capítulo 4

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Capítulo 4


Adalberto llegó a su residencia agotado de un largo día de trabajo esperando poder dar una explicación por su demora. Al mirar que la puerta estaba abierta de par en par imaginó que algo pasaba dentro, Ana María nunca dejaba las puertas abiertas. Entró, pero no encontró a nadie y eso le preocupó porque en el hipotético caso de que hubiera salido por ella misma la puerta igualmente estaría cerrada. Aún más insólito era el hecho de que la mesa estaba perfectamente puesta y la cena esperando a ser servida. ¿Por qué?

El joven salió fuera de la residencia a preguntarle al vecino del frente si vio salir a su esposa, éste le indicó que se fue con tres hombres y le dio la descripción de cada uno. Al instante, su expresión cambió de preocupación a desespero y salió de inmediato en búsqueda de los guardias del pueblo que se desplegaron por todo el lugar para tratar de encontrar a la mujer. Adalberto por su parte se fue directo a donde pensaba que podría encontrarla: a su nueva casa. Le acompañaron dos hombres de la guardia armados para prevenir cualquier incidente.

Al llegar la puerta de la casa estaba abierta, dentro había sangre en el suelo y el rastro se perdía en medio de la calle. Hasta ese momento Adalberto se había controlado, pero ya no pudo más y llegó al punto de casi ceder a las lágrimas que no dejó salir para evitar que se burlasen de él. Ya era casi de noche y habían olvidado encender las antorchas para iluminar aquella parte, se tomaron un tiempo para hacerlo y poder continuar el trayecto. Siguieron caminando buscando señales y de la nada apareció ante sus ojos un pequeño rastro de sangre y, en una rama al borde de la calle en dirección al terreno en bajada, un encaje rosa de flores que Adalberto conocía muy bien pues pertenecía al vestido favorito de su esposa.

Se agachó y aferró al trozo de encaje como si fuera su última esperanza mirando hacia la oscuridad que se avecinaba bajando el terreno. Su corazón latió tan fuerte que lo sintió como un golpe apretado en su pecho, de verdad le asustaba pensar qué le había ocurrido a Ana María y a su hijo. Temía encontrarse con su esposa herida o mucho peor, dar sólo con su cadáver. Sus ojos se volvieron llorosos una vez más y soltó un pequeño gemido de dolor apretando el puño con el encaje. Uno de los guardias se acercó y le dio un par de palmadas en su hombro.

— Mi señor, con todo respeto, creo que deberíamos continuar.

Sin pensarlo dos veces los tres hombres se dispersaron en diferentes direcciones para abarcar más rápido el terreno. Fue bajando poco a poco con su antorcha tratando de ver si encontraba algún rastro de ella, caminó hasta llegar al río sin éxito alguno. Gracias a Dios que nadie lo seguía porque estando allí solo dejó salir todo su sentimiento y comenzó a llorar de manera desgarradora por la culpa que sentía de dejarla sola en medio del caos que se vivía. Él no estaba ignorante ante los rumores que corrían y su esposa sospechaba. Quería devolver el tiempo, pero ya no podía, no tenía más opción que buscarla así fuera para encontrar su cuerpo. Sintió como todas sus ilusiones en cuestión de segundos le abandonaban y quedaba él y su respiración y por eso estaba decidido a hacerle pagar a los responsables a quienes conocía muy bien.

Luego de un rato siguió caminando junto a la corriente a ver si en la orilla encontraba algo. Capaz los inhumanos que habían hecho semejante cosa habían tenido la gran consideración de dejarle como regalo la cabeza de su mujer. Una luz se asomó entre la oscuridad captando su atención y a medida que se acercaba aparecían más luces que se encendían y se apagaban como luciérnagas siendo mayor en tamaño a una normal, tanto que se veían desde lejos. Él quería acercarse a ver qué era, pero un sonido surgió de la oscuridad. Parecía ser un animal, uno grande, así que se detuvo de golpe, observó con atención la escena y se percató de que las luces se acercaban y parecían estar a la mitad del río flotando. El sonido se escuchó por segunda vez dejando claro que no era un animal y esta vez Adalberto se dio cuenta de que el ruido provenía directamente de donde estaban las luces.

La verdad del Jordán, el informeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora