Capítulo 5
Varios días después, Bartolomé se acercó a la casa de la joven pareja a paso apurado y con el corazón en la boca. Adalberto desde aquella noche apenas había salido a conseguir algunas cosas para comer y revisar el asunto con los guardias del pueblo con el fin de darle la mayor atención a su esposa que estaba sufriendo mucho la pérdida de su niño. Mientras tanto, el viejo le ayudaba desde afuera.
Ana María observaba por la ventana la escena completa: Adalberto con su traje y sombrero regresando de las compras y Bartolomé "corriendo", apenas podía con su aliento, detrás suyo. Le susurró algo al joven y este alzó los brazos al cielo en son de festejo después de dejar su bolso en el suelo, no logró captar qué dijeron porque sólo se escuchaban murmullos.
— ¡Hemos encontrado a los culpables! —Gritó Adalberto casi tirando la puerta.
Se acercó corriendo a la mecedora en la que estaba su esposa con la cara hinchada de tanto llorar y la besó con fuerza. Su rostro reflejaba alegría y pesar por la noticia que, sin embargo, sería un descanso para su matrimonio. Ana María se levantó con pesadez y vio cuando Bartolomé cruzó por la puerta entrando a su casa, arrugó su frente ante tal acto y se desplazó lentamente a su habitación. Le repugnaba aquel hombre con tan sólo verlo, le fastidiaba que tuviera a su esposo tan engatusado con aquel trabajo valiéndose de la discriminación que sufrió. Además, no le había dado el pésame por la muerte de su hijo.
— Debes ir a declarar. —La voz del decrepito señor retumbó en la sala.
— Adalberto puede hacerlo.
— Debe ser el afectado quien lo haga, necesitamos que confirmes si efectivamente son los hombres que te han golpeado.
Ana María lo miró con odio y luego a su esposo para emprender su marcha otra vez hacia la habitación. Adalberto fue tras ella y la abrazó con ternura por la espalda.
— Por favor, Ana María. Le suplicó— Es la única forma de redimir a nuestro hijo.
No quería volver a ver a esos hombres, no tenía el valor para hacerlo, pero al final terminó cediendo y fue al juzgado el cual era una techada tipo plaza construida de rapidez a campo abierto justo al lado de la plaza y frente a la iglesia. A un lado de los jueces se encontraba el Padre de la iglesia, Agustín, quien era encargado de declarar la gravedad moral de los actos y, si era necesario, imponer un castigo. Su piel se erizó de inmediato al ver a los tres hombres sentados frente a los jueces quienes quedaron estupefactos al verla creyendo que se trataba de un espíritu ya que la daban por muerta.
— ¿Reconoce usted a estos hombres? —Preguntó uno de los jueces.
— Sí, ellos me han atacado. Yo estaba en el cuarto mes de un embarazo y ellos han hecho que pierda a mi hijo.
Los hombres se miraron desconcertados. Ana María dio toda su versión y fue confirmada por cada uno de los tres individuos hasta que habló de cómo había sangrado al tener un aborto espontáneo.
Eso es mentira, ¡ella no estaba embarazada!
— Explicad vuestra posición. Dijo uno de los jueces.
— Desde que llegó al pueblo siempre ha estado gorda, ¡si nos hubiese dicho no la habríamos golpeado! ¿Por qué no gritó antes? Ahora que estamos presos nos acusa falsamente.
Ana María miró con los ojos llorosos a su esposo en la tribuna y su corazón latió tan fuerte que podía salir de su pecho. La forma tan despectiva en que había soltado el "siempre ha estado gorda" le regresó al infierno que vivió en su propia casa y ahora se estaba repitiendo en el pueblo que iba a hacer su nuevo hogar. Podía escuchar como todos cuchicheaban sobre lo que acababan de mencionar los hombres. Se encogió de hombros tratando de esconderse en su piel y sintió su corazón quebrarse una vez más.
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La verdad del Jordán, el informe
Ciencia FicciónEn un país lleno de guerras, violencia y secretos, surge un informe que podría cambiarlo todo. Un informe que ha sido cuidadosamente guardado, ocultado de las miradas curiosas, hasta ahora. Este recopila toda la información de la gran investigación...