[30: Compañeros]

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Podían haberle enviado a cualquiera

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Podían haberle enviado a cualquiera. A cualquier vampira.
Y, sin embargo, la enviaron a ella. 
Una cuestión de azar. 
Una lotería.

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No veo a Naruto durante los siguientes tres días.

O más bien: sí veo a Naruto. Varias veces. A menudo, incluso. Pero nunca es Naruto, el hombre que estuvo charlando conmigo en el tejado y que me preparó un baño, el que una vez me apartó el pelo para verme la punta de las orejas y luego murmuró para sí mismo: «Qué bonitas». 

Siempre es Naruto el alfa. El que anda ocupado con asuntos urgentes. El que acude cada dos por tres a territorio vampiro junto con Shikamaru y otro puñado de segundos. El que celebra reuniones a puerta cerrada con Neji y Tsunade Senju de las que no me interesa formar parte, pero en las que acabo deseando estar presente.

Sakura y yo somos inseparables, como si fuéramos siamesas, como si volviéramos a tener doce años y estuviésemos resolviendo juntas problemas de trigonometría. Damos largos paseos al atardecer, sumidas en un cómodo silencio. 

Bromeamos sobre el hecho de que puede dejarse crecer una pelambrera en el codo cuando le apetezca. Pasamos el rato en mi habitación; Sakura se pone al día con todo lo que ha ocurrido mientras se encontraba aislada del mundo y yo contemplo adormilada los puntitos negros del techo, intentando averiguar si son bichitos diminutos o manchas de suciedad.

No sé cómo, pero nunca acierto.

—Contamos con bases de datos genéticas bastante extensas —nos comenta Ino un día que viene de visita para charlar con Sakura—. Podemos intentar averiguar quién de tus padres era licántropo. Como mínimo, descubriremos a qué manada y cuadrilla pertenecía.

Sakura me lanza una mirada inquisitiva y mi primer impulso es animarla. Entonces veo que la garganta se le agita, primero una y luego otra vez.

—A lo mejor prefieres meditarlo un tiempo —digo, y ella asiente aliviada, como si le hiciera falta mi permiso para planteárselo siquiera.

No es propio de ella mostrar indecisión. Por otra parte, Sakura ya no es la misma de antes. Estuvo encerrada durante meses en un ático sin ventanas, y eso fue después de que empezase a sospechar que quizá pertenecía a otra especie. 

Se queda dormida a deshoras y da vueltas en la cama, y la he descubierto llorando más veces en la última semana que durante la última década. Parece estar... no extenuada, sino distraída. Hueca. En transición.

Más tarde esa misma noche, mientras se trenza el pelo con aire ausente y mira por la ventana, murmura:—Me pregunto si podría pasar un tiempo con los licántropos. Solo para conocerlos mejor.

Caigo en la cuenta de que Ino es la primera persona de su especie que no la ha secuestrado, encerrado o abandonado.

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