capítulo 6

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Capítulo 6


No había dicho ni una palabra acerca de lo sucedido en todo el día, pasó especulando qué se traían esos indígenas y qué pasaba con Adalberto y Bartolomé. Ese mismo día, en la tarde, comenzó a organizar las habitaciones tratando de olvidar lo inquieta que estaba. Se encontraba algo contenta de tener más espacio ya que sus cosas no iban a quedar tan apretadas como en su antigua posada.

— Adalberto, ¿podrías por favor pasarme el espejo? —Él no respondió nada— ¿Adalberto? —Lo buscó con la mirada y no lo vio en la habitación.

Se asomó a la puerta la cual estaba abierta y a lo lejos lo vio en la sala recostado en el borde de una mesa leyendo un papel, debía ser una carta. Frunció el ceño y su nariz extrañada, nadie les mandaba cartas y menos sus familias. ¿Quién le habría enviado la carta? Pensó que a lo mejor era un comunicado especial para él. Luego de lo sucedido con ella y su bebé habían mejorado en algunos aspectos la seguridad del pueblo y era uno de los primeros en enterarse. Sin embargo, al ver las expresiones faciales de su esposo comprendió que no era absolutamente nada bueno. Apenas terminó de leer el papel el joven se dirigió al cuarto, ella miró al suelo y se dio la vuelta rápidamente fingiendo que no había visto nada.

— Mi amor, tengo que irme. Regresó en un rato.

— ¿Sucedió algo?

— Un vecino me necesita. Quédate aquí, ¿vale? No quiero que te pase algo malo. Dejaré al pendiente a algunas personas.

— Que va, no pasa nada. Ve.

— ¿Segura? —Ana María asintió— Vale, vendré lo más rápido posible.

Le dejó un besó en la frente y se fue. Ana María corrió a la sala a buscar la carta, pero no encontró nada, al parecer se la había llevado con él. Sospechaba que tenía que ver con Bartolomé, no lo había visto desde aquel incidente, tampoco vino a la mudanza ni nada de lo que habían realizado últimamente lo cual era extraño así que ese supuesto vecino podría ser él, no le quedaba duda alguna. No le quedó más que ir a organizar las cosas mientras esperaba la llegada de Adalberto para poder sacarle la carta. Varias horas después entró corriendo a la casa, Ana se sorprendió al verlo de esa manera tan desesperada.

— Pero ¿qué ha pasado? Mira lo agitado que estás.

— Bartolomé ha muerto.

— ¿Cómo? ¡Dios mío! Esto no puede ser posible. Fue lo único que supo responder.

— Le he visto antes de fallecer, ayudé a preparar todo para el velorio esta noche. Mañana le entierran.

No sabía si sentirse mal o finalmente aliviada, Adalberto quedaría devastado y ella tendría que ser su columna de apoyo en ese momento. De cualquier manera, a pesar de que no debería tomarlo como una buena noticia para ella lo fue. Esa noche llenaron la casa, donde Bartolomé vivía, de velas alrededor del cajón y había allí muchas personas llorando y rezando. Ana escuchaba a muchos gritar, sobre todo indígenas. La causa de muerte que se le adjudicó según Adalberto y lo que decían otros curanderos fue la misma vejez pues de salud estaba excelente. Nadie podía creerlo, el médico del pueblo había muerto, pero al menos no fue por una enfermedad.

Esto iba a ser un gran problema para ellos, especialmente para Adalberto quién ahora tenía mucha más gente para atender. Independientemente a que la mayoría de sus problemas aparecieran a raíz de Bartolomé, él los había acompañado en sus momentos más importantes y por eso su esposo lo sentía como un apoyo y con la responsabilidad de seguirlo. Al ver a tanta gente devastada hablar maravillas de él y darle el pésame a su esposo se cuestionó grandemente si de verdad el viejo merecía todo el odio que le tenía pues, al parecer, era una buena persona. Mientras meditaba en qué pudo haber hecho para que las cosas fueran diferentes lo miró a su lado luciendo calmado. Dolido, o algo así, pero calmado. No sabía cómo interpretar esa expresión, todo su desespero se había esfumado y ahora le quedaba una mirada de calma con algo de tristeza en el fondo, muy opuesto a lo que esperaba encontrarse.

La verdad del Jordán, el informeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora