capítulo 12

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Capítulo 12


Teresa, ese fue el nombre que le acuñaron a su pequeña hija. Era idéntica a su madre en cuanto a facciones y su piel morena, aunque más clara, se parecía a la de su padre. Ana María, aunque estaba feliz por el nacimiento de su hija, notaba que a medida que crecía era más extraña que su primer hijo. Siempre la miraba fijamente y no lloraba, se golpeaba y parecía no afectarle. Nunca expresaba nada y eso no era normal para una criatura tan pequeña como ella. A esa edad lo único que los niños sabían hacer era patalear y gritar por todo, pero Teresa no. Le encantaba el silencio, la serenidad y el asustar a su madre con sus miradas y su comportamiento estrambótico. Otra vez se estaba repitiendo ese ciclo donde ella sospechaba cosas, pero ahora no sabía si contarle a Adalberto o no porque podía acuñarle tener una fijación mental por todo lo que había acontecido en su familia. De igual manera, su obstinación la llevó a hablar con él un día que cenaban juntos.

Adalberto llegó temprano a su casa aquella tarde y la encontró sola, seguramente Ana María había llevado a pasear a la bebé. Se metió en su habitación para meditar en una creciente preocupación que le golpeaba la cabeza. La actitud de su esposa se estaba reduciendo a una dualidad: o estaba feliz con la bebé o se mostraba despavorida por ratos. Salía de la habitación con el pulso en la garganta y voz temblorosa. No entendía qué podía estar saliendo mal con la niña si desde los primeros meses todo se dio bien, se llevaba a Teresa a todas partes y en la calle la felicitaban por su nueva hija. ¿En qué momento se había ido esa alegría de su vida? Si bien no faltaban los comentarios imprudentes de las personas que la acusaban de casarse con un hombre viudo por dinero, a ella no le importaban. A esas alturas, casi 20 años después de su llegada al Jordán no quedaba ninguno de los colonos originales y dado que ya había rumores corriendo nadie creía que ella fuera la primera esposa de Adalberto, menos sabiendo la edad de su hijo fallecido. Sin embargo, él sabía muy bien que, aunque ella aparentara no estar afectada sí lo estaba. Era lo que trataba de averiguar, pero Ana María no estaba dispuesta a comentárselo.

— Me alegra que estés más presente en casa, incluso te veo más relajado. —Dijo ella para comenzar la conversación— Ahora puedes pasar más tiempo con la niña y verla crecer.

— Espero que esta vez las cosas sí salgan bien.

— Ya verás que sí. Más que todo si nos esforzamos por entenderla mejor. —Agregó ella— ¿Para ti Teresa es normal?

Adalberto paró de comer unos segundos después que ella le hizo la pregunta, estaba convencido de que Ana María padecía algún trauma porque cualquier cosa le parecía sospechosa en vez de centrarse en que habían vuelto a tener una familia de tres. Ella pudo ver cómo él analizaba lo que acababa de escuchar para saber cómo responderle.

— Sí, es una bebé Ana. Además, cada uno se desarrolla diferente, sea más rápido o más lento.

— Es que está creciendo más rápido que Alejandro. —Expresó con preocupación.

— ¿Y qué de extraño tendría eso? —Le preguntó de vuelta.

Se sintió estúpida por haber hecho aquella intervención, la conversación no iba a llevar a nada por lo que prefirió desistir y dejar el tema quieto.

— A lo mejor estoy inventando cosas. —Respondió ella un par de minutos después.

— No, Ana. No estoy diciendo eso, ven...

Adalberto trató de disculparse con ella, pero se retiró antes y se fue a su habitación. Consigo se llevó a su hija a la que había terminado de alimentar también. Esa noche no cruzaron palabras de ningún tipo entre ellos por la incomodidad que sentían. El hombre hizo un recorrido mental y para cuando terminó de recordar aquel día, sentía que se iba a volver loco. Alejandro fue el hijo de una mujer que jamás se enfermó durante su embarazo, jamás le faltó nada ni padeció de alguna condición que pudo pasar a sus nietos a excepción de obviamente el crecer más rápido. Su salud era más completa, mejorada a más no poder y si su hija era igual debería estar agradecida, ¿o es que quería que Teresa fuera como los demás? Con mocos, rabietas, gripe y otras cosas típicas de bebés. Tampoco le encontraba sentido a que quisiera a un niño así, en el pueblo conocía muy bien casos de madres que estaban empecinadas con hacer de su hijo el mejor porque sabían leer más que el resto, se vestían más lindo, con rostro bello y modales perfectos. ¡Cuánto darían por tener una niña como Teresa!

La verdad del Jordán, el informeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora