30.

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Aegon.

Estaba furioso desde que Jacaerys nos había negado el paso a la habitación de Adeline por lo que recurrí a la persona menos pensada. Tal vez perdería la dignidad, pero necesitaba verla. Saber que estaba bien.

Pase a su habitación cuando el guardia en su puerta me dio el permiso.

—Aegon, hijo—sonrío y evite rodar los ojos—¿Qué te trae por aquí?

Me senté a su lado cuando señaló la silla y recorrí la estancia con mi vista. El olor a medicina era insoportable para mis fosas nasales.

—Voy a ser sincero respecto a todo esto—comencé—Se que tu ya lo sabes solo que yo no te lo había dicho.

—¿A qué te refieres?

—Adeline—ladeo la cabeza y me dispuse a seguir—Nosotros la trajimos a esta familia, la salvamos, somos sus amigos y se me hace injusto que el...Jace haya prohibido que la veamos—explique—Solo quiero saber si esta bien, pero él no me deja y sabes que yo no estoy dispuesto a perderla.

—Él es su esposo, Aegon.

—Y tú sabes que yo me muero por ella de ser necesario. No me importa quien sea su esposo. Yo amo a esa mujer y si tengo que desafiarlo para verla, lo haré—me levante de aquella silla—Se que siempre lo haz preferido a él, pero en esta situación las cosas son diferentes. Aún sin tu apoyo y con mi hermana en mi contra...nadie va a impedir que la vea.

Salí de ahí y me dirigí a los aposentos de mi hermano. Cassandra se encontraba bordando frente a él mientras el muy estúpido escribía.

—Sal de aquí—mire a la mujer.

—Estas en mi habitación—respondió mordaz y juro que quise asesinarla con mis propias manos.

La tome del brazo y la saque de la habitación ignorando sus reclamos. Cerré la puerta tras mi espalda y lo observe.

—¿De qué quieres hablar?—indagó posando su vista en mi.

—Rhaenyra y su bastardo no nos dejan verla. Voy a ir a quemarlos con Sunfire si no lo haces tú, pero no pasó un segundo más lejos de ella.

—Estas siendo impulsivo, Aegon—se levantó y rodeo el escritorio.

—¡Me importa una mierda!—grite—Es mi mujer, la madre de mi hijo y no me importa si tu no quieres verla, yo sí y lo haré aunque tenga que matar al tesoro más preciado de mi querida hermana.

Intente salir y me tomó del brazo.

—Espera...—Se acerco a mí—Vamos a verla, pero primero debes calmarte. Llevo días ideando un plan.

—¿A qué te refieres?—interrogue.

—Esta vez vamos a verla, pero no solo será eso—explicó y lo mire impaciente esperando a que terminara de hablar—Vamos a llevarnosla, se la vamos a quitar. Será nuestra y nunca más tendremos que compartirla con el bastardo asqueroso.

—Explícate.

—Nos iremos a las ciudades libres y jamás volveremos.

LA GUERRA DE DOS REINAS. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora