Capítulo 22.

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Alba.

Parpadeo varias veces para que mis ojos se acostumbren a la luz del amanecer que entra por la ventana. La habitación de Zack es muy sencilla, no más de lo que se puede necesitar en muebles. Hay ropa de él tirada por algunos rincones, además de la ropa que usó ayer y de la mía.

Me siento sobre la cama y la manta se desliza por mi torso dejando descubierto la remera de él que me puso cuando mi piel se estaba poniendo fría y me tapara mientras me abrazaba. Anoche no hablamos más que el comienzo del invierno, las noches que llegan más temprano y qué habrá pasado con nuestros amigos luego de que partieran. Yo me quedé dormida a mitad de la noche, luego de hablar, de acariciarnos, besarnos y volvernos a encontrar. Me dormí en sus brazos y sus suaves carias sobre mis brazos, cadera y cintura, al menos eso era lo nuestra posición le permitía tocar.

Veo mi ropa sobre el suelo, pensando si habrá una forma en la que, cuando lo vea, no actúe de forma extraña. Porque no, no amaneció a mi lado, supongo que debe estar en la cocina replanteándose al igual que yo qué hemos hecho. Aunque no me arrepiento, porque como dijo él, lo que es para mañana se resuelve para mañana, y eso momento llegó y debo enfrentarlo. Sin embargo, lo de ayer es lo uno de los tantos momentos que siempre quiero compartir con él, y me permití vivirlo aunque sea solo una vez. No puedo decir que solo fue un deseo fugaz que, ahora que lo hicimos, ya me puedo olvidar de él. Es todo lo contrario, como echarle más leña al fuego.

Bajo de la cama y voy hasta el baño. Él ni siquiera ha sacado mi cepillo de dientes que me prestó el día que también me quedé a dormir. Sonrío viendo que está justo al lado del suyo.

Dentro de este departamento no tengo frío gracias a la calefacción, por eso no me molesto en taparme o en caminar descalza, aunque sé que si mi madre me estuviera viendo me mandaría a patadas a que me abrigue.

Veo la espalda descubierta de Zack y con un pantalón cómodo. Puedo ver claramente los tatuajes en sus brazos y en uno de sus hombros. Sonrío divertida porque parece que ve siguiendo un camino cada vez que se tatúa, como si siguiera un patrón y no puede saltearse de su brazo a sus piernas.

Cuando gira para dejar unas tostadas sobre la mesa, nota mi presencia y sonríe, tranquilo, risueño y cálido. Los problemas parecen haberse reducido a cero con él presente o, mejor aún, los problemas parecen tener soluciones cuando simplemente me abraza.

Camino hasta detenerme y ver la mesa llena de frutas, tostadas, mermeladas y jugo. Lo miro a los ojos y le sonrío.

—No noté cuando te levantaste — rodea la mesa. Sus ojos analizan cómo me queda su prenda sobre mi cuerpo y luego me besa. Cierro mis ojos con la perfecta sensación de nuestras bocas juntas.

Separa dos sillas y nos sentamos uno al lado del otro.

—Creí que te despertarías más tarde. Iba a hacerlo yo.

—¿Qué, despertarme? — asiente mientras vierte jugo en nuestros vasos.

—Sí — deja el vaso frente mío. Gira un poco mi silla para quedar cara a cara, sus manos se apoyan sobre mis mulos y se inclina hacia delante para besarme —. Estás muy linda — se aleja y le da un mordisco a un trozo de manzana —. Siempre lo estás.

Me guiña un ojo. Rápidamente desvío mi mirada y agarro un poco fruta. Escucho su risa y lo miro, curiosa.

—¿Qué?

—Por eso quise despertarte yo — ladeo mi cabeza, perdida —. No quería dejarte sola para que no comiences a dudar.

—No estoy dudando... Tanto.

Anoche nos acostamos, pero cómo debemos seguir nosotros si ni siquiera sé por qué suelo estoy caminando ni la firmeza de este. Me permití no pensar ayer y ahora estoy viendo todo lo que se nos viene encima, o al menos para mí porque la vida es tan generosa que hace que siga enamorada de Zack y no pueda con otro, parece que hay pocos candidatos y debe administrar muy bien. Es eso o a mí me quiere dejar soltera para toda la vida.

La Luna No Brilla SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora