capítulo 14

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Capítulo 14


Después de llorar desconsolada frente a la entrada del sótano y ver cómo las llamas se apagaban, un sonido de piedras chocándose le causó sorpresa. Las llamas sorpresivamente se extinguieron en unos instantes luego de aquel sonido. Se dirigió nuevamente abajo, a la pared del fondo observando que en esta había un estante, lo rodó dejándola al descubierto. A simple vista todo era ordinario, no había nada extraño excepto porque la pared comenzó a moverse sola. Al igual que cuando descubrió las escaleras, recibió solo la oscuridad como bienvenida. Era un túnel, su piel se erizó, ¿qué otros secretos podían esconder su casa? A estas alturas ya nada se le hacía imposible. Se preguntaba hasta donde llegaría aquel túnel, cuál era su final o si es que no tenía. De repente, una luz se encendió muy al fondo de color azul y dejó ver una silueta tan lejana que no pudo distinguir de qué se trataba. De repente pudo notar que aquella sombra parecía correr con 4 patas y venía en dirección hacia ella. El terror la invadió aún más tratando de paralizarla, pero se dio la vuelta de inmediato. La pared se volvió a cerrar por sí misma a sus espaldas mientras ella subía golpeando con cada paso y al llegar arriba tiró la placa metálica que cubría el sótano.

Creyó que finalmente se había vuelto loca, las luces azules no existían a menos de que fuera ese el espíritu que la atormentaba día y noche quien le hizo imaginar aquello. Tal vez eso se había apoderado de Adalberto o que él mismo lo invocaba. ¿Cómo es que en todo ese tiempo jamás supo que eso estaba debajo de su casa? Salió temblando de ahí hasta la habitación de su hija, sentía sus piernas flaquear y su cuerpo caer. Cayó al suelo tratando de recuperar aire, quería calmarse, pensar en qué era lo que sucedía y encarar a su esposo una vez más.

Los sonidos de disparos y gritos llenaron sus oídos, pero ya no provenían del sótano sino de afuera. Alarmada fue a buscar a su hija la cual encontró llorando aturdida en el suelo. En ese momento agradeció muchísimo que se desarrollara rápido, al menos logró quitarse de la ventana antes de que pudiera pasarle algo. Se dirigió a la sala y se asomó con cuidado por una de las ventanas para revisar si era seguro salir o entender qué ocurría. Los jefes del pueblo corrían en sus caballos gritando y diciendo a todos que se guardaran en sus casas porque había disturbios, según ellos, porque los guanes restantes estaban peleando contra los esclavistas para liberarse y no pagar tributo. Vio a algunos indígenas corriendo por ahí escondiéndose entre la maleza, esto no le cuadró para nada con la versión dada por los hombres.

— Necesitamos entrar, Ana María. ¿Podrías dejarnos pasar?

Seguido tocaron su puerta con fuerza como si quisieran arrancarla de su lugar, era el Padre Agustín con dos hombres más. Ella no abrió la puerta pues algo no le parecía bien.

— Sé que estás ahí Ana María, puedo escucharte respirar.

Su corazón casi se paralizó al oírlo mencionar eso como si fuera posible escuchar algo sobre todo el bullicio.

— ¿Sucede algo Padre?

— Déjame entrar. —Le ordenó.

— No puedo hacerlo ahora mismo, me disculpará...

— ¡Déjame entrar! —Gritó y golpeó la puerta con enojo— ¡Hereje! ¡Vosotros sois los culpables de esta situación!

— ¿Qué dice? Si no tengo idea de qué es lo que está sucediendo.

— ¡Mentirosa! ¡Fuisteis cómplices de la rebelión contra la iglesia y ahora van a pagar por eso!

Su voz se tornó muy oscura y distorsionada, como si fueran dos personas en una. Siguió golpeando con fuerza la puerta y lanzado amenazas en su contra y la de Adalberto lo cual le dio tiempo a Ana María de buscar un lugar donde esconderse con su hija. Uno de los hombres que acompañaba al Padre se dio cuenta al mirar por la ventana. Ella aterrorizada alcanzó a ver cómo sin pensarlo el hombre se lanzó y rompió la ventana con su cuerpo recibiendo el impacto en su cabeza, trató de entrar sin éxito alguno quedando estancado pues aquella ventana era alta. Los disparos aumentaron todavía más y entraron por la ventana dándole en uno de sus hombros. Cayó al suelo y gimió de dolor, sus oídos martillaban con fuerza y el dolor se expandió por todo su brazo. Se percató de que no tenía a la niña consigo y revisó a su alrededor en busca de ella, vio una sombra pequeña caminando y sorprendida vio que Teresa caminaba. Lento, pero lo hacía y se dirigía hacia ella con una cara de preocupación. Una de las pocas veces que veía expresión en su rostro.

La verdad del Jordán, el informeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora