Hace dos años.

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Nada iba bien. La distancia sí nos jodió un poco y a principios de ese año, lo que se estaba quebrando, terminó por romperse.

Lo llamaba todas las tardes. Él nunca lo supo, pero a veces dejé de lado hasta mis entrenamientos por oír su voz, es que sentía que si no lo hacía todo se perdería. No sabía qué mas hacer y también, quizá, mi error fue no decirle nada de lo que pensaba o sentía. Porque, a medida que pasaba el tiempo, esos pensamientos intrusos sobre una belleza establecida que yo no tenía se instalaba en mi cerebro y lo taladraban todo lo que podían. Y pensaba: <<Tiene todo a su alcance, ¿qué podría darle yo?>>.

Sentía que lo perdía poco a poco. Que ya no necesitaba que le bajara el sol, porque ya no podía. Me desgastaba poco a poco, como una estrella, como el mismo sol lo hará en algún punto. Se llenan de energía, iluminan todo lo que pueden, pero luego explotan, se cansan.

Veníamos discutiendo. Eran un miedo horrible llamarlo porque no sabía cómo terminaría.

Y la penúltima llamada fue una discusión muy fea, sentí que yo lo estaba agotando, cuando se suponía que sería todo lo contrario. Lloré mucho cuando colgué, me hice una pequeña bolita en mi cama para que el dolor no traspasara mi pecho.

Porque pusimos una pauta muy detestable en esa llamada, como una advertencia del futuro de nuestra relación.

Y al día siguiente en el horario que siempre lo llamaba, esperé, y esperé y seguí esperando frente a mi laptop. Pero su rostro del otro lado de la pantalla nunca apareció.

Me dolió entender que todo había terminado. Como muchos lo dijeron y como muchos me advirtieron.

Entendí por qué me repetían que el amor era muy complejo y muy difícil de entender para alguien de esa edad. Los dos no lo entendíamos. Lo feo fue pensar que ni siquiera estábamos enamorados, sino lo mas parecido a esa palabra, porque era lo único que conocíamos. Y entonces comprendí, fuimos ese amor adolescente que se recuerda con una sonrisa en el rostro, porque fue lindo, un amor tierno, pero no hecho para toda la vida. Quizá ambos fuimos para la vida del otro como una introducción de cómo debemos amar. Porque, al principio, los dos estábamos bien, ocultando cosas, pero estábamos bien. Sin embargo, cuando todo se jodió, no supimos cómo sostenernos. Quizá esa fue nuestra enseñanza, saber, para próximas oportunidades en el amor, cómo lidiar cuando un suelo firme comience a temblar.

Aunque al comienzo fue duro soltar, porque, a ver, yo lo quería. Y, además de todo, era mi amigo; él que me hacía reír, con el que podía llorar y enojarme sin que nada malo sucediese luego. Eran momentos lindos que se perderían y eso también me dolió.

Pero bueno, esa tarde corté todo de raíz. Tal vez ustedes se enojen en un futuro conmigo por eso, pero es que en ese momento estaba enojada y triste y... Estaba sintiendo todo. Fue un arrebato bloquearlo de todos lados y además no aceptar las llamadas que hacía al teléfono de casa.

Supongo que en un momento él se cansó, se olvidó y siguió con su vida, porque yo no supe nada de él, solo lo que me enteraba a través de las noticias. Y creo que él tampoco supo nada de mí.

El tiempo arrebató los recuerdos de esos viejos sentimientos y yo lo ayudé reprimiéndolos.

La Luna No Brilla SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora