[28: En el Nido]

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Naruto no creía que pudiera quererla más, pero ella nunca deja de sorprenderlo

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Naruto no creía que pudiera quererla más, pero ella nunca deja de sorprenderlo.

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Sakura y yo tenemos bastantes nociones de defensa personal, pero Kaguya es la matona más experimentada de mi padre. Tiene en las manos no uno, sino dos cuchillos, y va acompañada de dos guardias: los mismos que me escoltaron hasta territorio vampiro hace unos meses. 

Intentar reducirlos sería una estupidez de proporciones épicas y Sakura y yo no estamos tan mal de la cabeza, de manera que echamos a andar por delante de ella, con las manos levantadas, y seguimos sus indicaciones. Somos conscientes de que, si alguna de las dos decidiera salir corriendo, la otra acabaría con un cuchillo clavado en la espalda.

Bueno, seamos sinceras: Sakura acabaría con un cuchillo clavado en la espalda. A mí probablemente me llevarían de la oreja hasta el despacho de mi padre.

Porque estamos en el Nido y Kaguya solo responde ante él.

—Si me matan, quiero que me vengues —susurra Sakura.

Qué bonito que tenga tanta fe en mí.

—¿Alguna preferencia en cuanto al método?

—Échale imaginación.

Mi padre nos está esperando en su despacho, sentado, una vez más, en el sillón de respaldo alto tras su enorme escritorio de madera, y rodeado de otros cuatro guardias. La sonrisa no le alcanza los ojos y no se molesta en ponerse en pie ni nos ofrece asiento. En su lugar, apoya los codos en la caoba oscura y junta las yemas de los dedos frente a su rostro, a la espera de que yo tome la palabra.

Así que me quedo callada.

Me siento herida y traicionada, y me asombra que mi padre esté involucrado en algo tan atroz como esto, pero al mismo tiempo... no me sorprende en absoluto. Es absurdo sorprenderse cuando un asesino manifiestamente despiadado y egoísta te apuñala por la espalda, incluso aunque sea pariente tuyo. 

La cosa cambia cuando el que te la clava es alguien a quien considerabas buena persona. Alguien que creías que era tu amigo.

Poso la mirada en Chōza, que se encuentra junto al escritorio de mi padre como si fuera uno de sus matones. Sigo mirándolo hasta que por fin baja los ojos. Tiene pinta de estar avergonzado, lo cual me parece fenomenal.

—¿Por qué? —le pregunto sin rodeos. Como se queda sin decir nada, añado—: Fuiste tú, ¿no?

Los surcos que tiene al lado de la boca se vuelven más pronunciados.

—¿Mei tiene algo que ver con todo esto? ¿O simplemente convenciste a todo el mundo de que iba a por Shina para poder cargarle el muerto a los Leales?

El modo en que aparta la mirada confirma mis sospechas y yo cierro los puños con una oleada de miedo y rabia. Eres lo más rastrero que me he encontrado en la vida, quiero decirle, te odio. Pero ya parece bastante avergonzado de sí mismo.

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