Para entender el siguiente capítulo es necesario que entiendan lo siguiente:
Pupilo: se les llama así a las personas que todavía se encuentran iniciando y llevan alrededor de 1 a 30 días entrenando, si llegas al límite de periodo de prueba pasas al Rango inferior.
El Rango inferior: Tiene aproximadamente 5 niveles cada uno con sus respectivos exámenes para pasar al siguiente Rango, también se le conoce como.
El Rango intermedio: Tiene aproximadamente 7 niveles en cada examen tienes que pasar con éxito las 7 pruebas para pasar al siguiente Rango.
El Rango avanzado: Tiene aproximadamente 6 niveles y cada uno con exámenes una vez pasar los 6 niveles te conviertes en maestro de la espada.
Los exámenes son teóricos y físicos, cuando llegas al rango inferior cambian tus botones de cobre a los de oro mostrando dignamente qué estás practicando el arte de la espada, te dan dos medallas por rango al iniciar y al finalizar, para seguir con el siguiente Rango, estás medallas son portadas desde el primer día que se le fue otorgado hasta el último tiene magia de protección es difícil por no decir imposible dañarlo.
Vamos a aclarar que las medallas te dan peso en el uniforme durante los entrenamientos y hace que tu cuerpo sea más pesado cuando entrenas una vez finalizas los entrenamientos vuelves a cargar con tu peso original, por cada medalla de rango inferior es de 4 kilos, por las dos medallas de rango intermedio son 7 kilos y por las medallas de Rango avanzado son 10 kilos.
Las medallas solo pesan durante los entrenamientos, cuando se encuentran con enemigos , batallas o guerras las medallas nunca pesaran es nulo que lo hagan, el propósito de soportar peso es que cuando no lo tengas encima tu cuerpo se sintiera más ágil, veloz, fuerte y hábil, te ayudan a fortalecer tus músculos y a mantener el equilibrio aún con el peso encima.
Dos semanas habían transcurrido desde que mi entrenamiento había comenzado. Mi cuerpo, débil como un junco, se rebelaba contra cada movimiento. El dolor, un espectro implacable, se aferraba a mis músculos como una garra de hierro. Cada sesión de entrenamiento era una batalla contra mi propia fragilidad, una lucha contra la sombra de mi antiguo ser.
Tras cada sesión, me refugiaba en mi habitación, buscando alivio en el agua helada, pero el dolor seguía acechando, una punzada persistente que me obligaba a permanecer postrada en la cama. Rose, mi fiel acompañante, me ofrecía un bálsamo de alivio, su mano suave acariciando mi piel mientras la crema aliviaba la agonía.
Un solo día a la semana me concedía un respiro, para el resto de la semana era un lavado de cara, un desayuno frugal en la soledad de mi habitación, y luego, la batalla comenzaba. Una hora de calentamiento, un ritual para despertar mis músculos adormilados, y tres horas de ejercicios, un tormento que me obligaba a desafiar mis propios límites.Un breve descanso, apenas suficiente para un almuerzo frugal, y luego la voz de Thomas, mi maestro, resonaba en mis oídos, tejiendo un tapiz de conocimiento sobre el arte de la espada. Dos horas de teoría, un bálsamo para mi cuerpo fatigado, seguidas de horas de práctica, perfeccionando las técnicas, aprendiendo nuevas, hasta que el sol se rendía ante la luna.
El crepúsculo marcaba el final de mi jornada. La ducha, un ritual purificador, me liberaba del sudor y la fatiga. La cena con mi abuela, un momento de paz en medio de la tormenta, un puente hacia un pasado que aún me resultaba extraño. Pero poco a poco, las palabras fluían entre nosotras, tejiendo un hilo de entendimiento, un lazo que se fortalecía con cada cena. Tras el último bocado, regresaba a mi habitación, buscando el descanso que mi cuerpo anhelaba, Rose a mi lado, aliviando mis dolores.
Mi día libre, un regalo semanal, me permitía devorar la información de este nuevo mundo, un festín de conocimiento para saciar mi sed de saber. La biblioteca, mi santuario, me acogía con sus brazos abiertos. Desayunaba, almorzaba y cenaba con mi abuela, un ritual que poco a poco se convertía en un bálsamo para mi alma. La servidumbre, acostumbrada a la distancia fría que separaba a la abuela y a la nieta, se quedó atónita al vernos compartir la mesa, un cuadro de armonía que rompía con el silencio ancestral que nos separaba.
Una sonrisa, un gesto cálido, un pequeño detalle personal que se escapaba de mis labios, iluminaba el comedor, una chispa que rompía el hielo que nos separaba. La sonrisa de mi abuela, un rayo de sol en un día nublado, me llenaba de un calor que no había sentido en mucho tiempo. Una grieta se abría en mi muro defensivo, un pequeño espacio donde la confianza comenzaba a florecer. Pero aún no confiaba plenamente en ella, no todavía.
Una vez terminé mi periodo de prueba, la transición al Rango Inferior me trajo un nuevo peso, una medalla que portaba con orgullo, un símbolo de mi progreso. En ese mismo día, conocí a Zhander, el hijo de Thomas, un niño de seis años, una réplica en miniatura de su padre. Un niño amable, educado, pero feroz y hábil cuando nos enfrentábamos en el campo de entrenamiento.
La batalla era desigual, una farsa cruel. Zhander, con su edad y tamaño, me doblaba en fuerza. Él ya llevaba tiempo entrenando; se encontraba en el nivel tres del Rango Inferior, mientras yo apenas comenzaba mi camino.
Tragándome mis protestas, mordí mi lengua para no hablar de la injusticia. Como si leyera mis pensamientos, Thomas me dijo con voz firme:
—En la guerra, es luchar o morir. No vas a pararte en medio del campo de batalla a decirle al enemigo que es injusto, preguntar si tiene el mismo tiempo de entrenamiento o si es mayor y por eso te supera en fuerza. Es injusto, claro que sí, pero para eso es la guerra, para luchar contra las injusticias y dar un mandato justo y honorable —dijo Thomas, agarrándome por los hombros, sus manos transmitiendo una fuerza que me llenaba de una extraña esperanza—. Tienes que apañártelas tú sola, tienes que pulir el talento que fluye por tus venas, tu destino está decidido desde que dieron la noticia del embarazo de la duquesa, ahora está en ti luchar para ganarte ese lugar y liderar a tu gente, eres nuestra única esperanza, pequeña dama infernal.
—¿Por qué sería mi única esperanza? Tiene una futura generación de Élite completa, y la primera división está siendo forjada como las armas que somos para batallar en la guerra contra el Imperio Kratos.
—Y está en ti terminar esta guerra.
«¿Por qué yo? Es tan injusto, yo solo quiero tener una vida tranquila, ¿es mucho pedir, al parecer?» Me quedé con esas palabras atascadas en la garganta.
Solo pude mirar al frente sin mirarlo y asentir con la cabeza, totalmente resignada. Di media vuelta con mi peculiar manía. A muchos les extrañaba mi manera tan fácil y única de voltear sobre mis pies para ir a la dirección contraria. Era un paso militar que, al estar muchos años con él, se volvió una costumbre para mí.
Me dirigí a mi habitación. Por los grandes ventanales podíamos apreciar aquel hermoso atardecer; colores cálidos pintaban el cielo con el sol aún brillante.
Una vez llegué, me fui a ducharme. Realmente me había costado convencer a Rose para dejarme bañarme sola. Estaba muy reacia y fría a la idea. Al principio, con el paso de los días, le fui proponiendo alternativas para evitar que me bañara.
Tuve que crear una pulsera clínica que se conectaba a mi corazón, controlando mi ritmo cardíaco. Le indiqué que esto le avisaba si yo estaba por morir cuando aquella pulsera mostrara una línea recta verde. Quise demostrárselo para que lo verificara con seguridad, pero casi me voy de nuevo, literalmente, por el zape que me dio en la cabeza.
Para no practicar ningún arte marcial, sí que tiene la mano pesada, y dolía el golpe. Eso me pasa por andar de "chistosa", eso dijo después de darme el zape.
Salí de la bañera una vez sentí que el agua tibia se comenzaba a poner fría. Me sequé con la toalla las partes húmedas y me puse mi camisón de dormir. Esperé sentada en el tocador a Rose.
A los pocos minutos apareció. Procedió a cepillarme el cabello rubio platinado que ahora se encontraba húmedo y a secarlo. Batallo considerablemente con mis ondas que se empezaban a formar en las puntas.
—Señorita, creo que es tiempo de cortarle el cabello; están apareciendo extrañas curvas por su cabello —dijo Rose, cortando el silencio.
—Ay, Rose —dije mientras reía un poco; me acaba de alegrar el día—. Son ondas; mi cabello, antes liso, ahora se está volviendo ondulado. Es normal que el cabello cambie conforme vas creciendo.
—¿Cómo sabe eso? Yo no estoy al tanto de ese tipo de información. Aquí decían que era una extraña mutación que se involucra a lo raro —dijo Rose, extrañada.
—¿Quién fue el inútil que dijo tal negligencia? Esto —dije con voz irritada mientras señalaba las pequeñas ondas que se estaban rebelando por el cabello liso—. Es genética; viste a la abuela; sus puntas son curvadas; probablemente ella tenga ondas también, pero cuando acostumbras a peinarte con el cabello como si fuera liso, lo obligas a quedarse en ese estado y te da aire de despeinada.
—Pero… —trató de rebatir Rose.
—No, Rose, todos somos creados, y si nos hicieron con cabello ondulado y rizado, no es malo ni es señal de maldición. Es único, algo que siempre te caracteriza, porque todos somos únicos y especiales. Eso nos hace ser nosotros mismos; ya en tus manos está que sea para bien o para mal.
—¿Qué le perturba, señorita? — preguntó Rose, su voz suave pero penetrante, como si leyera mis pensamientos.
—Odio que me conozcas tanto — respondí, soltando un suspiro débil que apenas se escuchó en la quietud de la habitación. La sinceridad de mis palabras me sorprendió a mí misma.
Me levanté; mi cabello, ahora seco, mostraba con orgullo sus nuevas ondas, acentuando la belleza de mi rostro. Caminé hacia mi cama, la suavidad de las sábanas invitándome al descanso. Me tapé hasta el cuello, dispuesta a dormir. Antes de hacerlo, contesté a Rose:
—Tengo mucha carga sobre mis hombros — dije, cerrando los ojos. —Y eso no es ni la octava parte de toda la carga.
Me acomodé de lado, dando a entender que me disponía a dormir. Solté un suspiro bajo al escuchar el suave chasquido de la puerta al cerrarse. Un susurro escapó de mis labios, apenas audible:
—No importa la carga que lleve; estoy dispuesta a soportarla por mi gente.
Caí en un sueño profundo y reparador. Los días, repetitivos en su estructura, fueron pasando. Mi cuerpo se había adaptado rápidamente al riguroso entrenamiento. Ya no dolían los músculos como en las primeras semanas, y Rose dejó de aplicarme la pomada.
Cada día se me exigía más, pero yo no me conformaba y me exigía el doble. Solo me recordaba constantemente el propósito de mi entrenamiento: proteger a los míos y cuidar a los débiles, luchar contra la injusticia y acabar con ella, la principal de todas: el Imperio Kratos.
También me di cuenta de que, diariamente, Thomas me llamaba con aquel extraño apodo: "Pequeña dama infernal". Pero poco a poco, se había convertido en algo común, incluso familiar. Seguía en la biblioteca de la mansión, leyendo todo lo que podía. Eran libros actualizados, recientes y de suma importancia para el continente.
No se comparaban con la biblioteca del Imperio, claro está, pero seguían siendo útiles. Aprendí aún más sobre este nuevo mundo y su peculiaridad: la magia. Solo encontré libros con textos básicos, pero eran pocos, alrededor de quince, no más.
Dos meses pasaron rápidamente desde que llegué a la mansión. Me había dedicado de lleno al entrenamiento y la lectura. Mi cuerpo se había habituado a la rutina diaria de ejercicios, algo que me alegraba increíblemente, alentándome a exigirme más de lo que me pedían.
Zhander había sido de mucha ayuda. Al tener más experiencia, yo aprendía también sus técnicas avanzadas, al analizarlo en cada combate que nos enfrentábamos.
Durante esos meses pude subir dos niveles, algo que les sorprendió gratamente a todos, pero fue una noticia más que bien recibida. Zhander no se quedó atrás; había subido un nivel. Su progreso en los niveles era lento, algo completamente normal para los demás, pero no para mí.
Él entrenaba para llegar con base a la Academia Mgistrel; prácticamente no le quedaba de otra para no quedar en ridículo siendo el primogénito del Conde Scarlett. Mi entrenador era un conde Maestro del arte de la espada desde hacía diez años. Zhander Scarlett entrenaba por obligación, y yo, Keren Romanova, por mi propósito de vida. Éramos tan distintos, pero con destinos similares y mentalidades diferentes.
Mientras él entrenaba, su único pensamiento era cuándo acabaría su tortura (el entrenamiento). Una vez se veía el sol caer por el horizonte, soltaba la espada y se iba después de hacerme una reverencia.
Él daba lo que esperaban de él; no fracasaba, pero tampoco destacaba. Mientras yo me esforzaba en crear nuevas técnicas y planificar estrategias para nuestro siguiente combate, aprendiendo de mis errores, que, por cierto, eran considerablemente pocos para mi grata sorpresa. Zhander era presionado para que diera más de sí, y lo hacía, mientras yo no tenía que ser presionada por otros. Era suficiente para mí que, cada vez que lograba algo, tenía que hacerlo perfecto la próxima vez.
Los meses pasaron rápidamente. Zhander finalmente había logrado avanzar al Rango Intermedio hacía unos días, y portaba orgullosamente sus nuevas medallas otorgadas. Había veces que él perdía el equilibrio por el peso de aquellas medallas, pero se volvía a levantar mientras yo me encontraba pisándole los talones.
Estoy al límite del nivel siete en Rango Inferior. Thomas presumía con orgullo de su hijo y de su alumna. Quedaban unos cuantos días para que pudiera dar mi examen para pasar al Rango Intermedio con Zhander.
Zhander, para su grata sorpresa, no se enojó, ofendió ni tuvo una reacción negativa cuando fue informado de que, en pocos días, iba a dar mi examen para Rango Intermedio.
Solo dio una radiante sonrisa para después abrazarme mientras me felicitaba. Me recordó cuán orgulloso estaba de saber que su compañera de entrenamiento iba a estar a su mismo nivel, que esperaba con ansias el día que pasemos al Rango Avanzado para enfrentarnos a duelo formalmente.
Ahora me encontraba levantando temprano para asearme. Realmente no pude dormir mucho por la emoción; iba a tener mi examen para pasar al Rango Intermedio.
Para mi desgracia, mi padre todavía no lograba llegar a la capital. Se encontraba en las fronteras como miembro de la élite, junto a mi madre, que al poco tiempo después se unió a él para batallar contra el Imperio Kratos, al menos para hacerlos retroceder. Lo demás se podían encargar sus caballeros del ducado e imperial.
Una vez lista, me puse mi ropa de entrenamiento formal para esta ocasión y le agregué las dos medallas que poseía con orgullo en el pecho. El peso que cayó en mi cuerpo me hizo soltar un suspiro, pero no perdí el equilibrio. El tiempo que llevaba con ellas me hizo adaptarme al peso extra y acostumbrarme.
Me senté en la silla del tocador y me hice una coleta alta. El cabello dorado que antes me llegaba hasta las costillas ahora caía por mi nuca con sus ondas, dándome un aire elegante. Mi mandíbula, marcada y fina; los labios, ligeramente hinchados y rojizos por recién levantarme; ninguna sola hebra caía por mi frente; me había asegurado de evitar cualquier distracción durante el examen. Mis ojos demostraban poder, determinación y una confianza silenciosa.
Unos golpes ligeros en la puerta me llamaron la atención, sacándome de mi análisis. Una vez lista, salí, viendo fijamente, incrédula, a la persona que se encontraba en la puerta. Suponía que iba a ser Thomas para escoltarme, pero lo último que esperaba era que...
—¿Abuela? — pregunté con voz neutral, aunque la sorpresa se notaba contenida. — ¿Abuela, qué necesita de mí?
Hice una reverencia, más un acto de formalidad y etiqueta que por respeto. No es que me moleste realmente; ella y yo hemos ido conociéndonos lentamente.
—Yo te escoltaré hasta la sala de entrenamiento. Los jueces están esperando tu llegada. La primera impresión es la puntualidad, y veo que vas acorde al horario. No puedo retrasarte, así que vamos caminando, mientras te explico — dijo mi abuela, caminando a paso firme, y yo la seguí con mis piernas cortas, siguiéndole fácilmente el ritmo a pesar de lo apresurado de su paso. — No los mires a los ojos durante la prueba física; solo míralos detenidamente en la prueba teórica; sé que eres una niña de biblioteca.
— ¿Qué me puede decir? Me gusta estar informada y no ser ignorante del mundo — respondí, con una ligera sonrisa.
—Por supuesto, eso es realmente algo que te hace única. Puedes mirarlos al finalizar la prueba teórica, y si quieres reír con suficiencia, porque tú y yo sabemos que se les caerá la mandíbula al suelo al ver las respuestas del examen — dijo mi abuela, con una sonrisa cómplice que me llenó de confianza.
Ahora reí con ganas, una risa franca y sonora que resonó en el pasillo. Caminamos hacia la sala de entrenamiento, mi abuela y yo, conversando animadamente. Soltaba chistes de humor negro, tan inesperados como brillantes, mientras me daba indicaciones sutiles pero certeras para realizar con éxito el examen. Su compañía me tranquilizó y me llenó de una confianza renovada.
Tal como lo había predicho, al finalizar la prueba teórica, los miré fijamente, mi mirada penetrante y desafiante. Su desconcierto fue evidente. Les reí arrogantemente, una risa triunfante que resonó en la sala, dejándolos estupefactos. Pero nada se comparó a la reacción que provocaron mis respuestas. Solté una carcajada al escuchar sus comentarios sorprendidos sobre mis nuevas técnicas, una carcajada que expresaba mi satisfacción y mi superioridad.
Ahora, portaba cuatro medallas, su peso un símbolo tangible de mi progreso. El peso extra ya no me afectaba; me sentía ligera, ágil, llena de una nueva fuerza. Ese día se celebró un pequeño banquete en la mansión, los empleados revoloteando a mi alrededor, sus felicitaciones un coro de alegría que resonaba en mis oídos.
Sonreí para mí misma, una sonrisa triunfante, llena de satisfacción. Ahora era una alumna del Arte de la Espada de Rango Intermedio. ¡Jódase todos los que dijeron que no podría serlo! Ahora se lo restregaría en la cara, no con palabras, sino con acciones. Mi ascenso no era solo un logro personal; era una declaración, un mensaje a todos aquellos que dudaron de mí.
![](https://img.wattpad.com/cover/372191089-288-k332683.jpg)
ESTÁS LEYENDO
La pequeña dama infernal.
FantasyEn las sombras de Londres, Dafne, una agente secreta de 28 años, se enfrenta a la despiadada mafia italiana. Su misión: capturar al líder. Sin embargo, la traición de su compañera la sumerge en una condena: secuestro, tortura y una decisión desgarra...