30: Familia.

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Lo siguiente que sintió fue cómo su cara se estampó contra el barro. Se había tropezado y lastimado muy fuerte. Lo débil que se sentía era extremadamente inexplicable pero aún así se le ocurrió la mejor y peor idea. ¿Funcionaria? No sabía. Y si funcionaba sabía que al otro día no estaría en buenas condiciones. Podía escuchar como sus amigos venían corriendo detrás de él, podía escuchar cómo Gina gritaba su nombre. Su voz estaba... completamente quebrada.

Pensó en él. Pensó en Quentin, y en dónde podría haber ido dentro de la guarida. Addiel se teletransportó en un milisegundo y aterrizó en la habitación donde, al parecer, guardaban las armas. Había fuego por todos lados aunque no lo suficiente. Addiel se encaminó rápidamente hacia las demás habitaciones buscando a Quentin. Lamentablemente iba tambaleando de un lado hacia el otro, gritando su nombre con la esperanza de que el niño le respondiera; sin embargo, eso no sucedió. Cuando Addiel entró a una habitación y divisó a Daniel en el suelo a unos metros a Quentin; su mundo se desmoronó por completo. Ninguno de los dos mostraba alguna señal. Lo primero que hizo fue correr a Quentin, mirando de reojo a Daniel quien estaba con los ojos abiertos mirando hacia un punto el techo.

Sí. Estaba muerto. Estaba sin vida.

En este caso, Quentin tenía sus ojos cerrados, a lo que cuando Addiel se acercó a él y lo tocó; no dudó en teletransportarse hacia el bosque ya que allí había demasiado humo para poder verificar si él estaba bien.

Addiel aterrizó con Quentin y lo dejó suavemente en el suelo de tierra. Sus manos estaban temblando mientras lo miraba fijamente. Un nudo se hizo presente en la garganta del rubio, y tragó en seco. El miedo que sentía de identificar si Quentin seguía vivo o no era... espantoso. Sus manos cubiertas de sangre fueron llevadas hasta el pecho del niño.

De repente, oyó cómo sus amigos se acercaban también mientras gritaban su nombre. Se detuvieron al ver tal escena. Addiel no pudo levantar la mirada de Quentin en ningún segundo. Nadie se aproximó aunque sabía que Gina, Naomi y Tony (al menos ellos) estaban cerca.

—Quentin —llamó Addiel en un hilo de voz. No sabe en qué momento las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas—. Q. Despierta.

Addiel acercó su oreja hacia la boca de Quentin. Él no respiraba. Para nada. Llevó sus dos dedos para tomar el pulso en la parte lateral del cuello del niño... y nada. El joven rubio comenzó a reanimarlo manualmente.

—Addiel —lo llamó Naomi. Addiel oyó claramente como su hermana y Gina lloraban como si el mundo estuviera viniéndose abajo.

Como no funcionó, Addiel lo sacudió por los hombros.

—No, no, no, no. Quentin —llamó. Esta vez llorando—. Quentin. Por favor. Por favor, Q, por favor, despierta. ¿Por qué lo hiciste? —sollozó. Addiel llevó su frente al pecho del niño al darse cuenta que no había una respuesta de él—. No te vayas —lloró fuertemente.

No entendía. No entendía absolutamente nada. ¿Cómo es que esto se le había escapado de sus manos? ¿Cómo es que no pudo detenerlo? ¿Cómo es que dejó ir a su amigo tan fácilmente? Quentin no merecía este final. Addiel sollozó tan fuerte que sintió su pecho oprimirse de tal manera se ahogaba en sus propias lágrimas. No podía dejarlo ir. Estaba enojado, enfurecido y con muchas ganas de acabar con aquél que comenzó todo. Sin embargo, aquél que comenzó todo este lío... estaba muerto también. Sintió, lentamente, como su respiración se agitaba. No podía aceptarlo. No podía aceptar que su amigo, unas de las mejores personas que había conocido, un niño completamente increíble y con un corazón noble, estaba muerto.

Quentin estaba muerto y Addiel quería destruir el mundo entero.

Unos brazos temblorosos y con miedo lo envolvieron, a lo que él alzó la vista. Sus ojos se posaron en Gina, quien estaba frente a él. Estaba destruida.

ADDIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora