Hace cinco años.

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Me hice amiga de la nueva estudiante. Todos hablaban de ella, y tenía sentido, en la escuela todos nos conocíamos y cuando llegaba alguien nuevo era la novedad hasta que se volvía costumbre.

No voy a mentir que tuve miedo y un poquito, pero solo poquito de celos cuando la vi conversando con él. Es que ella con su pelo rojizo dejaba impresionados a muchos adolescentes, tuve miedo que él también. Pero todo se fue disipando cuando la conocí y se convirtió en mi mejor amiga.

Se volvió muy popular entre los estudiantes, de hecho, ambos lo fueron. Cuando querían hablar conmigo siempre me buscaban como la amiga de la chica nueva o la del jugador. Nunca llegué a sentir envidia, pero fue una etapa fea para mi autoestima, ya saben cómo es la adolescencia.

Ya no podía pasar mucho tiempo con él en los recreos porque todo el mundo lo buscaba, ya sea para jugar o hablar. Así que podía regalarme su atención de regreso a casa.

—No podré verte jugar mañana — le dije mientras caminábamos por eso caminos de tierra que jamás pavimentaban. Me miró un poco preocupado.

—¿Por qué?

—Me presentaré a ese concurso que te conté.

A las semanas de haber descubierto aquel gimnasio artístico le conté a mis padres. Ellos me acompañaron y de inmediato me anotaron allí. Luego dijeron que fue un error, porque al principio me daba más golpes que giros sobre las telas.

Se quedó pensando por mucho tiempo. Casi por todo el camino, me alarmé porque él siempre tenía algo que decir.

—No te enojes conmigo. — lo miré —. Mira, me perderé solo este partido, pero iré a verte todos los demás.

Negó muchas veces con la cabeza.

—No es eso. A ver, sí quiero verte cuando anote un gol —sonreí por su confianza—, pero yo no podré verte a ti, es la primera vez que te presentas. Y no me dejas ir a verte mientras entrenas.

Porque me daba vergüenza, ni a mis padres los dejaba verme. Me verían ese día porque mi entrenadora les dijo.

—No te preocupes, seguro que mamá grabará todo.

Suspiró y beso mi mejilla cuando llegué a mi casa. Pero si se lo preguntan, esa sensación en el estómago nunca desapareció.

Miraba nerviosa a todas esas chicas. Tenían una técnica que se consigue entrando muchos años, y yo solo había comenzado a hacer acrobacia en tela hace poco más de uno. Mis padres y entrenadora estaban del otro lado, atrás del jurado. Era mi primera vez presentándome en una competencia. Quería vomitar, ya de paso vomitarle a la chica que acababa de hacer su acto para que se fuera y no ganara el primer lugar.

Dijeron mi nombre, no tenía más opción que respirar profundo para llenarme de valentía y salir. Me sentía muy observada por los jurados, incluso creo que juzgaban mi forma de caminar. Agarré y separé las dos telas rojas y miré su altura, debía llegar hasta arriba para hacer mi truco final.

Sonreí sorprendida cuando vi su cabello castaño y ojos avellanas. Había llegado a verme; mis padres lo saludaron y yo no pude hacerlo cuando me vio porque al instante la música comenzó a sonar.

Bailé un poco sobre el suelo, ansiosa por estar entre las telas. Las acaricié con mis manos antes de enredar mis pies con ellas y subir. Me balanceaba de un lado a otro, giraba e incluso quedaba cabeza abajo. Me sentía libre, a pesar de los nervios por estar compitiendo.

La música estaba por terminar, por esa razón enredaba y enredaba mi cintura mientras subía. Y, a pesar de tener la música muy cerca, pude oírlo.

—¡Sube, Alba!, ¡Toca el cielo!, ¡Toca el sol y vuela!

La Luna No Brilla SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora