capítulo 11

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Capítulo 11


Alejandro estaba solo en casa relajándose y evitando pensar en todo el estrés que habían vivido por la muerte de su hermana. Sus padres habían salido juntos porque Ana María necesitaba tomar aire y despejarse un poco. Era notorio que estar en la casa le estaba haciendo mucho daño pues siempre que veía el lugar del parto le recordaba la muerte de la niña, sumando a eso todas las cosas que venían ocurriendo desde antes. En algún punto el joven había considerado que tal vez los espíritus habían influenciado en la muerte de la bebé como venganza ya que su padre no pudiese salvar la vida a pesar de sus esfuerzos como médico. No obstante, otro problema al salir era que la gente del pueblo criticaba demasiado a su familia y a él le trataban como un fenómeno. Por esta razón Alejandro realmente ponía en duda hasta qué punto su madre iba a lograr "despejarse" afuera, muy probablemente iban a rodearse de un montón de comentarios sin sentido. Como sea que fuere, aprovechó bien el tiempo y se puso a dibujar un retrato.

Mientras lo hacía se acordaba de aquella joven que tanto le gustaba. Recientemente les había dicho a sus padres con algo de miedo y temblando puesto que se trataba de una indígena y pensaba que iban a regañarlo por eso, pero no resultó así. Al final le animaron a que se le declarara si era de su gusto, pero esperara un tiempo a ser más maduro para tomar la seria responsabilidad de casarse. Sara, quien era española e hija de la vecina Gertrudis, le había gustado antes, pero esta lo acusó de hereje y otras cosas más al ver que tenía compasión por los guanes y que sus creencias religiosas distaban del catolicismo tradicional. La ola de odio que esto generó hizo incluso que muchos jóvenes lo golpearan hasta el cansancio ya que un engendro no podía quedarse con una joven honorable como ella. Hasta ese momento no había sido capaz de confesar a sus padres que el maltrato que recibía era principalmente por eso, de hecho, no les había dicho a sus padres de los golpes. Los mayores hasta le habían tachado de menos hombre ya que luego de esa vez no fue capaz de acercarse a otras mujeres por miedo al rechazo, hasta que apareció Agatá frente a sus ojos. El joven inmerso en sus buenas dotes de dibujo pensaba regalarle el retrato al igual que habían hecho con su madre.

Sus padres se estaban demorando, ya el cielo había oscurecido bastante. El azul era muy vago y las nubes eran las que decoraban el atardecer. Encendió las antorchas y velas de la casa para iluminarla, los sirvientes se habían ido temprano ese día pues, aunque ya no vivían allí llegaban en el día y se iban durante la noche. De hecho, se habían estado yendo temprano desde lo sucedido con su hermana. En su hogar sucedían muchas cosas sin una aparente explicación y que se salían de la lógica humana como esa, por ejemplo. Pasando una crisis y ellos dejándoles, ahora era cuando más necesitaban compañía.

Algo se cayó y se rompió dentro del cuarto privado de Adalberto. El estruendo fue grande y sin posibilidad de ignorarlo, así que Alejandro emprendió su camino para limpiar lo que se había caído alterado y con miedo de que fuera una de las tantas lámparas pues se podría incendiar la casa. Cuando iba pasando veía todos los lugares donde su madre tenía velas e imágenes religiosas que era casi toda la casa, un acto que le asustaba. Podía ser creyente, pero no estaba de acuerdo con la idea de tener objetos de protección porque si Dios era el ser más poderoso del universo con su compañía bastaba. ¿Por qué necesitarían algo más? En ese aspecto a veces creía que la iglesia y el Padre Agustín se aprovechaban de la ingenuidad de las personas, pero no decía nada por respeto a su madre que la estaba pasando muy mal. Las velas le ayudaban a reconfortarse, más que un signo de protección eran algo que significaba esperanza para ella.

Al llegar observó con detenimiento el lugar de trabajo de su padre, retrocedió un paso hacia atrás sin saber qué hacer. Tenía miedo de entrar, pero se armó de valor y lo hizo. No encontró ni un rastro de los ratones en aquel cuarto y tampoco algo que haya podido ser causa de movimiento como para que se rompiera una de las vasijas que él tenía puesta en su mesón. La vasija estaba llena de cosas metálicas así que a lo mejor el peso la fracturó por dentro y se desmoronó. Notó que se trataba de la vasija que Ana María hizo para Adalberto caracterizada por tener un girasol, una planta que nunca había visto en su vida, pintada en el frente. Sonrío de rostro a la pieza rota con el dibujo, se sentía orgulloso de tener una madre que supiera hacerlo. En el Jordán pocas personas aprendían aquel arte y las vasijas más caras solían ser importadas.

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