Capítulo 4

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Alba.

Lo malo de mi sistema es que se acostumbró a despertarse temprano. No es malo en los días que necesito levantarme temprano, pero en los que no, me dan ganas de pegarme con bate en la cabeza para noquearme y seguir durmiendo.

También me gusta ver a Rastas feliz, contento y todo lo bueno. Pero sus ladridos fueron la causa principal para que me despertara a las 7 a.m..

Bostezo y bajo de puntitas las escaleras, porque incluso mis padres saben aprovechar las vacaciones para dormir hasta tarde. Me preparo una taza de café y me cambio con mi calza y un top deportivo para entrenar.

Hablo las puertas del establo y trato de calmar a los caballos para que no hagan tanto ruido, los dejo que coman fuera mientras yo preparo mis telas. Me estiro y elongo. Pongo un poco de música y es todo lo que necesito para comenzar a subir, siempre necesitaré estar lejos del suelo por al menos unos minutos al día.

Enredo mi cintura y dejo mi cuerpo allí arriba como si estuviera levitando mientras giro lentamente. Girando, la luz que entra por una de las pequeñas y altas ventanas, ilumina mi rostro y es ahí donde dejo de sujetar la tela para caer y detenerme a centímetros del suelo.

Años haciendo esto, pero con cada movimiento siento cada célula de mi cuerpo activarse, como corrientes de electricidad que te despiertan y te hacen sentir viva.

Entro a casa para ducharme y, al salir, mis padres ya están despiertos.

Mamá se potencia mucho con las fiestas, más si la casa para festejar navidad y año nuevo es la nuestra. Sus hermanos, los hermanos de papá y mis abuelos vendrán. Yo ya estoy asqueada y eso que todavía no vienen. No es que los deteste, pero no es grato tener a muchas personas en tu casa que sabes que no podrás hacer lo usual, como andar en pijama o hecha una persona que no se bañó en días. Además, tendré que escuchar voces todo el día y aguantar las preguntas de mis tías que son pasivo-agresivas, porque, entre sonrisas dulces, son capaces de preguntar si aún soy virgen. Y lo digo porque ya me lo preguntaron.

Además, mi batería social se apaga muy rápido.

—Iremos a buscar a tus tías y primos. ¿Me acompañas? —pregunta innecesariamente mi padre.

—¿Tengo opción de rehusarme?

—No. Termina de comer y nos vamos.

Resoplo y me hecho un trozo muy grande de waffles.

Me hago una trenza en el pelo antes de salir. El calor ya está siendo insoportable.

Me subo en el asiento copiloto y enciendo la radio mientras papá conduce. Lo único bueno que encontré fue una emisora que estaba transmitiendo canciones de Queen.

—Cambia esa cara — papá no despega sus ojos de la carretera —. Si te ven creerán que no son bienvenidos.

Entonces mantendré esta cara, así comprenden mi indirecta. Pienso.

—¿Por qué no salí igual a ustedes? Socialmente estable. Y no es que los deteste —porque son mi familia. Pero, aunque no lo diga, prefiero a la familia de mi madre. Mi padre debe sospechar mi favoritismo, porque siempre me advierte para que me comporte ante su familia o, en resumen, no contestarle a sus hermanas ante sus comentarios—, solo es que ellos no comprenden que mi capacidad para convivir con personas es muy limitada.

Papá ríe mientras gira el volante para doblar.

—Eres igual a mí —lo miro sorprendida— ¿Qué?, ¿creíste que soy sociable? —debo estar mirando sus ojos con mucha incredulidad, porque él se mantiene divertido.

La Luna No Brilla SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora