna razón, esas pequeñas vulnerabilidades de Draco lo hacían aún más interesante.

En uno de esos momentos, cuando Draco despertó de una de sus siestas, encontró los ojos de Luna sobre él, serenos, como siempre. No dijo nada, solo le dedicó una pequeña sonrisa que, por alguna razón, lo hizo sentir más expuesto que cualquier comentario sarcástico que hubiera recibido en su vida. Y aunque quería apartar la mirada, esa conexión invisible que sentía con ella lo mantenía anclado, atrapado en el plata grisaceo profundo de sus ojos.

El viento seguía soplando, inclemente, pero en la torre de Astronomía, el frío no parecía tener el mismo efecto. Allí, en ese rincón apartado, existía algo cálido entre ellos, algo que, aunque ninguno se atreviera a nombrarlo, empezaba a envolverlos con la suavidad de un susurro apenas audible. Cada mirada, cada palabra, y cada momento compartido parecía acercarlos un poco más, como si la distancia entre ambos fuera solo una ilusión.

Una tarde, en un salón olvidado y cubierto de polvo en las mazmorras, Luna prácticamente le encajó las espectrogafas a Draco en la cara, como si fuera un experimento necesario. Él bufó, tratando de parecer molesto, aunque sabía que resistirse era inútil. Siempre lo era con Luna.

—¿Qué se supone que estoy viendo? —preguntó con desdén, mientras Luna señalaba hacia la rendija de una ventana estrecha.

A través del vidrio sucio, vieron al profesor Snape cruzar el patio, con su capa flotando detrás de él como un murciélago malhumorado. Draco, aún con las gafas puestas, entrecerró los ojos, y entonces lo vio. Por encima de la cabeza de Snape, flotando como si fuera lo más normal del mundo, había una especie de criaturas diminutas, parecidas a insectos, danzando en círculos sobre su lustroso cabello aceitoso.

Draco parpadeó rápidamente, como si con eso pudiera ahuyentar la visión. Pero las criaturas seguían ahí, revoloteando como si tuvieran algún oscuro propósito que solo ellas conocían.

—Definitivamente he perdido la cabeza... —pensó, quitándose las gafas de un tirón y lanzándolas sobre la mesa.

Miró de reojo a Luna, quien observaba la escena con una expresión de calma absoluta, como si las criaturas invisibles fueran parte del paisaje cotidiano. Draco se frotó los ojos, intentando recuperar algo de cordura.

—Tal vez... la locura sea contagiosa —pensó, medio convencido de que pasar tanto tiempo con Luna Lovegood le estaba reescribiendo las reglas de la realidad.

Y por primera vez, no estaba del todo seguro de querer volver a la normalidad.

"Destino Perfumado"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora