[1: La Suerte]

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Cuando por fin Naruto vuelve de la reunión con el líder de la cuadrilla del Big Bend, lleva lloviendo a cántaros tres días seguidos

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Cuando por fin Naruto vuelve de la reunión con el líder de la cuadrilla del Big Bend, lleva lloviendo a cántaros tres días seguidos. Dos de sus segundos se encuentran ya dentro de casa, esperándolo con expresión preocupada.

—La vampira... se ha echado atrás.

Se seca la cara mientras suelta un gruñido. Chica lista, piensa.

—Pero han encontrado una sustituta —añade Shikamaru, y desliza una carpeta sobre la encimera—. Tienes aquí toda la información. Quieren saber si te parece bien.

—Procederemos según lo previsto.

Shikamaru suelta una carcajada. 

Tenten frunce el ceño.

—¿Pero no quieres echarle un vistazo a...?

—No. Esto no cambia nada.

De todas formas, todas son iguales.

.

.

Seis semanas antes de la ceremonia

Se presenta en la start-up donde trabajo un jueves por la tarde, cuando el sol ya se ha puesto y la oficina al completo está considerando la idea de provocarle graves daños corporales a cierta persona.

Concretamente a mí.

No creo merecer semejante nivel de inquina, pero lo entiendo. Y por eso no pongo el grito en el cielo cuando, tras una breve reunión con mi jefe, vuelvo a mi mesa y advierto el estado de mi grapadora. No pasa nada, en serio. Trabajo desde casa el 90 por ciento del tiempo y casi nunca imprimo nada. ¿Qué más da si alguien la ha rebozado con mierda de pájaro?

—No te lo tomes como algo personal, Hinata. —Hidan se apoya en la mampara que separa nuestros cubículos. Su sonrisa se parece más a la de un vendedor de coches de segunda mano que te hace la rosca que a la de un amigo preocupado; incluso su sangre despide un olor aceitoso.

—No pensaba hacerlo. —La aprobación de los demás es una droga de lo más adictiva, pero por suerte nunca he tenido la oportunidad de engancharme. Si hay algo que se me da bien es racionalizar el desprecio que sienten mis compañeros hacia mí. 

He estado practicando como uno de esos pianistas prodigio: sin parar y desde bien pequeñita.

—A ti que te la sude.

—Eso hago. —Aunque no literalmente, porque apenas tengo las glándulas necesarias para ello.

—Y ni caso a Zabuza. No dijo lo que tú crees.

Yo diría que lo que gritó en la sala de conferencias fue: «serás zorra» y no «vaya estúpida», pero a saber.

—Son gajes del oficio. Tú también te cabrearías si alguien realizara un test de intrusión en un cortafuegos en el que te has tirado semanas trabajando y consiguiera saltárselo en ¿cuánto, una hora?

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