Capítulo 7.

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Alba.

—¡Mad, dobla, dobla! — me agarro con fuerza de la manija que está en el techo del auto — ¡EL ÁRBOOL! — grito y me tapo mis ojos con las manos.

Debí traer un casco como dije.

Siento cómo mi cuerpo por inercia se inclina a un costado ya que Mad giró el volante con toda la fuerza y rapidez que tiene. Su pie creo que trapazó el freno con todas las veces que lo ha pisado.

—Mierda — dice ella cuando frena de golpe. Por suerte puede sostenerme y no pegarme una buena cabeceada contra la guantera.

Amabas quedamos en shock y muy tensas. Mi corazón quiere salirse de mi pecho que sube y baja rápidamente a causa de mi acelerada respiración. Me mantengo con la vista al frente y con los brazos extendidos. Giro mi cabeza lentamente para mirar a Mad.

—Ya que no morimos, déjame preguntar algo, ¿crees que el auto recibió algún rasguño?

Pongo mis ojos en blanco; seguro que le importó más el auto que la vida de su amiga. Ambas bajamos del vehículo y yo lo rodeo para ver si hay algún daño.

Mad tiene la maldita suerte de que el auto esté intacto, porque logró desviarlo a tiempo. Unos cincuenta centímetros más, y todo el frente hubiera quedado destrozado. Sí se encuentra un poco inclinado ya que una rueda quedó sobre una raíz que sobresale, pero en lo demás está igual a como lo vi cuando ella me buscó por casa.

—Mad, dime que no se pinchó la rueda — veo una de las traseras que se encuentra preocupantemente desinflada.

—¿Sabes cambiar ruedas? —pregunta mientras patea la está igual a un flotis desinflado.

Suelto quejido porque me duele, en este preciso momento, mi vida.

Saco mi celular y me toca tener mi brazo en lo alto para buscar señal. Necesitaremos de una grúa, porque empujar este auto hasta el taller más cercano no está en mis planes.

—¿Tienes? — miro mi celular de nuevo. Ni una pequeña rayita.

—No, ¿y tú?

—Creo que tendría más señal en medio de la selva.

Bajo resignada mi brazo y giro sobre mis talones viendo lo que nos rodea. Si esperaban que dijera que vi personas, pues los desilusionaré, porque esto está más seco que un recital hecho por mí (aclaración, canto horrible).

—¿Y ahora? — no se me ocurre nada.

—Supongo que alguien pasará por aquí, ven.

Esperamos a un lado de la carretera, con la esperanza que un auto pase y que los dueños sean amables para ayudar a dos extrañas que casi se estrellan contra un árbol por intentar esquivar una rana.

Paso el peso de mi cuerpo de un pie a otro. Esto me sucede por acompañar a Mad sabiendo que solo tomó una clase de manejo y que no sabía muy bien cómo coordinar sus pies con el acelerador y el freno. Era consciente de que las probabilidades estaban más a favor para que este "paseo" saliera un total fiasco.

—Mira — ella codea mi brazo y señala el auto que se acerca a lo lejos.

Ella se pone en medio de la carretera y comienza a mover sus brazos. Esto parece como una película apocalíptica donde debemos llagar a un refugio y los que se detienen son unos asesinos que intenta robar nuestros pases.

El auto se acerca y se acerca y no da señales de que la vio. Camino para acercarme un poco a Mad.

—¿Se detendrá? — pregunta asustada.

—No creo — no lo está haciendo —. Mad...

—¡Nos matará!

Corro a su lado para abrazarla. Quizá reciba todo el impacto yo o, si no llego a tiempo, dividir el dolor, como un poco yo y un poco tú.

La Luna No Brilla SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora