[23: Suposiciones]

512 82 42
                                    

Ella lo hace reír, que no es poco

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ella lo hace reír, que no es poco.

.

.

Lo malo de utilizar un regalo como excusa para ir a visitar al gobernador Sarutobi es que no podemos presentarnos en su casa con las manos vacías. Tras pasarnos una hora en territorio humano, entrar en tres tiendas de antigüedades distintas y enzarzarnos en varias discusiones, Naruto y yo encontramos por fin un regalo que ambos consideramos apropiado. 

Él se opone a mi idea de comprarle un bombín de bicicleta vintage («Eso es una cachimba(pipa), Hinata»). Yo veto su jarrón de cerámica («Ahí dentro está el abuelo de alguien, Naruto»). 

Echamos pestes de los gustos del otro; primero de forma disimulada, luego en plan pasivo agresivo y al final ya sin decirnos nada. Cuando estoy a punto de sugerirle que vayamos al parking a resolverlo a golpes a ver lo bien que se las arregla sus garras contra mis colmillos, le sobreviene una revelación trascendental y me pregunta:—¿Acaso te cae bien el gobernador?

—Nop.

—¿Crees que es posible que estemos dándole demasiadas vueltas al asunto?

Abro los ojos de par en par.

—Sí.

Volvemos a entrar en la última tienda y compramos un misterioso cenicero con forma de oso polar. No solo es el objeto más feo que encontramos, sino que también cuesta bastante más de trescientos dólares.

—Oye, ¿pero de dónde sale el dinero? —pregunto.

—¿Qué dinero?

—Pues la tuya. La de tus segundos. La de la manada. —Lo fulmino con la mirada mientras volvemos al coche, asegurándome de que no hay nadie cerca. Llevo puestas las lentillas marrones, pero hace tiempo que no me limo los colmillos. Si abriera la boca en público, seguro que alguien acabaría llamando a la perrera—. ¿Acaso trabajas en una aseguradora mientras yo me paso el día en coma?

—Atracamos bancos.

—Atracan... —Le pongo una mano en el brazo para detenerlo—. Atracan bancos.

—Pero no de sangre, no te emociones.

Le pellizco el costado izquierdo, molesta.

—¡Oye, qué carajos! Mi pobre... —Una pareja de ancianos humanos pasa por al lado, lanzándonos la típica mirada indulgente de Ay, qué monos los jóvenes enamorados—. ¿Hígado?

—Está en el otro lado —susurro.

—Apéndice.

—También en el otro.

—¿Vesícula?

—Nop.

—Me cago en la anatomía humana —murmura. 

PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora