[16: Cumplidos]

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Ha estado imaginándosela mientras se baña

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Ha estado imaginándosela mientras se baña. Ha tenido pensamientos de lo más obscenos e indecentes. Está demasiado cansado para mantenerlos a raya.

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Al día siguiente, Naruto desaparece para ir a hacer sus cosas de licántropo. Me despierto a última hora de la tarde con el vago recuerdo de haberme arrastrado hasta el armario empotrado, y encuentro una nota metida por debajo de las puertas. Es un trozo blanco de papel, doblado dos veces.

«He salido a correr», pone.

Y en la línea de abajo: «Pórtate bien».

Seguido de: «N. Uzumaki».

Lanzo un resoplido burlón. Por razones que no están nada claras, no lo tiro a la papelera, sino que lo meto en el bolsillo exterior de mi maleta.

Me preparo un baño y me sumerjo en el agua tibia. Guardarse la basura es una bobada, pero me viene de «familia»: es lo que hacía Sakura con los envoltorios de las chocolatinas de importación. Los clavaba con chinchetas en la pared, algo propio, según mi humilde opinión, de alguien que no está bien de la cabeza. 

Es un método infalible, junto con la piromanía y el maltrato animal, para identificar a un futuro asesino en serie. «Cuando miro los envoltorios, me acuerdo del sabor», me dijo cuando teníamos trece años y yo intenté tirarlos. 

Mi respuesta fue poner los ojos en blanco, lo que nos llevó a estar dos días sin hablarnos, lo que a su vez me llevó a ensuciar los espacios que ambas compartíamos con bolsas de sangre usadas, lo que a su vez provocó que salieran moscas, lo que a su vez dio lugar a una bronca monumental en la que ella, que no sabía muy bien si llamarme «sucia» o «suciapata» acabó llamándome «suciapata», lo que a su vez nos llevó a partirnos de risa y acordarnos de que nos caíamos fenomenal.

—¿Hinata? —La voz de Naruto me devuelve al presente. Estoy mirando al vacío con una ligera sonrisa en los labios—. ¿Dónde estás?

—¡En el baño!

—¿Estás vestida?

Bajo la mirada y muevo la espuma de forma estratégica.

—Sip.

La puerta se abre un momento después.

Naruto y yo nos contemplamos desde extremos opuestos del baño —él parpadea; yo no— con expresiones igualmente pasmadas. Carraspea dos veces y entonces cae en la cuenta de que puede apartar la mirada.

—Me has dicho que estabas vestida.

—Llevo un atuendo de espuma. Tú, por otro lado...

Frunce el ceño.

—Llevo vaqueros.

Sí, y una buena capa de sudor y nada más. Las cortinas están echadas, pero son translúcidas. Se filtra una luz cálida que tiñe la piel de Naruto de un bonito tono dorado; sus hombros anchos, su pecho amplio y musculoso. 

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