[27: Secuestrada]

519 96 62
                                    

Pocas cosas hay que Naruto no esté dispuesto a hacer, pocas personas que no esté dispuesto a matar, para garantizar su seguridad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pocas cosas hay que Naruto no esté dispuesto a hacer, pocas personas que no esté dispuesto a matar, para garantizar su seguridad.

.

.

Cuando éramos pequeñas, a los once o tal vez a los doce años, Sakura se aburría algunas veces por tener que pasar las tardes sola haciendo los deberes o viendo la tele, y como por aquella época aún no acababa de entender lo distintas que eran nuestras fisiologías, se colaba en mi cuarto y me despertaba cuando el sol todavía estaba demasiado alto. 

Era increíblemente bruta y exhibía una contundencia sorprendente para lo pequeño que era su cuerpo. Me agarraba del hombro y me zarandeaba con la fuerza de una manada de rottweilers al coger su juguete favorito y dejarlo hecho un amasijo de plástico lleno de babas.

Por eso sé que está aquí conmigo. Antes incluso de abrir los ojos. Los vampiros no sueñan, de manera que todo este griterío debe de ser real. Y tengo clarísimo que no hay ninguna otra persona en La Ciudad, ni en la faz de la tierra, que sea tan puta...

—Pesada —digo.

O farfullo, más bien. Me cuesta mover la lengua: la tengo todavía dormida y parece hecha de papel maché. Debería abrir los ojos o, por lo menos, uno de ellos, pero parece que alguien me haya cosido los párpados a las mejillas y luego me haya echado un chorro de pegamento encima. Pensándolo bien, lo mejor sería ignorar todo esto y volver a dormirme.

—Hinata. ¿Hinata? Hinata.

Suelto un gruñido.

—No... gritar.

Un resoplido.

—Pues entonces no... volver a dormirte, suciapata.

Esa palabra me hace abrir los ojos. Estoy en otra cama donde, de nuevo, no recuerdo haberme acostado. El reloj biológico se me ha desajustado y no sé si es de día o de noche. Muevo el cuello —ay— de forma instintiva para comprobar si se filtra la luz del sol y descubro...

Que no hay ventanas. Estoy en un ático de madera, grande y climatizado, con las paredes cubiertas de estanterías llenas de libros que llegan hasta el techo. Veo un plato con restos de pasta sobre una mesita auxiliar y un montoncito de latas de refresco y botellas de agua.

Tomo aire, dolorida, mientras noto cómo el efecto de las drogas se me va pasando poquito a poquito. Aún no es de día, ni siquiera está a punto de amanecer. Debo de haber estado inconsciente una o dos horas, lo que significa que Chōza no ha podido llevarme muy lejos. Chōza.

—Chōza. ¿Qué diantres, Chōza?— debe de haber optado por dejarme con...

Sakura.

Estoy con Sakura.

—Maldita sea —murmullo, intentando incorporarme. Me hacen falta dos intentos y la ayuda de mi amiga para lograr colocarme en una posición un poco menos horizontal—. Que diantres.

PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora