Capítulo 7

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La puerta de mi habitación se abrió con un suave crujido, dejando paso a Rose, la doncella que me acompañaba desde la infancia.

—Saludos a la Princesa Romanova —dijo, haciendo una profunda reverencia que marcaba el respeto que me profesaban—. Señorita, el banquete por el cumpleaños del Príncipe Samuel está por iniciar. Se solicita su presencia.

—Rose, ¿cuántas veces tengo que decirte que no me llames princesa o señorita? Puedes llamarme Keren —respondí, esbozando una sonrisa apenas perceptible, un ligero gesto que intentaba desarmar la formalidad que nos rodeaba.

Caminé hacia el salón donde se celebraba el banquete, sintiendo la mirada de Rose sobre mí. Todavía no me había acostumbrado a la reverencia que me profesaban. Era extraño, casi inquietante, sentir ese temor reflejado en sus ojos, un temor que se dirigía a mí, a Keren Romanova Skiler, la heredera del Ducado.

Era mi mirada, lo sabía. Desde pequeña, mis ojos habían tenido un efecto peculiar en las personas. Una mirada intensa, que parecía penetrar hasta el alma, que hacía que muchos se sintieran incómodos, incluso atemorizados.

Recordaba a un sirviente que, al servirme el almuerzo, comenzó a temblar incontrolablemente bajo mi mirada fija. Salió casi corriendo del lugar, sin olvidarse de hacer una rápida reverencia, como si temiera mi poder.

Desde entonces, había aprendido a controlar mi mirada, a no sostenerla por mucho tiempo en los ojos de los demás.

Mis padres podían soportar mi mirada, mi hermano solo me miraba con ternura, pero con los demás era diferente. Me convertía en un enigma, un enigma que necesitaba aprender a manejar en este mundo lleno de magia y poder.

Al acercarme al salón, el bullicio de la celebración comenzó a inundar mis sentidos. Las risas, las conversaciones y el tintineo de copas formaban una sinfonía que contrastaba con la seriedad de mis pensamientos. Era un banquete en honor a Samuel, pero en mi mente, la sombra de lo que había ocurrido con Elizabeth y el caos que se avecinaba me seguía como una nube oscura.

Al cruzar el umbral, la decoración del salón me recibió: mesas elegantemente dispuestas, adornadas con flores frescas y candelabros que emitían una luz cálida y acogedora. 

Las sonrisas de los nobles brillaban como joyas, pero yo sabía que tras esas sonrisas podían ocultarse muchas intenciones.  Aunque era un día de celebración, la atmósfera estaba cargada de una tensión invisible, un recordatorio de que el poder y la traición siempre estaban a la vuelta de la esquina.

Mientras me adentraba en el salón, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Era un recordatorio de que, aunque era la heredera, no podía bajar la guardia. 

Las alianzas podían romperse en un instante, y la traición podía surgir de las sombras, disfrazada de amistad.

Con cada paso que daba, reafirmaba mi decisión de no dejarme dominar por el miedo. Ya no era la niña frágil que había sido, sino una mujer decidida a tomar las riendas de su destino, a proteger lo que era suyo y a descubrir la verdad detrás de las intrigas que amenazaban a mi familia y a mi pueblo. La Princesa Keren Romanova Skiler no sería simplemente un peón en este juego, sino una jugadora que lucharía por lo que le pertenece.

—No permitiré que me conviertan en una víctima —murmuré para mí misma, mi voz resonando en el silencio de mis pensamientos, mientras me dirigía hacia el centro del salón, lista para enfrentar cualquier desafío que se me presentara.

Añoraba mi antiguo mundo, el mundo compartido con John, mi mejor amigo.  Extrañaba sus bromas ingeniosas, su humor irónico, las tardes de canciones a todo pulmón, las noches de cine con Abigail y Mackenzie, las compras impulsivas, las conversaciones interminables sobre series de televisión que se extendían hasta altas horas de la madrugada. 

La pequeña dama infernal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora