[8: Doblegar]

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Naruto: Sería más fácil si ella no le cayera bien

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Naruto: Sería más fácil si ella no le cayera bien.

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—¿Lo de meter los colmillos donde no les llaman y dañar los planes a los demás es típico de todos los vampiros o solo es una manía que tienes tú?

Llevo menos de cinco minutos curándome las maltrechas plantas de los pies en el sofá del salón, pero ya es la tercera vez que alguien me pregunta algo del estilo, de manera que mantengo la cabeza gacha e ignoro al segundo de Naruto —el que parece un muñeco Ken— mientras me arranco un surtido de escombros y suciedad del dedo. 

Me hacen falta unas pinzas, pero creo que no me he traído ningunas. ¿Las usarán los licántropos? ¿O siendo como son los primeros furros(peludos) de la historia las considerarán moralmente repugnantes? Puede que el vello corporal les parezca sagrado y, por lo tanto, cualquier cosa que amenace su legítimo lugar sobre la piel sea vista como una blasfemia.

Da que pensar.

—Suéltenme —se lamenta Iwabee entre gimoteos.

Al igual que yo, está sentado en un sofá, pero a diferencia de mí, tiene las manos atadas a la espalda. Hay varios guardias vigilándolo y tratándolo con la frialdad que uno reservaría para alguien que ha intentado secuestrar a una niña.

Que es exactamente lo que Iwabee ha hecho.

—Deja ya de repetirlo —le dice Shikamaru sin alterarse—. Porque no vamos a soltarte.

Está claro que él y el Ken son los licántropos de mayor rango de la estancia. También parecen estar llevando a cabo un numerito de poli malo y poli aún peor. Shikamaru es afablemente inquietante y el Ken, mordazmente aterrador. Si les va bien así, pues que bueno.

—Quiero ver a mi madre —gimotea de nuevo Iwabee.

—¿Seguro, campeón? Porque a tu madre se le está cayendo la cara de vergüenza ahí fuera por culpa de lo que has hecho y la gente con la que te has estado juntando.

—No sé, Shikamaru. —Ken se quita la gorra de béisbol—. Lo mismo deberíamos dejárselo a su madre. —Se inclina hacia delante—. Me encantaría ver la cara que pone cuando le arranque las zarpas de cuajo.

Iwabee profiere un gruñido que acaba convertido en un gimoteo cuando su alfa aparece por la puerta, seguido de Ino y de Chōza. Le dirijo a Chōza un tímido y mudo «lo siento mucho», ya que me sabe mal que pueda meterse en algún lío por haberse ido a mear y haberme dejado sola un par de minutos. 

Me hace un gesto con la mano para que no me preocupe, y después el silencio se apodera de la estancia: todas las miradas recaen en Naruto, como si su presencia fuera una fuerza magnética que lo atrajera todo. 

Ni siquiera yo puedo apartar la vista; mi dedo del pie tendrá que apañárselas con la infección que seguro va a coger. Naruto parece tan sumamente cabreado que me estremezco, aunque igual es cosa del aire acondicionado, que me da directamente en el cuerpo. Estoy llena de ampollas.

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