Capítulo 36

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Advertencia: El siguiente contenido explora temas que pueden resultar perturbadores o angustiantes para algunos lectores. Se recomienda discreción y se advierte que las escenas pueden contener violencia, lenguaje explícito, temas sexuales o situaciones que podrían ser consideradas gráficas o inquietantes. Si eres una persona sensible o te sientes incómodo con este tipo de material, te sugiero que te retires de la lectura en este momento.

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Los días posteriores a la muerte de lady Emma, fueron un torbellino de emociones para Blair. La tristeza se cernía sobre ella como una densa niebla, opacando la luz del sol y convirtiendo cada momento en un recordatorio de la ausencia que la carcomía por dentro.

Yo, consciente de su dolor, me convertí en su ancla, un faro de apoyo en medio de la tormenta. Le hice saber que no estaba sola, que tenía un hombro en el que apoyarse, un oído atento para escuchar sus lamentos y un corazón dispuesto a compartir su carga. Cada palabra, cada gesto, cada mirada, buscaba reconfortarla, asegurarle que no estaba sola en su batalla contra el dolor.

Había veces que Blair se escabullia por el pasillo hasta mi habitación, tocando mi puerta tímidamente y pidiendome que si podía dormir conmigo, nunca me negué sabía lo duro que era para ella, así que me encargaba de acurrucarla en mi cama y cantarle suavemente hasta que se quedara dormida.

En las noches más oscuras, cuando la soledad se tornaba insoportable, Blair se escabullía por el pasillo, su figura frágil recortada por la tenue luz de la luna. Tocaba mi puerta con timidez, sus dedos apenas rozando la madera, y con voz apenas audible, me pedía que la dejara dormir conmigo.

Nunca me negué.

Sabía lo duro que era para ella, cómo la pesadilla de la pérdida la perseguía incluso en sueños. La recibía con los brazos abiertos, la acurrucaba en mi cama, envolviéndola en un abrazo cálido y protector.

Y mientras ella se aferraba a mí, susurrando palabras incoherentes, yo le cantaba suavemente, melodías que la transportaban a un lugar donde la tristeza se diluía y el descanso la envolvía como un manto de paz.

El tiempo pasó rápido. Blair, poco a poco, fue encontrando la paz y la tranquilidad para dormir sola en su habitación, esto principalmente debido a que los huevos de nuestros Guardianes nos fueron otorgados.

La sorpresa, sacudió a la segunda división, incluyendo a mi. Cada huevo, otorgado a su portador con un ceremonial solemne, era un reflejo perfecto del color que había adornado el collar de cada uno durante la ceremonia.

Un espectáculo de sincronía y magia que nos dejó atónitos. El aire se espesó con la expectación, cargado de un aroma dulce y extraño, como si la propia atmósfera se hubiera impregnado de la magia del momento.

Sin embargo, el huevo de mi Guardián, más grande en comparación con los demás, se alzaba como un enigma. Sus pequeñas escamas, una textura completamente ajena a los demás, insinuaban un misterio que se extendía como una sombra sobre el brillo de los demás huevos. Un enigma que, como un imán invisible, me atraía hacia él con una fuerza irresistible.  Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, una mezcla de intriga y poder que me obligaba a acercarme a ese huevo singular.

Custodiábamos con cuidado el huevo de nuestro Guardián. Lo acunábamos en una suave almudilla, una especie de cuna que lo protegía del frío.

Nuestras habitaciones, adornadas con chimeneas que rugían con un fuego cálido, se convertían en nidos para nuestros preciados tesoros.

El calor era esencial, una necesidad vital para el huevo que se alimentaba de nuestra propia aura. Cada vez que activaba mi aura, transfiriéndole energía al huevo de mi Guardián, sentía una sed insaciable del huevo, una demanda voraz que superaba lo que se consideraba suficiente.

La pequeña dama infernal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora