El duque Fleur, un hombre de mirada penetrante y rostro marcado por la preocupación constante, había ordenado la construcción de un cuarto secreto dentro de su propia habitación. Era un pequeño santuario, un refugio de paz y tranquilidad, con una ventana que ofrecía vistas al bosque encantado del imperio de Mackenna. En ese lugar, la pequeña princesa Fleur dormía plácidamente, protegida de las sombras que acechaban en el ducado. Las paredes estaban adornadas con tapices de seda, y la cama, con dosel de encaje, estaba cubierta de sábanas suaves como la piel de un ángel. El aire fresco del bosque entraba por la ventana, llenando el cuarto de un aroma a tierra húmeda y flores silvestres.
El duque, con la sospecha de una traición por parte de su hermano menor, había tomado esta medida, confiando solo en su esposa, la duquesa, una mujer de belleza serena y corazón noble, y la nana de la princesa, una mujer de rostro amable y ojos llenos de ternura. El secreto se mantuvo a salvo, envuelto en la cortina de una tradición del ducado: los hijos dormían solos en sus propias habitaciones a los tres años. La duquesa, con su sonrisa cálida y su mirada compasiva, era una presencia reconfortante en la vida del duque, un oasis de paz en medio de la tormenta que se avecinaba. La nana, con su voz suave y sus manos suaves, era un ángel guardián para la pequeña Fleur, una figura maternal que le brindaba amor y seguridad.
Como todos los días, después de que la mansión se sumiera en un silencio sepulcral, la nana y la pequeña Fleur se dirigían a la habitación de los padres. El cuarto, un remanso de paz, tenía un ventanal que ofrecía una vista espectacular del bosque del imperio de Mackenna, un bosque encantado que se extendía como un manto verde hasta donde alcanzaba la vista. Los árboles, altos y majestuosos, se erguían como centinelas, sus ramas entrelazadas formando un dosel que ocultaba los secretos del bosque. La luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando un juego de sombras y luces que danzaba en el suelo.
El bosque encantado era un lugar mítico, un santuario para animales extintos en otras partes del mundo, víctimas de la caza indiscriminada. Solo aquellos que lograron escapar encontraron refugio en este lugar, un lugar hostil para los humanos, a excepción de la familia imperial. El bosque tenía un guardián, el único fénix en el mundo, un ave de fuego legendaria que protegía el bosque con su poder. El fénix, con sus plumas doradas y sus ojos penetrantes, era un ser de fuego y magia, un guardián implacable que velaba por la armonía del bosque.
El fénix dorado, símbolo del imperio Mackenna, mataba a cualquier intruso que osara entrar con malas intenciones. Una barrera invisible, creada por el fénix, incineraba vivo a cualquier ser viviente que se atreviera a traspasarla. La barrera, invisible a los ojos humanos, era un escudo de fuego que protegía el bosque de cualquier amenaza.
El fénix con plumaje de fuego, mataba a cualquier intruso que entrara con malas intenciones al bosque, ya sea para tratar de cazar un animal del bosque o intentar hacer daño a la familia imperial. El fénix creó una barrera de protección por todo el bosque, incinerando vivo a cualquier ser viviente que venga con intenciones no permitidas, y antes de tan solo pisar el bosque por dentro de la barrera, era volviendo en cenizas.
El fénix, con sus alas de fuego y su mirada penetrante, se posó ante el primer emperador. El aire se llenó del aroma a azufre y ceniza que emanaba de la criatura mítica. El emperador, con su armadura dorada y su rostro marcado por la preocupación, observaba al fénix con una mezcla de asombro y temor.
"He venido a ofrecerte un trato", dijo el fénix, su voz resonando como el trueno. "A cambio de mi protección, uno de tus descendientes será el elegido para portar a mi hijo como su guardián. Juntos, gobernaran el imperio que ahora se encuentra en ruinas."
El emperador, confundido, frunció el ceño. "¿Tu hijo? ¿A qué te refieres?"
"Mi hijo es un espíritu de fuego, un ser poderoso que puede proteger a tu descendencia de cualquier peligro. Este espíritu, junto a la pequeña dama infernal, guiará a tu heredero hacia la grandeza. Juntos, reconstruirán el imperio y lo llevarán a la gloria."
El emperador, con la mente llena de dudas, intentó preguntar más, pero el fénix, con un movimiento rápido de sus alas, envolvió al emperador en una nube de humo y fuego. Cuando el humo se disipó, el fénix ya había desaparecido, dejando al emperador solo en la profunda cueva, con la mente llena de preguntas y la incertidumbre de lo que el futuro le deparaba.
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La pequeña dama infernal.
FantasyEn las sombras de la agencia secreta en Londres, Dafne, una valiente joven de 28 años, se embarca en una peligrosa misión para enfrentar a la mafia italiana y capturar a su líder. Sin embargo, la traición de su envidiosa compañera la lleva a ser sec...