Capitulo 10: Nada es fácil.

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La oscuridad la envolvía, suave y profunda, como un océano de sombras. Flotaba en su inmensidad, sin peso, sin ataduras, liberada de la gravedad que la anclaba al mundo tan horrible que vivía. No había frío ni calor, sólo una tranquilidad etérea que la rodeaba, acariciando su ser con dedos invisibles.

Por primera vez, la debilidad no era una cadena, sino una liberación. La armadura que había forjado a lo largo de los años, pieza por pieza, se disolvía en la nada, dejándola desarmada ante la vastedad del vacío.

Y estaba bien, sorprendentemente bien, con aquella vulnerabilidad que la envolvía.

Sabía que algo estaba mal, algo se agitaba en algún rincón de su conciencia, una alarma lejana que debería haberla llenado de pánico. Pero no lo hizo. La paz que había deseado durante tanto tiempo, pero que había alejado después cada vez más de su vida, estaba en cada parte de su cuerpo sin ningún esfuerzo.

En la lejanía, más allá de la oscura tranquilidad que la rodeaban, vislumbró dos figuras. Eran ellos, los pilares de su existencia, los que daban sentido a su lucha, a su sacrificio. Con cada fibra de su ser, anhelaba unirse a ellos, sentir el calor de su presencia, escuchar sus voces.

Pero cuando intentó avanzar hacia los rubios, sus ojos azules como el cielo se encontraron con sus ojos dorados, y con un gesto silencioso, la detuvieron. Una barrera invisible se levantó entre ellos, tan fría y firme como el acero.

Luchó, con toda la fuerza que había definido su vida, para romper esa barrera. Quería hablarles, decirles todo lo que había guardado en su corazón, lo que no les había podido decir, envolverlos en un abrazo que borrara todas sus heridas. Pero ellos, con una tristeza que reflejaba la suya, la mantenían a distancia.

Sus ojos comenzaron a abrirse con lentitud, como si sus párpados pasaran. Una luz blanca y brillante se filtró a través de sus pestañas, anunciando su realidad fuera de aquella oscuridad.

El sonido monótono y constante de una máquina, acompañado por el olor inconfundible a limpieza y medicina que impregnaba el aire, llenaron todos sus sentidos.

Sintió el roce suave de una mascarilla sobre su rostro que le regalaba más oxígeno con cada respiración que daba. Giró su cabeza con suavidad, permitiendo que sus ojos se acostumbraran a la claridad del lugar.

Observo con detalle la habitación de hospital que la rodeaba, sintió una fuerte punzada en su cuello al girar hacia la derecha, se llevó por instinto su mano hasta allí, para encontrarse con varias vendas alrededor de su cuello.

Wesker había logrado convencer al ruso de que se retirara a descansar, ambos habían pasado la noche en completo nerviosismo, el hospital había drenado todas sus energías.

La noticia del doctor había caído como un balde de agua fría sobre ellos, la directora dependía de un milagro. La pérdida de sangre había sido crítica, y ahora, lo único que podían hacer era esperar, y ver si lograba sobrevivir la noche.

"Ella va a estar bien, esa cuarentona ha pasado por cosas peores"

Esas fueron las palabras que repetía Aleksander cada vez que los medicos y enfermeras entraban corriendo hacia la habitación de la morena.

Con el peso de la incertidumbre aplastando su pecho, Wesker entró a la habitación para hacerle compañía a la directora. Pero entonces, una sorpresa lo sacudió hasta los huesos, la morena estaba despierta, sus ojos dorados fijos en la puerta por la que acababa de entrar.

—Buenos días, bella durmiente —Saludó con una voz que pretendía ser ligera, pero que no ocultaba el alivio que lo inundaba al verla consciente.

Dominique al mirarlo, soltó un suspiro que se llevó lo mucho que le disgustaban los hospitales.

Eyes For You (Domisker) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora