Capítulo 23

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Mis padres partieron al amanecer del día siguiente, dejando un vacío en la mansión que solo la alegría de mis nuevos proyectos podía llenar.  Tenía que asegurarme de que mi abuela tuviera una fuente estable de ingresos para ella y su condado, Silvery Moon. El futuro de la condesa Valery Romanova dependía, en parte, de mi éxito.

Me levanté temprano, como ya se había convertido en una costumbre. Mi aseo personal, un ritual rápido que, debo admitir, me fastidiaba un poco. Necesitaba urgentemente que inventaran cremas para la piel, bloqueador solar, cepillos de dientes y colonia. No podía vivir toda mi vida recurriendo a magos para que me purificaran de impurezas; prefería hacerlo por mí misma.

Me puse mi traje de entrenamiento. Aunque ya tuviera el título de Maestra de Espada, no podía permitirme descuidar mi físico. Me dirigí a la sala de entrenamiento y pasé allí cuatro horas, deteniéndome una hora antes del almuerzo. Durante ese tiempo, calenté, modifiqué y combiné nuevas técnicas, algunas inventadas por mí, pero no por ello menos eficaces.  También luché contra Zhander, enseñándole sus errores y aberturas al atacarme.

Como dicen, se aprende mejor enseñando, y eso es exactamente lo que hice. No solo se beneficiaba él; yo también. Nos usábamos mutuamente. Me felicitó por mi éxito en el examen con un abrazo, y se lo devolví gustosa.  Ese niño me sacaba dos cabezas, pero su increíble corazón noble era tan puro que parecía de menor edad.

Una vez terminé de entrenar, me fui a bañar, relajando mis músculos, ya no adoloridos, pero todavía un poco tensos. Me fui al comedor principal, y mi abuela ya estaba sentada en el centro de la mesa, como la condesa que es.

—¿Cómo va todo? Lo del entrenamiento — me cuestionó mi abuela, su voz suave pero penetrante.

—Bien, supongo que es raro no tener a alguien que me entrene y guíe cuando me equivoco. Ahora tengo que hacerlo por mí misma, supongo — dije, suspirando levemente.  La independencia tenía sus desafíos.

Mi abuela hizo una señal con la mano, y la servidumbre procedió a servir la comida.  Su habitual copa de vino tinto reposaba en sus manos, y se lo llevó a los labios para beber antes de hablar. Una vez terminó, empezó a mover la copa lentamente y dijo:

—En la guerra no existe alguien que te guíe y señale tus equivocaciones — dijo, mientras tomaba un sorbo de vino. —Solo estás tú y tu instinto de supervivencia. Te adaptas o sufres heridas… o mueres.

—Qué ilusión me hace ir a dirigir un ejercicio de guerra — dije, fingiendo descaradamente estar emocionada.  Mi sarcasmo era evidente.

—Es una mierda, lo sé, pero supongo que nos toca aguantar. Después de todo, podemos morir si somos simples pueblerinos cuando invadan el imperio Zakary. Al menos tenemos la ventaja de que nos entrenan para saber defendernos — dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.

—Tanto poder que poseemos y no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino de ser la Élite. No tenemos elección, y eso es muy irónico. Ni el príncipe heredero se salvó — comenté, con una mezcla de frustración y resignación.

—Hablando de príncipes… — dijo, inclinándose levemente hacia mí, como si se tratara de un asunto confidencial.

—¿Por qué te inclinas así? — solté un bufido de burla. —De todas maneras, estoy a tres metros de ti; se escucharán todas tus palabras en el comedor.

—Ya lo sé; es para darle intriga y misterio — dijo, como si fuera obvio, y tomó otro sorbo de vino. —Hace unos años hubo todo un revuelo en el Imperio Mackenna cuando nació el tercer príncipe, la segunda estrella del imperio de Mackenna.

—¿Por qué el revuelo? — dije, mientras cortaba mi filete con la debida etiqueta, fingiendo indiferencia, pero por dentro mi corazón latía extrañamente rápido.

—Por el increíble parecido que tenía el tercer príncipe con el primer emperador — dijo, cortando también su filete. —Dicen que es su vivo retrato. Nadie hasta ahora ha podido describir completamente las características del primer emperador: el cabello plateado y los ojos anaranjados, como si el fuego estuviera en sus ojos.

—Entonces es peculiar por su color de ojos; qué irónico — dije, aplaudiendo levemente. —Y pensar que a mí me quieren muerta por el color de mis ojos, porque, según ellos, es una señal de maldición — dije con tono burlón, para después rodar los ojos.

—Es distinto su color de ojos. En algún momento existió, a excepción del tuyo, que es único en el mundo — dijo, de manera evidente.

—Es casi lo mismo — dije, obvia.

—Bueno, a lo que decía, el Imperio se volvió loco, y los nobles del imperio ejercieron presión en el emperador para que celebren un banquete donde todos estén invitados en el primer cumpleaños del Tercer Príncipe.

—¿Cómo es posible que se deje mandar por unos nobles? Es el emperador; el máximo jerarca del imperio — dije, con tono de absoluta indignación.

—Quizás no tuvo los huevos para enfrentarlos — dijo mi abuela, sin ningún tipo de filtro.

—Un buen ejercicio con mi espada, y los mandaría a dormir a sus mansiones — dije, sonriendo de lado. —¿Cuál era su nombre? — dije, fingiendo desinterés.

—Zyran Mackenna Solaris — dijo, y repentinamente mi respiración se hizo irregular, y traté de hacerlo pasar desapercibido tomando agua.

—Zyran… — dije en un susurro, mi corazón latiendo con fuerza.

—Es un terco a más no poder, pero sin duda astuto y audaz niño — dijo mi abuela, mientras reía.

—Alguien más terco que yo no puede haber — dije, sonriendo. —A excepción de mi descendencia, obviamente.

—Tan chiquita y hablando de descendencia — dijo, con tono burlón.

Le di una mirada de advertencia, y repentinamente cambió de tema.

—Pobre niño; apenas cumplía su primer año y tuvo que enfrentarse a miles de personas, viejos codiciosos que solo quieren un matrimonio con la realeza — dijo, y levanté las cejas, sorprendida.

—¿No estás de acuerdo con los matrimonios arreglados? — dije, incrédula.

Mis padres partieron al amanecer del día siguiente, dejando un vacío en la mansión que solo la alegría de mis nuevos proyectos podía llenar. Tenía que asegurar la estabilidad financiera de mi abuela y su condado, Silvery Moon. El futuro de la condesa Valery Romanova dependía, en gran medida, de mi éxito.

Me levanté temprano, como de costumbre. Mi aseo personal, un ritual rápido que me fastidiaba. Necesitaba urgentemente que inventaran cremas para la piel, bloqueador solar, cepillos de dientes y colonia. No podía depender toda mi vida de los magos para purificarme; prefería hacerlo yo misma.

Me puse mi traje de entrenamiento. Aunque tuviera el título, no podía descuidar mi físico. Fui a la sala de entrenamiento y estuve allí cuatro horas, deteniéndome una hora antes del almuerzo. Calenté, modifiqué y combiné nuevas técnicas, algunas inventadas por mí, pero no menos eficaces. Luché contra Zhander, enseñándole sus errores y aberturas.

Como dicen, se aprende mejor enseñando, y eso hice. Nos beneficiábamos mutuamente. Me felicitó por mi examen con un abrazo, y se lo devolví con gusto. Me sacaba dos cabezas, pero su corazón era puro.

Después de entrenar, me bañé para relajar mis músculos. Fui al comedor, y mi abuela ya estaba sentada.

—¿Cómo va todo? Lo del entrenamiento —me preguntó.

—Bien, supongo que es raro no tener a alguien que me guíe cuando me equivoco. Ahora tengo que hacerlo yo sola —dije suspirando.

Mi abuela hizo una señal, y la servidumbre sirvió la comida. Su copa de vino tinto estaba en sus manos. Bebió antes de hablar, movió la copa lentamente y dijo:

—En la guerra no hay quien te guíe —dijo tomando un sorbo—. Solo tu instinto de supervivencia. Te adaptas o mueres.

—Qué ilusión me hace ir a la guerra —dije fingiendo emoción.

—Es una mierda, lo sé, pero hay que aguantar. Podemos morir si somos simples pueblerinos cuando invadan el imperio Zakary. Al menos nos entrenan para defendernos —dijo encogiéndose de hombros.

—Tanto poder y no podemos cambiar nuestro destino de ser la Élite. No tenemos elección, y eso es irónico. Ni el príncipe heredero se salvó —dije.

—Hablando de príncipes… —dijo inclinándose hacia mí.

—¿Por qué te inclinas? Estoy a tres metros, se escuchará igual —dije con burla.

—Para darle intriga y misterio —dijo tomando vino—. Hace años hubo revuelo en el Imperio Mackenna cuando nació el tercer príncipe, la segunda estrella del imperio de Mackenna.

—¿Por qué el revuelo? —dije cortando mi filete.

—Por su parecido con el primer emperador —dijo cortando su filete—. Dicen que es su vivo retrato. Nadie ha podido describir completamente las características del primer emperador: cabello plateado y ojos anaranjados como fuego.

—Es peculiar por su color de ojos, qué irónico —dije aplaudiendo—. Y pensar que a mí me quieren muerta por mis ojos, porque según ellos es una señal de maldición —dije con tono burlón.

—Es distinto su color de ojos. En algún momento existió, a excepción del tuyo que es único —dijo.

—Es casi lo mismo —dije.

—Bueno, el Imperio se volvió loco, y los nobles presionaron al emperador para un banquete por el primer cumpleaños del Tercer Príncipe.

—¿Cómo es posible que se deje mandar por nobles? Es el emperador —dije indignada.

—Quizás no tuvo los huevos para enfrentarlos —dijo mi abuela sin filtro.

—Un buen ejercicio con mi espada y los mando a dormir a sus mansiones —dije sonriendo—. ¿Cuál era su nombre?

—Zyran Mackenna Solaris —dijo, y mi respiración se hizo irregular. Traté de disimular tomando agua.

—Zyran… —dije en un susurro.

—Es un niño terco, pero astuto y audaz —dijo mi abuela riendo.

—Alguien más terco que yo no puede haber —dije sonriendo—. A excepción de mi descendencia, obviamente.

—Tan chiquita y hablando de descendencia —dijo con tono burlón.

Le di una mirada de advertencia y cambió de tema.

—Pobre niño, apenas cumplía un año y tuvo que enfrentarse a miles de personas, viejos codiciosos que solo quieren un matrimonio con la realeza —dijo.

—¿No estás de acuerdo con los matrimonios arreglados? —pregunté incrédula.

—No, creo que todos merecemos elegir con quién pasar el resto de nuestros días; formar una familia no es algo que se tome a la ligera. Debemos tener el derecho de elegir con quién quedarnos e irnos cuando no nos sentimos a gusto, sin retenciones con un papel o título —dijo mi abuela comiendo.

—Escuché que el abuelo y tú se casaron por amor, obviamente benefició a sus familias en economía y estatus, pero fue por amor —dije comiendo.

—Es poco común que las parejas surjan en la élite, pero no es raro. La actual élite, casi toda, está relacionada, a excepción de algunos pocos.

—Sí que somos raros —dije sonriendo—. Yo pienso que es absurdo obligarlos a tener hijos a cierta edad y casi al mismo tiempo para ir a la PDLE —dije comiendo.

—¿Cómo…? —mi abuela estaba perpleja.

—Digo, debería ser incómodo. Se supone que ese tipo de cosas surgen a su debido tiempo, por deseo y anhelo, pero en este mundo lo hacen por obligación —dije frustrada—. Ven a sus hijos solo como herederos, no como niños y el fruto del amor. Los llenan de responsabilidad y no tienen opción de elegir.

—Es incómodo, la presión que tienen al saber que sí o sí tienen que quedar embarazadas y criar a un niño que después les será arrebatado a los seis años y lo verán cada dos años —dijo mi abuela con tono triste—. Ver su carita de confusión cuando les tratas de explicar adónde tienen que ir al cumplir cierta edad. La carga que tienen en sus hombros con solo ser niños, te parte el corazón.

—Debió ser duro no poder verlos crecer, enseñarles cosas comunes, arrebatarles momentos inolvidables con sus bebés. Siento que es algo desalmado —dije pensando en cómo evitar ese destino para mis hijos.

—Ni te lo imaginas, solo tocó aprovechar el tiempo con ellos hasta que se van y regresan —dijo con los ojos cristalizados.

—No permitiré eso para mis hijos —dije firme.

—Es inevitable —dijo suspirando resignada y dejando los cubiertos.

Le di una mirada seria, y sonreí al terminar de almorzar. La servidumbre recogió los utensilios.

Nos levantamos al mismo tiempo, al mismo ritmo, y fuimos a su oficina.

—Voy a crear los bocetos del ajedrez para los nobles y los plebeyos —dije.

—Estuve pensando en los materiales para cada estatus. Los nobles son egocéntricos y les disgustará que tengan cosas iguales que un plebeyo común —dijo.

—Tiene razón —dije asintiendo al entrar a su oficina.

Todo estaba pulcramente ordenado. Su escritorio era de roble negro, como mi espada, con diseños de oro formando un dragón. Lo miré fijamente y sonreí.

—¿Te gusta? —preguntó mi abuela sonriendo.

—Es hermoso —dije.

—Esta mansión y el condado son increíbles, la vista es bellísima, no se compara ni con el palacio. Nunca lo dije, pero adoro este lugar, me hace sentir tranquila y segura.

—Existe una leyenda que dice que la diosa Luna bajó a este mundo y este lugar fue lo primero que vio y tocó. Con una sonrisa dijo "Estas tierras serán bendecidas por mí", y el condado surgió y fue nombrado "Silvery Moon" en su honor.

—Pero el lugar no parece bendecido, no es por ofender, abuela. Sé que estás regresando de tu viaje, ¿pero alguien cuidaba del condado antes que tú?

—No me ofende. Yo recién poseo estas tierras. Dicen que durante años estas tierras rechazaban a cualquiera que quisiera conquistarlas. El condado se sostenía por sus minas, pero cualquiera que quisiera adquirir el condado, lo encontraban muerto en su cama de esta mansión el primer día.

—¿Por qué tú estás como si nada? —pregunté extrañada mientras ella se dirigía a su lugar en la oficina y se sentaba con aire de patriarca.

—Por derecho como ex miembro de la élite, el imperio nos concede una tierra después de que el heredero del ducado se convierta en duque. Así que aquí me ves, me dieron estas tierras con la intención de que las conquistara, pero yo solo quería vivir aquí y hacerla prosperar. Nunca tuve otras intenciones —dijo tranquilamente.

—Tal vez es eso lo que buscaba la diosa Luna, una poderosa patriarca sin ambiciones o segundas intenciones sobre su tierra bendecida —dije sentándome frente a ella.

El pergamino y la tinta estaban sobre la mesa. Aparté la tinta y la pluma, y mi abuela me miró extrañada. Cerré los ojos e imaginé un lápiz, una caja de colores con un sacapuntas y borrador.

Al abrir los ojos, los vi sobre la mesa. Mi abuela miraba con ojos brillantes de curiosidad esos objetos extraños, y yo sonreí con orgullo. Ahora puedo crear siete cosas al día; todavía tenía que llegar a diez, pero con mi avance me bastaba. Tenía tiempo, así que eso no me quitaba el sueño.

—¿Qué es eso? —preguntó mi abuela.

Señalé cada objeto mientras lo nombraba. Ella asintió, y le expliqué cómo funcionaban. Parecía maravillada.

—Es increíble e irreal —dijo.

—Con esto haré los bocetos —dije—. ¿Puedes decirme cuáles son los materiales de cada estatus que me querías decir hace un momento?

Se rascó la nuca y asintió para después hablar, con el mentón en la mano.

—Había pensado que para los nobles de alto estatus como el archiducado, los ducados y los marquesados, sus ajedrez sean hechos de piedras preciosas, ya que últimamente están muy a la tendencia —me miró buscando aprobación, y sonreí encantada. Asentí—. Podemos usar la Onyx Strength y el zafiro blanco.

—Es una gran idea, Tita Yul —dije sonriendo—. ¿Y para los demás?

—Para los condes, vizcondes y barones, puedes hacer sus ajedrez de oro blanco y oro negro. Para los plebeyos, con roble negro y la madera Quora —dijo aplaudiendo.

—Me parecen geniales los materiales, aunque a los nobles les ofendería que haya diferencia por sus estatus, así que vamos a hacer los ajedrez de ambos materiales con los precios demandados. Porque indirectamente solo los más ricos podrán comprar el ajedrez de Onyx Strength y zafiro blanco —dije aplaudiendo—. Para los plebeyos es excelente y justo, pero también se les enseñarán las demás opciones. No podemos hacer diferencias por sus títulos; ellos solos tienen que decidir cuál está a su presupuesto y es más conveniente. De igual manera, solo es estética y algo superficial; todo está aquí —dije señalando mi mente.

—El arma más letal es la mente —dijo ella.

—Exacto.

Los bocetos, junto con los prototipos, los encargados de dar inicio con el nuevo invento se pusieron manos a la obra, y en dos meses habían creado cincuenta docenas de cada tablero. Eso me llevó a empezar a crear afiches para promocionar el juego. La tienda donde se venderían los juegos, por ahora solo el ajedrez, "Master", era la principal del condado. Dividimos la tienda en tres partes: recepción y primer piso, acceso para todos; segundo piso para nobles; y tercer piso para nobles importantes o poderosos.

Tuve que ingeniármelas por mí misma para crear más drones, y los envié junto con los folletos para promocionar la tienda. Una semana antes de la apertura, drones volaban por los cielos del imperio, dejando caer folletos a su paso. Era una forma poco convencional de promocionar, pero sin duda llamativa. Ese día, folletos cayeron del cielo, dando mucho de qué hablar. Tanto plebeyos como nobles estaban intrigados por esa forma peculiar de promoción y emprendieron el viaje para llegar a la tienda, esperando ansiosos el día de la apertura.

El día de la apertura, los alrededores de la tienda "Master" estaban repletos. Los carruajes llegaban sin cesar. Salí junto con mi abuela, y ella, con una voz imponente y segura, dijo:

—Bienvenidos sean todos. El día de hoy damos la apertura de la tienda "Master", cuyo principal objetivo son los juegos de mesa — dijo, sonriendo; todos callaban y escuchaban atentamente sus palabras. —El primer juego que lanzamos se llama ajedrez; habrá muchos más; sí que los espero gustosa con otro tipo de juegos. Me presento; soy Valery Romanova, condesa de Silvery Moon.

Se escucharon jadeos de sorpresa entre la multitud, y sonreí orgullosa por mi abuela. Algunas voces gritaban que era falso, que durante siglos esas tierras no habían sido habitadas. Era comprensible que no supieran la noticia; estábamos en la capital; más allá, en las tierras del condado, no tenían ni idea de que había una patriarca que ahora portaba el título con orgullo.

Algo sumamente bonito y codiciado eran los productos de pólvora que poseían esas tierras. Los habitantes de Silvery Moon se las habían ingeniado para crear cohetes artificiales, algo que en su momento me dejó desconcertada.

Cohetes artificiales despegaban hacia el cielo, formando la figura del escudo del condado. Muchos se veían emocionados y alegres. Otros no podían salir de su shock ante la noticia. Los nobles importantes, unos pocos, mostraron desconcierto para después poner cara de mal humor. Les había arrebatado la posibilidad de gobernar esas tierras, y estaban furiosos.

Una vez que los cohetes artificiales terminaron, elevé la voz para llamar la atención de la multitud que me miraba confusa.

—Damos por abierta la tienda principal "Master", junto con la noticia de que el condado Silvery Moon ya tiene una patriarca — dije esto último con una sonrisa burlona hacia los nobles envidiosos. —Imaginar, explorar, representar distintas situaciones y así conocer y descubrir sus habilidades, expresando emociones y mostrando su forma de ver el mundo.

Recité lo que ya sabía de memoria y sonreí encantada por mi siguiente línea, desatar el caos, liberar líderes natos y personas competitivas.

—Habilidad, estrategia, inteligencia, astucia y poder — dije, juntando mis manos para después dar una señal; las puertas de la tienda se abrieron de par en par. —Solo los mejores ganan, pero no olviden que la persistencia tiene sus frutos y usualmente son los que triunfan. Los perdedores solo fracasan cuando se dan por vencidos, y los eruditos solo ven lo mejor para su conveniencia.

Di unos pasos para ingresar a la tienda con mi abuela. Abrí los brazos mirando a la multitud y dije con una sonrisa:

—¡Que empiecen los juegos mentales! — Me acerqué a una vitrina donde había un trofeo de oro con una figura de un tablero de ajedrez en la punta. —¡Solo los mejores pueden postularse para el campeonato imperial para competir por el título de "Gran ajedrecista imperial", y se llevarán esta hermosura! — dije, señalando el trofeo. —¡Muy buena suerte para sus hijos! La edad mínima para participar es de siete años, y la máxima de diecisiete años.

Ese fue el comienzo del caos por el campeonato en el imperio Zakary. El revuelo fue tan fuerte que la familia imperial fue notificada a los pocos días. Se mostraron notablemente interesados por el ajedrez y aún más al mostrar su apoyo absoluto al campeonato. El emperador se ofreció a nombrar personalmente al ganador del campeonato.

Aquel emperador, con su melena negra azabache y sus ojos dorados intensos como el sol, estaba sentado en el trono. Soltó un resoplido molesto y dijo:

—Es una lástima que mis hijos no estén aquí; arrasarían con todos en el campeonato de ajedrez — dijo, enfuñado. —Y mi otra hija no tiene la edad suficiente para participar.

—Tranquilo, amor mío; llegará su tiempo. Y cuando vuelvan de su último año en la PDLE no habrá nadie que los pueda superar — dijo la emperatriz sentándose en su trono. —Por ahora debemos mandarles sus juegos de ajedrez para que vayan preparándose.

Así fue como el condado Silvery Moon se hizo un nombre en el imperio. Su éxito con el ajedrez llegó a oídos del imperio Mackenna, que a los pocos días envió al secretario imperial a la tienda Master por una docena de juegos de ajedrez, todos hechos de Onyx Strength y zafiro blanco.

Junto con un mensajero llegó una carta formal para mi abuela, donde se decía que la familia imperial de Mackenna deseaba presenciar el campeonato de ajedrez imperial y jugar una partida amistosa contra la élite de nuestro imperio.  La carta, escrita con una caligrafía elegante y sellada con el sello real, era un testimonio del creciente interés en nuestro juego.

Yo, en mi habitación, saltaba en mi cama de alegría, soltando pequeños gritos infantiles, una explosión de júbilo infantil por el éxito rotundo del condado.  Mi cabello platinado revoloteaba a mi alrededor mientras daba saltos, una imagen de pura felicidad y energía.  Mi abuela, con una sonrisa maternal, me regañaba por saltar en la cama, dándome el sermón de rigor sobre los peligros de las caídas y las posibles lesiones.  Sin embargo, su regaño estaba lleno de ternura, y yo sabía que ella estaba tan alegre como yo; podía notarlo en el brillo de sus ojos y la sonrisa deslumbrante que tenía en sus labios.

—Si el imperio Mackenna se enteró, significa que los reinos vecinos pronto lo harán, y pronto llegarán mensajeros para los tratados de exportación extranjera — dije entre gritos, siguiendo con mis saltos en la cama, mi entusiasmo desbordante.  Mi voz, llena de energía, resonaba en la habitación.

—Sí, el ajedrez está siendo un éxito total — dijo mi abuela, mientras me tomaba entre sus brazos con cuidado, acomodándome en la cama para dormir.  Su tacto era suave y reconfortante.  Después se dispuso a besar mi frente, un gesto de cariño y aprobación. —Duerme, pequeña princesa.

—Oyee, Tita Yul, ya estoy creciendo; no soy tan pequeña — dije, haciendo un puchero, un gesto infantil que contrastaba con mi madurez en otros aspectos.

—Para mí, siempre serás mi pequeña princesa y traviesa inventora — me sonrió con dulzura, una sonrisa cálida y llena de afecto.  Una sonrisa que devolví con gusto.

Caí profundamente dormida, con la satisfacción de haber logrado un éxito rotundo. El ajedrez, mi creación, había invadido el imperio, un juego que había capturado la imaginación de nobles y plebeyos por igual.  Y yo, la pequeña dama infernal, había dado un paso más hacia mi destino.  El peso de mis logros, sin embargo, no opacaba la dulce sensación de triunfo.

El futuro se extendía ante mí, lleno de posibilidades. El campeonato de ajedrez imperial, la llegada de los reinos vecinos, y la expansión del condado Silvery Moon. Pero lo más importante, la seguridad de mi abuela, la mujer que me había enseñado tanto y a quien tanto quería.  El éxito era dulce, pero el amor y la protección familiar eran los verdaderos tesoros.

La pequeña dama infernal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora