Capítulo 8
Ana seguía feliz por tener a su niño en sus brazos, lo amamantaba con frecuencia, lo acariciaba y jugaba mucho con él. Estaba tan fascinada por el hecho de ser madre que los meses se le pasaban volando. El pequeño ya pasaba el año, crecía rápido y con una muy buena salud. El afortunado padre, Adalberto, no podría estar más orgulloso de que su hijo ya hablara con claridad, en parte también a los esfuerzos de Ana María por estimularlo desde temprana edad. Éste viajaba casi todas las semanas a los diferentes pueblos a llevarles el agua milagrosa para curar a los enfermos, cada vez prosperaba más su fama y su dinero pues la gente estaba dispuesta a pagar lo que fuera por sanarse. Por todo aquel territorio se contaba la efectividad de esa medicina, pero nadie se interesaba en preguntar en por qué esta "agua milagrosa" no tenía efectividad sin que estuviese preparada con lo demás. ¿Qué le ponía? Nadie lo sabía, la fórmula secreta seguiría siendo secreta hasta que Adalberto se fuera a la tumba. Su esposa Ana María por el contrario sí se lo preguntaba, quería saber qué cosa podría ser tan curativa, pero no se atrevía a recibir esas explicaciones aún, prefería dejarlo en manos de Adalberto pues según ella, algún día él le contaría. En casa se dedicaba a vigilar a los guanes que trabajaban allí, cuidar a su hijo, tejer y coser, pero más que todo eso leer los libros que tenía en casa. Cada vez Adalberto traía más, tantos que se hizo una pequeña biblioteca para ella sola.
Un día por la tarde estaba debajo de un árbol tranquilamente haciéndole una bonita capa a su esposo para que cuando saliera se acordara de ella. Le estaba bordando las insignias de Sevilla y del reino de Castilla, algunas figuras muy bonitas de la época y flores nativas del Jordán que veía a menudo. En eso ve a lo lejos, del otro lado del río, a uno de los sirvientes indígenas de su casa discutir con otro indígena que parecía pertenecer a otra tribu guane. Al cabo de unos minutos éste regresó a su casa y ella sin dudarlo lo abordó.
— Eh, tú, ¿qué ha pasado?
El joven guane la miró un poco disgustado por la discusión.
— Somos pocos y ahora las tribus se acusan diciendo que los blancos nos controlan, algunos han abandonado nuestra religión y actúan diferente. Cuando adoramos a nuestro dios Cuchavira se apartan y han creado sus propias tribus.
—Deberíais estar unidos, vosotros juntos antes habéis resistido mucho a la presión.
— Ya no hay unidad mi señora, ahora dicen que los que se curaron de enfermedades gracias a los blancos somos diferentes.
Esto se le hizo muy extraño a Ana María, pero trataba de entender ya que siempre hubo enemistad entre los dos bandos. Ahora hasta los indígenas estaban divididos, sin duda la medicina de Adalberto y Bartolomé trajo problemas. Igual no le dio mucha cabeza, cosas de indios. Ella se despidió del muchacho quien cambió a una expresión de indiferencia. Siguió bordando tranquila su capa, se imaginaba el momento en el que Adalberto regresaría, seguramente ese mismo día antes de anochecer. Antes de entrar a su casa se topó con la vecina quien le contó que su esposo era guardia, a oídos de los españoles esto no tenía importancia pues cualquier disputa que se armaba entre los guanes siempre tendían a culparles, los esclavistas ya estaban hartos de las acusaciones. Ana solo le agradeció a la mujer por la información y entró a la casa a arreglar a su pequeño para recibir a Adalberto. Llegó casi en la penumbra de la noche, silenciosamente entró, pero el ruido no se hizo esperar.
— Buenas noch...
Ana lo calló con un beso, tenía varios días sin verlo. Después de eso lo miró con ternura mientras el bebé que tenía en brazos se reía con felicidad al contemplar a su padre. Él lo cargó alegremente.
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La verdad del Jordán, el informe
Science FictionEn un país lleno de guerras, violencia y secretos, surge un informe que podría cambiarlo todo. Un informe que ha sido cuidadosamente guardado, ocultado de las miradas curiosas, hasta ahora. Este recopila toda la información de la gran investigación...