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Aemond.

Suspire de alivio cuando acepto mi propuesta. Probablemente traicionariamos a nuestra familia, pero estaba harto de fingir que no la quería. Quería besarla frente a todos, poder apreciar su belleza frente a todos sin miedo a ser juzgado. Poco me importaba la opinión de mi abuelo y mi supuesta esposa. No la amaba y tampoco me importaba en lo absoluto.

Sabía que mi madre nos apoyaba y adoraba a Adeline más que a nada por lo que no tenía que preocuparme por ella. Era bueno contar con su apoyo después de sentirme incomprendido  durante años. Llegue a pensar que se dio cuenta de mi existencia cuando perdí el ojo a manos de Lord Strong, pero no porque yo le importara tanto si no fue una excusa para pelear con mi hermana.

Rhaenyra.

Ser humano que odie desde aquella noche en la que pidió que fuese interrogado por los rumores que rodeaban a sus hijos. Nunca pensé que en medio de la desesperación que jamás admitiría que  la buscaría a ella para una alianza. Obviamente estaban prohibidos los matrimonios poliamorosos en Poniente por lo que ofrecí a mi hermano como el esposo de mi jodida Diosa. Cualquier alternativa para no tener que verla cerca del maldito bastardo que creía tener autoridad sobre mi mujer y mi hijo.

Pensé en tantas maneras de tenerla hasta llegar a aquella conclusión, pero no pensé en que ella aceptaría mi idea de escaparnos a la cuidades libres. Aegon había descrito la vida perfecta por la que estaba dispuesto a traicionar a mi familia. La recaída del rey me sirvió para crear distracción y planear los últimos detalles de nuestra huida. La admire unos segundos y me pareció irreal su belleza. ¿Cómo podía enamorarme de la copia de Rhaenyra? Amaba molestarla con aquello ya que era mi hermana mucho más joven y con cabellos negros rizados. La abrace con cuidado  sin perturbar su estado. Su panza había crecido en días si es que eso era posible. Se veía hermosa mientras hablaba de todas las cosas que había imaginado sobre nuestro hijo y peleaba con nosotros respecto al color del cabello del bebé.

Estaba convencido de que sería un platinado tan hermoso como su madre y crecería lejos de las ambiciones de Otto y su estúpida idea de mantener su sangre en el trono. Aunque indirectamente lo habíamos logrado. La sangre de los Hightower crecía en aquel vientre, pero estaba convencido de que la sangre del dragón era espesa y caótica. Eso era lo que me había dicho Viserys en tantas alucinaciones en las que me confundió con Daemon.

Dirigí mi vista hacia mi hermano cuando entro a la habitación. Parecía sumergido en sus pensamientos, melancólico.

—Ah, estas aquí—sonrío—Fui a ver a Gaemon. Sus cosas están listas solo falta que el pequeño nazca.

—¿Y si nos vamos antes?—susurre—Quiero decir, que nuestro hijo nazca lejos de todo esto.

—No creo que sea una buena idea...

—He leído que en las cuidades libres hay médicos y maestres más capacitados que los de la ciudadela. Ellos podrán cuidar de Ady si llega a...

—Entiendo—susurro apretando sus labios—Entonces, nos iremos pronto.

Adeline.

Fui a ver a la reina Alicent en cuanto supe de la decisión de Aegon y Aemond. Probablemente no me prestaron atención y no se fijaron en que solo tenía los ojos cerrados. Saber que más allá del Mar Angosto habían médicos que podrían ayudarme mejor que un maestre me había hecho sentir muchísimo mejor. No sé lo había confesado a nadie, pero al saber la manera en la que murió Arelys me dio muchísimo miedo e incertidumbre.

LA GUERRA DE DOS REINAS. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora