Capítulo 6.

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Alba.

Me desperté temprano, aunque nos hayamos acostado tarde. Salí a correr y entrenar un poco porque hacer acrobacia en tela requiere que tu estado físico sea dentro de todo bueno.

Me ducho antes que el agua se acabe y saco mi bicicleta mientras como una manzana.

Pedaleo hasta la casa de Estela, le prometí que al otro día de mi cumpleaños iría a verla, además estoy ansiosa por saber cuál es la sorpresa que me tiene.

Dejo la bicicleta tirada y golpeo su puerta. Ruego para que la sorpresa sea un pastel o una tarta, porque el aroma que viene de adentro es delicioso.

Sonrío cuando ella me abre y recibo, gustosa, su abrazo.

—Feliz cumpleaños, Alba — me sujeta por lo hombros y me mira con cariño.

—Gracias, Estela. Y feliz año nuevo.

Cierra la puerta la entrar y nos sentamos en su cocina. Ella ya tenía preparado una porción de torta para mí, saca de sus cajones una vela y me pide que cierre mis ojos al pedir un deseo.

Hay tantos que termino por no pedir ningún y directamente soplo.

—¿Cómo la pasaste anoche? — me llevo un pedazo de torta a la boca, le agregó dulce de leche, me encanta.

—Muy acompañada — Estela ríe —. Fue una linda noche, toda mi familia estuvo y me gustó eso. Solo ese rato — aclaro —. Ya compartir todo el día durante una semana fue un poco fastidioso.

—Sí, tu madre me llamó y contó que tienen visitas.

—Sí... oye, ¿Por qué no fuiste anoche? Yo te esperaba.

—Me dolían las caderas, perdón por no ir.

—¿Estas bien? — me preocupo.

—Por supuesto, solo son cosas que vienen con la edad.

Un ruido como si cajas se hubieran caído suenan del piso de arriba. Me paro instintivamente.

—¿Hay alguien? — Estela intenta que me siente de nuevo.

—Seguro son los gatos, no te preocupes.

—Mejor me aseguro. Tú quédate aquí.

Ella dice mi nombre para detenerme cuando comienzo a caminar y subir las escaleras. Pero imagínense que sea un ladrón, Estela vive sola, los vecinos viven en otro universo y hasta que la policía llegue nos ponemos a hacer una pijamada con los ladrones.

El crujido de la madera cuando subo no me ayuda a subir discretamente como quería y menos a apaciguar mis miedos, porque el sonido parece igual a de una película de terror donde la protagonista al llegar se encuentra con el hombre de la motosierra que la descuartizará.

Camino despacio revisando las habitaciones. No veo nada extraño y la única que me queda por ver es la de él cuando se quedaba aquí.

Giro lentamente el pomo de la puerta y respiro hondo antes de abrirla.

No avanzo, solo me quedo ahí de pie en bajo el marco de la puerta mirando todo con la respiración pesada.

Es raro que lo diga, pero aun huele a él. Como si su perfume se hubiera instalado entre estas paredes. Un escalofrío eriza la piel de mi nuca, como si una respiración la hubiese causado.

Cierro con prisa la puerta.

Bueno, qué lindo me va a ir el día que me lo cruce. Si con solo ver su habitación ya me alteré y me volví una loca creyendo que olí su perfume.

Estela me espera al final de las escaleras con una extraña preocupación en sus ojos. Entrecierro mis ojos.

—¿Viste algo? —pregunta.

—Nada, ni siquiera los gatos —muerdo mi labio — ¿No quiere que traiga agua bendita y....? — bromeo y brota una carcajada de mi garganta cuando golpea mi brazo.

—Mi casa no está embrujada.

No, solo hace falta que la exorcicen. Pienso.

Volvemos a la cocina y no demoro mucho conversando con ella. Debo regresar a casa antes del almuerzo.

Le prometo a Estela que regresaré pronto y me monto a la bicicleta.

Anastasia está jugando con Rastas cuando llego a casa.

—Yo te recomiendo no entrar.

Me dice cuando paso a su lado con la bicicleta. Y debí hacerle caso, porque lo primero que me dicen al entrar es:

—Alba, ven ayúdanos con la comida.

...

Veo a mi familia bromear mientras comen el postre y yo estoy sentada en una hamaca, meciéndome de un lada a otro. Tengo mi mirada fija en ellos, pero no estoy muy atenta a lo que dicen o hacen.

Suspiro y me levanto.

—Vuelvo en un rato —le susurro a papá sin detenerme.

Comienzo a caminar en dirección a por donde sale el sol. Ese punto cardinal, el este, es el que me guía hacia ese lugar que me vio crecer.

Arrastro mis pies por ese césped largo y también mis piernas reciben unos cuantos rasguños por la hierba seca.

Veo el árbol en todo su esplendor. Sus hojas se mueven por la brisa creando sombra para que podamos refugiarnos de los rayos del sol.

La veo desde mi altura. Se ve firme, imponente, como si nada ni nadie fuera capaz de derribarlo.

Lo rodeo para encontrar aquella rama donde solía ver los atardeceres. Enrollo un poco mi pollera y comienzo a treparlo para sentarme allí. Flexiono mis rodillas para tenerlas pegadas a mi pecho, apoyo mi espalda sobre el tronco del árbol y cierro mis ojos unos segundos para luego ver el paisaje.

Un camino de tierra se ve a lo lejos, césped verde que brilla por el sol, mariposas, aves, árboles y también flores. Ese pequeño conjunto que forma un paisaje increíble es parte de mi paz, mi tranquilidad.

Dicen que a veces es difícil detenerse para apreciar las cosas que son comunes en este mundo; pero pienso que las personas sí lo queremos hacer y tomarnos unos minutos para desconectar con eso que ya es difícil evadir porque la vida no se detiene; en este momento estoy yo sola, pero el mundo sigue moviéndose, personas siguen con sus trabajos, estudios o cargan con un peso que nadie sabe sobre su espalda. Sería entretenido que todos en el mundo quedásemos en un día en el que solo miremos el cielo por unos minutos y escuchemos nuestros pensamientos más ocultos.

A veces es bueno y otras veces no. Porque desde lo mas profundo viene lo que realmente queremos.

Y a mí me da miedo aceptar lo que dice mi interior.

Lleno de aire mis pulmones y lo libero en un largo suspiro.

Volteo mi cabeza hacia un costado de forma involuntaria y sin que mi cerebro lo procese. Luego me recorre por todo mi cuerpo esa sensación de alguien observándome. Sin embargo, no veo a nadie mas de lo que ya he visto. Las nubes naranjas producto del atardecer me indican que ya es hora de volver.

Bajo con cuidado y comienzo a caminar con la mirada perdida en el suelo.

El mismo escalofrío que sentí esta mañana en la casa de Estela hace que apriete mis manos en este momento y vuelva a buscar esa mirada invisible.

Nadie. No hay nadie, la vida quiere que me vuelva loca.

La Luna No Brilla SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora