Capítulo 10

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Después de la solemne ceremonia de la primera división, un año se deslizó con la rapidez de un suspiro. Sin embargo, el día que temía finalmente llegó: el ataque del conde Ching al Ducado Fleur.

La noticia, como un rayo abrasador, arrasó con todo a su paso, llevándose con ella a sirvientes, guardias y a la familia Fleur, dejando solo al joven heredero, que en ese momento se encontraba fuera, entrenando junto con la primera división.

Pero la tragedia fue absoluta cuando lo leí en el libro antes de morir en mi mundo y reencarnar con mis recuerdos en este cuerpo y este mundo. Ni el emperador ni la emperatriz de Mackenna pudieron evitar verse devastados por la pérdida de sus entrañables amigos de la infancia, y mucho menos por la muerte de su querida ahijada.

Escribí con rapidez en las hojas de papel todo lo que recordaba de aquel libro que había leído antes de mi muerte. Las palabras se volvían casi incontrolables en mi mente, una verdad sombría que temía no sucediera, pero que el destino parecía tener reservada para todos.

A medida que mi pluma corría sobre el papel, mi pecho se apretaba, y un dolor punzante empezó a anidar en mi interior, haciéndome consciente de la pesada carga del futuro que aún no podía cambiar.

Intenté disimular el dolor cuando Rose, con su habitual serenidad, me cepillaba el cabello rubio platinado. Pero, por un momento, sentí una opresión en el pecho que me fue imposible ocultar.

—Tengo un mal presentimiento —dije sin pensar, la voz saliendo de mis labios con un tono inquietante.

Rose, al notar mi inusual tono, desvió su mirada hacia mí, preocupada.

—¿Qué le abruma, Keren? —preguntó con delicadeza, como quien teme que sus palabras puedan hacer más mal que bien.

Me quedé un instante en silencio, reflexionando si debía compartir mis temores con ella. ¿Cómo podría explicarle lo que sentía sin que pensara que estaba delirando? Pero sabía que no podía quedarme callada. Algo en mi interior me urgía a hablar.

—Siento que algo grave va a pasar, Rose —respondí, mis ojos fijos en la taza de té frente a mí, como si las palabras pudieran escapar más fácilmente al no mirarla directamente.

Rose frunció el ceño ligeramente, pero su tono fue amable, casi condescendiente.

—Señorita, usted es todavía muy joven para tener esos tipos de pensamientos —dijo mientras continuaba con su tarea, sin dejar de cepillar mi cabello con la destreza que siempre la caracterizaba.

«Claro, ¿cómo podría tomar en serio una niña de cuatro años?»

Mi propia mente me burlaba con esa cruel verdad. Pero había algo más allá de mi edad, algo que no podía describir.

—No son pensamientos, Rose —dije, levantando mi taza con delicadeza, tomando un sorbo y dejando el recipiente con los modales de una noble. Mi tono se suavizó, pero mi mirada era firme—. Es un presentimiento.

Rose me miró un momento, como si quisiera entender lo que decía, pero solo asintió lentamente, y sin más palabras, siguió con su tarea. La brisa suave del amanecer que entraba por la ventana me hizo pensar por un instante en todo lo que aún no comprendía.

Las piezas del futuro se entrelazaban de manera confusa, y por más que intentara ignorarlo, sabía que algo grande se acercaba, un cambio inevitable que quizás ni yo podría evitar.

La pequeña dama infernal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora