capítulo 15

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Capítulo 15


Ambos se miraron a los ojos. Adalberto veía con angustia y preocupación a su esposa que lo observaba con enojo. La niña miraba hacia el suelo callada y abrazada al vestido de su madre.

— Estás herida, ¿te duele mu...? —Trató de tocar su brazo herido y Ana María le brindó una bofetada.

— Tú... eres aberrante. —Le dijo señalándolo con su índice mientras temblaba de enojo y miedo— Teresa tiene raspaduras. Deberías atenderla a ella primero.

Él quedó impactado por la frialdad con la que le estaba hablando, aunque sabía de sobra por qué así que no dijo nada a su favor. Veía como de a poco su mujer palidecía cada vez más y sus labios temblaban, ahora hasta sentía temor de él. Adalberto se acercó con lentitud y la agarró con suavidad por sus hombros, ella bruscamente se movió tratando de alejarlo, pero él mantuvo contacto de forma suave. La mirada de ella se ablandó un poco ante ese acto y creyó que le permitió hablar.

— Sé que estás enojada...

— ¡¿Y qué haces sabiendo?! —Gritó con todas sus fuerzas— Todo este tiempo me mentiste, mira lo que has causado. ¿Es que no te da vergüenza? ¿No te aterra ver lo que hiciste con este pueblo y lo que nos hiciste a nosotros? Alejandro, é-él trató de advertirme, pero no lo escuché hasta que ya fue muy tarde. —Comenzó a llorar.

— Ana, sé que ya no confías en mí, pero todo esto fue por tu propio bien.

— ¿Por mi bien? —Le asestó una mirada con asco— ¿Qué muriera mi hijo y esperar a que todo esto ocurriera fue por mi bien? Por Dios, él... se quitó la vida delante de mí.

Ella negó con la cabeza demostrando su decepción ante el silencio de Adalberto y apretó los labios con furia. Se sentó en el piso y comenzó a revisar a su hija.

— Ana, déjame ayudar. —Ambos se miraron.

— No.

— Por favor...

— ¡Habla entonces! Dime qué está sucediendo aquí.

Él no dijo nada, seguido comenzó a limpiar las heridas en las rodillas de Teresa. Ana María no podía sentirse más impotente en aquel momento y siguió llorando, esta vez con más rabia que nunca, ante la actitud tan egoísta que estaba teniendo su esposo. Ella tratando de ser una esposa cariñosa y razonable incluso en momentos tan intensos como esos y él como siempre dejándole de lado.

— Ana, cálmate, estás respirando más de lo normal.

— ¡No! ¡Tú has silencio! Eres... eres lo peor que me ha pasado.

Con eso se levantó y le dio la espalda. Adalberto sintió como su corazón se apretaba y su garganta dolía, pero estaba consciente que se merecía todo aquel desprecio. No volvieron a cruzar más palabras desde entonces. Luego de terminar de curar a Teresa levantó la tapa de aquel sótano, bajó unos escalones y le hizo señas para que le siguiera.

— No voy a entrar ahí.

— Es la única salida.

A ella algo no le cuadraba.

— Sí, ¿y a dónde nos llevará?

— Ya lo sabrás, pero si quieres salir viva de aquí este es el único modo.

Ella que estaba decidida a no confiar miró a su hija que era lo único que tenía y su mayor razón por la que luchar ahora, peleó con sí misma para terminar accediendo y bajar las escaleras con miedo. Cada peldaño que descendía estrujaba más su corazón al recordar a su hijo muerto, no entendía cómo Adalberto podía estar tan sereno ante eso. Abajo no estaba oscuro pues él ya había encendido las antorchas para iluminar aquel tenebroso lugar y se preparaba para tomar algunas provisiones que él mismo había puesto en el sótano junto con las que Ana ya traía.

La verdad del Jordán, el informeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora