[7: Retrato]

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Naruto: Lo de su aroma se está volviendo insoportable

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Naruto: Lo de su aroma se está volviendo insoportable. Lo invade todo. Se arremolina. Se extiende. Se le adhiere a la nariz. A veces se concentra. Casi nunca se tocan, pero la vez que lo hicieron, la muñeca de ella le rozó accidentalmente la parte delantera de la camisa y él acabó arrancando el trozo de tela que más olía a ella. Se lo metió en el bolsillo y ahora lo lleva consigo a todas partes.

Pese a que se marcha de casa para no tener que verla.

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Solo tardo un momento más de lo que esperaba en colarme. La cerradura emite un chasquido y yo me detengo, preguntándome si la persona encargada de vigilarme —una licántropa que no se anda con tonterías y que, según creo, se llama Gemma— entrará en mi habitación para comprobar que está todo en orden. 

Al cabo de un minuto, llego a la conclusión de que no ha oído nada y abro la puerta.

La habitación de Naruto es tan bonita y peculiar como la mía; la decoración de una de las paredes, que contrasta con el resto, y el techo de vigas le otorgan un ambiente acogedor y apacible.

Tiene menos muebles, eso sí, y aunque Naruto debe de llevar aquí viviendo mucho más tiempo que yo, me fijo en que hay dos cajas de cartón apiladas en un rincón y un par de cuadros apoyados contra la pared, esperando que alguien los cuelgue.

Noto el frío en las plantas de los pies en cuanto piso el suelo de parqué en espiga. Sé exactamente lo que estoy buscando —un móvil, un portátil o incluso un diario titulado La vez que secuestré a Sakura Haruno con un candado de esos de poco valor—, pero no puedo evitar mirar un poquito. 

Hay varias estanterías llenas de libros: veo clásicos y ficción contemporánea, pero sobre todo volúmenes de arte, altos, gruesos y brillantes, con páginas repletas de esculturas preciosas, edificios extraños y pinturas que nunca antes había visto. 

El baño está impecable salvo por el rincón donde hay colocados un cepillo de dientes de unicornio, pasta de dientes de fresa y un bote de champú que no pica en los ojos. 

El armario está tan ordenado que parece el expositor de una tienda; las camisas son todas monocromáticas y los pantalones se encuentran perfectamente doblados, todos vaqueros o de tipo chino. La única excepción es el traje que llevó en nuestra boda.

Descubro que mi marido usa un cuarenta y ocho de pie.

Busco algún dispositivo electrónico, pero no encuentro nada. La verdad es que no me hacía ninguna falta saber que Naruto Uzumaki detesta el desorden y que es inmune a la inevitable acumulación de trastos inútiles a la que todos estamos sujetos. 

Solo tiene las cosas que necesita y, por lo visto, lo único que necesita es un cargador de móvil, un millón de calzoncillos intercambiables unos por otros y un bote de lubricante a base de silicona. Lo encuentro en su mesilla de noche, lo cojo y lo dejo caer de inmediato como si fuera un avispero.

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