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CAPÍTULO CUATROcentímetros entre nosotros──── ◉ ────

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CAPÍTULO CUATRO
centímetros entre nosotros
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         La mayor parte de los recuerdos de Winter cuando era una niña, se resumían en visitas a los hospitales y a las zonas de guardería para niños. Fue por eso que le guardó cierto temor a esos lugares y hasta a la palabra en sí.

Pero en momentos como esos, el miedo no era importante cuando se trataba de la vida de su hermanito.

—Leo Choi. —soltó el nombre tan pronto llegó a la recepción.

Había pasado una semana desde que empezó a trabajar para los Dodgers, siete días en los que estuvo forrada de trabajo hasta el cuello. Los Fisioterapeutas anteriores tampoco se lo dejaron fácil, porque todas sus notas estaban desorganizadas y algunas tenían la letra tan mal que le tocó adivinar al azar algunas cuestiones de los jugadores.

Y eran bastantes.

Por fortuna, la mayoría se mostraba indiferente con su presencia. Obedecían a los pedidos de la chica sin quejarse y escuchaban sus consejos sobre los movimientos que debían hacer para no salir lastimados. Nick, que era el único que le hablaba como si fuesen amigos de toda la vida, era quien solía ayudarla en pocas ocasiones a llevar sus anotaciones y herramientas de trabajo a su estante personal de chequeos.

Y, tal como le dijeron, en ninguno de esos días vio a Ken Sato por ahí.

Solía regresar un poco tarde. Nada inusual si contamos que ella habitualmente volvía a altas horas de la noche cuando tenía sus dos empleos, pero a diferencia de esas veces, Winter no dormía casi por seguir trabajando incluso fuera de su horario. Se mantenía en el comedor organizando todos los documentos sobre los jugadores del equipo y sus destrezas, estudiando no solo sus debilidades, sino también repasando su fisiología.

Pero eso no era lo más angustiante.

La llamada del banco al que pertenecía le dió un ultimátum para presentarse a las oficinas antes de tomar medidas más drásticas. La muchacha no tuvo más opción que ir y hablar con las personas correspondientes para no llegar a tales extremos.

“—Tiene un tiempo límite de treinta días para pagar el dinero. Si no lo hace, tendremos que embargar su cuenta crediticia para saldar la deuda”

Eso, añadiendo lo que le debía a los prestamistas callejeros. Fue una pésima idea meterse con esa gente, porque al contrario del banco, ellos no tenían piedad en lastimarte si era necesario.

No supo en qué momento creyó que pedirles dinero fue una buena idea.

Por un segundo creyó que renunciar a sus dos empleos fue una estupidez, pero al recordar el tiempo de trabajo que tendría que cumplir en el gimnasio, más las horas extras en cada partido que los Dodgers jugaran, no tendría ni siquiera tiempo para regresar a casa a horas adecuadas.

physiotherapist ; ken sato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora