Capítulo 17
Más o menos una hora después, los caballos frenaron al encontrar un caserío en medio de las montañas cubierto de niebla por el frío del lugar. Ya era de tarde, todavía había sol, pero no el suficiente para sentir caliente la zona. La calma invadía aquella comunidad, se veía poca gente andando. Le agradaba saber que, al menos allí, los españoles parecían no haber impuesto sus reglas aún o tal vez les permitieron conservar sus estructuras tradicionales a los guanes. Tanto indígenas como españoles parecían vivir en paz.
Aquellos indígenas vestían su ropa tradicional larga y mantenían sus casas hechas con materiales que obtuvieron de las montañas. Cargó a su niña y bajó de los caballos dejando al descubierto su ropa rota, sucia y cabello enmarañado además de una niña herida. Observó las únicas dos calles empedradas del pueblo vacías, dos o tres personas caminando lo cual se le hizo extraño para la cantidad de casas que notaba a simple vista. A su derecha notó como alguien se le quedó mirando fijamente y un escalofrío le corrió de pies a cabeza, no era posible que allí también tuvieran la misma conducta. Caminó vagando por ahí perdida y en cada lugar donde encontraba a alguien, la observaban como si se tratara de un espectáculo.
— Señorita, ¿qué hace aquí? —Preguntó una mujer a sus espaldas— Es peligroso estar afuera.
La señora mayor española, canosa, delgada con una tez pálida y ojos cansados se acercaba a ella muy rápido.
— ¿Qué está pasando? ¿También aquí enloqueció la gente?
La señora la miró asustada.
— No diga eso en la mitad de la calle. Vamos, acompáñeme a mi casa.
La casa era pequeña y quedaba a solo unos metros de allí, ella pasó y dentro se encontró con varios colonos que por sus facciones no parecían ser familia. La invitaron a sentarse y le ofrecieron un pequeño sillón a la niña que estaba punto de dormirse de nuevo. Ana notaba que aquella mujer la miraba con detenimiento, como analizando algo.
— ¿Tu eres Ana María? ¿La esposa de Adalberto, el médico de Sube? —Preguntó la mujer.
— Sí.
— Es un gusto conocerla. Él me trató, soy la señora Candelaria.
Ese nombre le sonaba de algo, pero no sabía de qué.
— También es un gusto conocerla, me alegra saber que está agradecida con mi esposo. —Respondió Ana María con una sonrisa.
— Él es un muy buen hombre, me agrada que por fin hayan podido salir de aquel maligno lugar.
Ana se quedó en silencio meditando en la situación, tal vez esa mujer también había huido de las revueltas. Pero no solo de eso, también de la extraña presencia que la había atacado.
— ¿Dice usted que es maligno?
Candelaria cambió su expresión alegre a una de pesar.
— Permítame contarle mi historia.
La señora se sentó junto a ella y comenzó.
— Adalberto era un aprendiz joven cuando lo conocí, estaba enferma de cólera y estuve a punto de morir. El señor Bartolomé, que en paz descanse, me trató varias veces y siempre volvía a enfermarme, pero aquel día ese muchacho llegó sólo y me dio una medicina diferente a todas las anteriores.
Ana María estaba atando cabos y por lo visto la historia no terminaría bien, al menos eso pensó.
— Luego de curarme mi esposo se enfermó de cólera y Bartolomé le dio medicina regularmente, eso hizo que cambiara su forma de hablar y actuar, incluso su rutina. Llegó tan lejos que pensó en medicar a nuestros hijos así que me contó que iba a colocarles un trapo contaminado con tuberculosis en la nariz mientras dormían.
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La verdad del Jordán, el informe
Science FictionEn un país lleno de guerras, violencia y secretos, surge un informe que podría cambiarlo todo. Un informe que ha sido cuidadosamente guardado, ocultado de las miradas curiosas, hasta ahora. Este recopila toda la información de la gran investigación...