❪ 12. the beginning of her downfall ❫

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CAPÍTULO DOCEel inicio de su perdición──── ◉ ────

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CAPÍTULO DOCE
el inicio de su perdición
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          —Ponte cómoda.

La muchacha elevó la mirada con agradecimiento mientras enviaba el mensaje a su abuela de que se iría a dormir, sabiendo a lenguas que era mentira porque en ese momento caminaba al lujoso sofá de Ken Sato y veía todo a su alrededor.

Era la segunda vez que estaba ahí, y en efecto, no había nada que no la siguiera impresionando.

Cuando se sentó, siguió con la mirada el cuerpo del chico hasta perderse por las escaleras. De repente, su corazón empezó a latir con fuerza.

«No debería estar aquí» pensó, porque aunque solo era una visita para asegurarse de que su hombro estuviese bien, sabía que sus propias mentiras eran bastante obvias sin siquiera intentarlo un poco.

No estaba ahí solo por un hombro.

Estaba ahí porque quería estar cerca de él.

Quería tener la esperanza de que, en algún momento, la historia del armario se repitiera no una, sino miles de veces.

Quería volver a experimentar eso que solo Ken logró hacerla sentir.

Algo poderoso.

Algo eléctrico.

Algo erróneo.

Pero que anhelaba como nunca antes.

Sintió hasta vergüenza de sus propios pensamientos porque bajo ninguna circunstancia creyó sentir eso por alguien. Y sin embargo estaba ahí, en la casa de uno de sus pacientes, a horas de la noche cuando fácilmente podría darle una excusa para atenderlo en el Estadio o Gimnasio como así lo establecía en el contrato de trabajo que firmó.

Incluso sintió como si estuviese haciendo alguna travesura, como si se tratara de una adolescente hormonal a punto de cometer una grandísima estupidez, y no como una adulta de veintidós.

Y si, la parte racional de su cabeza estuvo por decirle que se levantara y tan pronto Sato volviera a bajar por las escaleras, decirle que todo era un error y que debía irse de ahí. Total, podía inventar cualquier excusa.

—Disculpa la demora. —escuchó detrás de ella.

«Virgen santísima, purísima y altísima»

La boca se le secó de repente cuando lo vio con un atuendo diferente al que traía: camiseta blanca que se ajustaba a su abdomen y resaltaba esos brazotes como nunca antes, y unos pantalones deportivos grises.

Pantalones grises.

Grises.

«¡A la madre...!» Nunca antes había hecho tanto esfuerzo por no ser tan expresiva con su rostro como lo estaba haciendo justo ahora, pero es que él también se lo estaba complicando mucho.

physiotherapist ; ken sato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora