El comedor, con sus techos altos y sus candelabros de cristal, era un escenario perfecto para la reunión familiar. La mesa, adornada con flores frescas y cubiertos de plata, esperaba a sus comensales. Pero la atmósfera era tensa, cargada de expectación. Mis padres y yo estábamos sentados, la conversación fluía con la misma fluidez del vino tinto que bebían, cuando la puerta se abrió de golpe.
Un grupo de guardias imperiales, con sus armaduras relucientes y sus espadas desenvainadas, irrumpió en la sala. En el centro, rodeado por la imponente presencia de los soldados, se encontraba una figura familiar.
Mi corazón dio un vuelco. Era Samuel, mi hermano, de regreso de la PDLE.
—Familia —dijo Samuel, con una voz que ya no era la de un niño, sino la de un joven maduro, con una resonancia profunda y segura. —¿Me extrañaron?
No pude contenerme. Me levanté de la silla de un salto y corrí hacia él, mis brazos lo rodearon con fuerza. Samuel me recibió con una sonrisa que me hizo olvidar todos los años que habíamos pasado separados.
—Para no verte por algunos años, no creciste mucho —dijo Samuel, con una sonrisa burlona, mientras me despeinaba con cariño. —Sigues igual de enana.
—Pero sigo siendo la más inteligente de esta familia —respondí, devolviéndole la sonrisa con una pizca de picardía.
—Por favor, ni en tus sueños más preciados podrías superarme —dijo Samuel, soltando un bufido que sonaba a reto.
—No lo sé —respondí, separándome de él y llevando mi mano al bolsillo secreto de mi vestido. —¿Acaso tú tienes algunos de estos?
Con un gesto rápido, saqué una pequeña caja de vidrio, donde se encontraban todas mis medallas de oro, el testimonio de mis triunfos en las pruebas de la PDLE. Discretamente, aparté mis mechones de cabello dorado, dejando a la vista de Samuel el broche que me identificaba como Maestra de la Espada.
Samuel se quedó perplejo, sus cejas se arquearon con sorpresa y sus ojos, normalmente tan brillantes, se abrieron ligeramente, como si no pudiera creer lo que veía.
—¿Acaso la PDLE no te preparó para ocultar tus emociones? —pregunté, con una frialdad que no me pertenecía, mientras me miraba las uñas con fingida indiferencia.
—De hecho, sí lo hicieron. Pero con mi familia puedo bajar la guardia. —explicó Samuel, con un tono de voz que denotaba que aún no se había recuperado de la sorpresa.
—¿Qué? —pregunté, mirándolo fijamente. —Pasaron muchas cosas desde que te fuiste, hermanito.
—Me llegó una tabla de un juego interesante. Escuché de camino aquí que el torneo de este año está a punto de iniciar. —dijo Samuel, con una sonrisa que volvía a ser la de siempre, la sonrisa traviesa que me hacía sentir que estaba de regreso a casa.
—El torneo de Ajedrez —respondí, soltando un suspiro que denotaba un poco de nostalgia. —Mi primer invento.
—Pensé que la matriarca del condado Silvery Moon era la productora y distribuidora del "ajedrez" —dijo Samuel, con una expresión de confusión que me hizo sonreír.
—¿Quién es la matriarca, Samuel? —pregunté, con un tono de obviedad que no podía ocultar la diversión que me causaba su desconcierto.
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La pequeña dama infernal.
FantasyEn las sombras de la agencia secreta en Londres, Dafne, una valiente joven de 28 años, se embarca en una peligrosa misión para enfrentar a la mafia italiana y capturar a su líder. Sin embargo, la traición de su envidiosa compañera la lleva a ser sec...