Capítulo 3.

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Alba.

Qué hermosas son las mañanas cuando no escuchas el despertador...

Cepillo mis dientes mientras tarareo una canción. Me paro con los brazos en jarra frente a mi ropero y analizo las opciones para ponerme hoy.

Y los ganadores son: una remera blanca con un dibujo de un pino y una de mis polleras largas con un short debajo y unas zapatillas de color verde para combinar. Hoy toca hacer la limpieza, así que, entre más comodidad, mejor.

Me resbalo sobre la barandilla de las escaleras para bajar, paso por la cocina para comer una manzana y voy directo al establo.

Limpio todo mientras les cuento mi año a los caballos. Luego los examino para poner en práctica lo que estudio y los saco a dar una vuelta con Rastas a nuestro lado.

Dejo los caballos atados en la tranquera de madera que separa nuestra propiedad y camino un poco solo para recostarme sobre el césped. Rastas está imperativo hoy, así que cuando me acuesto lame mi rostro para luego irse corriendo por ahí. Sonrío cuando lo escucho ladrar a unos pájaros.

Regreso cabalgando en uno de los caballos y veo a papá esperarme en la puerta del establo ingresando con un poco de heno.

—¿Cabalgando sin tu padre?

—Extrañaba dar un paseo con ellos —digo acariciando el lomo de mi caballo.

—Despertaste temprano hoy — dejo que los caballos anden por el jardín y guardo los asiento de montar.

—Como curso de mañana supongo que me acostumbré a despertarme a esa hora. Pero ya recuperé mis horas de sueño la primera semana — él ríe.

—Lo noté. Entra a casa, seguro tu madre ya tiene el desayuno listo.

Mamá está vertiendo el jugo sobre los vasos cuando ingreso a la cocina. Ella me sonríe al ver que devoro todo.

—Despacio —me dice divertida mientras bebo jugo para bajar todo lo que tragué.

Papá se sienta a mi lado mientras enciende la radio.

—Papá, no estamos en el siglo pasado para escuchar eso. Existen los celulares, la televisión...

—Esas cosas dañan el cerebro —pongo mis ojos en blanco.

—Cuando termine iré a ver a Estela —les informo.

—Estuvo preguntando por ti cuando nos encontramos en la verdulería —me mira mamá —. Ríe cada vez que le informo que tú sigues siendo vegetariana.

—Ella fue la única que pudo convencerme para que no fuera vegana —digo divertida y con la boca llena.

Cuando termino de comer voy hacia el viejo taller de papá donde gurda sus cosas. Allí, en un rincón, está mi veja bicicleta. Le quieto la manta con la que la cubría, gracias a eso no tiene mucho polvo acumulado. Pero sí tosí cuando aparté la manta.

Comienzo a pedalear sobre esa calle que todavía está sin pavimentar, levantando tierra a medida que las ruedas giran.

Suelto los manubrios y estiro mis brazos mientras mis piernas se mueven sobre los pedales. Algunos árboles siguen estando igual, otros que los vi crecer ya están tan altos que dan sombra para diez personas. Igual o distinto, este lugar sigue siendo único.

Veo la casa de Estela y dejo la bici tirada sobre el suelo para golpear la puerta de su casa. Desde aquí siento el aroma de galletas horneándose y me vienen eso recuerdos donde robábamos unas cuantas galletas con él y escapábamos para que no se dieran cuenta.

La Luna No Brilla SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora