Capitulo 01.

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1 de Diciembre 2024
Narra Bianca.

—¡Gio Emiliano! ¿Que te dije de tocar a estas horas? Hijo, no se puede, son las diez de la noche. —la cara se le puso roja, como cada vez que se enojaba. Dios mío qué carácter.— Vamos a comer y a dormir. Espero que se te seque el pelo. ¿Enserio no queres cortártelo?

—No, mami, me gusta así.

—Está bien, amor. —deje un beso en la cabecita del nene mientras se bajaba de la batería que le había comprado hacía una semana.— vamos que se enfría la comida. Te hice fideos con salsa, tus favoritos.

Lo vi festejar e ir a la mesa para saborear como un salvaje su plato. Para tener casi seis años comía como si fuera un adulto que ha estado naufragando años sin alimentarse debidamente.
Mi cabeza divagaba, como siempre que Diciembre llegaba. El trabajo en la oficina aumentaba, ser parte de recursos humanos me sacaba canas verdes, pero era un laburo importante y bien pago y tenía una criatura que alimentar así que a soportar. Aunque me demandaba mucho tiempo. En estos momentos extrañaba muchísimo a mi mamá, pero mi papá era de gran apoyo viniendo desde el otro extremo de la ciudad a cuidar de su nieto.

Observaba a Gio consolidar el sueño al lado mío, el colecho no era mi práctica favorita pero desde que nació me pareció una idea maravillosa para no pasar las noches sola desde el día que decidí hacerme a un lado en la ajetreada vida de quien se suponía era su padre biológico.
Otra vez. No podía no pensar en el. Era inevitable. En unos días era su cumpleaños y miles de recuerdos saltaban a mi cabeza como si mi cerebro dijera: momento de reproducir mi película favorita.
"Una de terror", me respondía a mi misma. "Es todita tuya" me recriminaba otra vez el corazón y mi cerebro se regocijaba en un sillón.
Suspire por milésima vez en la noche. El reloj marcaba las cuatro de la madrugada. Me levante con cuidado de la cama para irme al balcón a mirar el barrio de Recoleta descansar.
Mire mi celular de nuevo y me metí a las fotos favoritas que, en su mayoría, eran de Gio o mías con Gio, o Gio jugando, o Gio recién nacido.
Tenía su pelo rubio con ondas y algunos rulos despeinados, su boca bien delineada y comisuras hacia arriba, sonrisita de payasito, y su nariz, con la forma de mi cara y mis ojos gigantes con unas pestañas larguísima. Me era inevitable no sonreír. Negué para mi misma al recordar la charla que tuvimos hace dos meses.

Flashback.
—Amor me acabas de decir que estabas cansado de que te confundan con una nena, y ahora queres dejar de cortarte el pelo. —indague buscando alguna respuesta en mi pequeño que lloraba algo estresado en la puerta de la peluquería de mi amiga.

—Lo quiero dejar largo, mami. No me quiero cortar más. —se refregó los ojos y me destruyó el corazón por completo así que lo abracé mientras miraba a Lola que desde adentro me hacía señas. A lo que intente que leyera mis labios diciendo: después hablamos.

Sin darme cuenta mis ojos se habían llenado de lágrimas. Otra noche más llorando. Sin darse cuenta Gio estaba cada vez más parecido a su papá y era como verlo a él. Era distraído, se iba mucho por las ramas, era curioso por demás, le gustaba que le lea cuentos sobre la antigua Grecia, Hércules era su película de Disney favorita, la mirábamos todos los fines de semana sin falta, hubo un tiempo que creí que lo iba a tener que sacar con casco y rodilleras de los golpes que se daba por torpe y nada más que por eso. Se reía a carcajadas y se tocaba la panza al hacerlo, cuando se enojaba su cara se transformaba en un tomate o cuando sentía vergüenza. No lo podía negar, Guido había hecho una copia suya para mi y nada más que para mi con el fin de seguir torturandome y yo era una masoquista. ¿A que quería llegar? ¿Por qué no me cuide en su momento? Ojo, no me mal interpreten, la llegada de Gio a mi vida fue como un rayo de luz, con cuando los cavernícolas descubrieron qué había más allá de las sombras en las cuevas, mi motorcito, mi vida cobró sentido con su llegada, si bien antes tenía mis objetivos claros, la aparición de ese bebé fue un despertar increíble en mi vida. Me enseñó muchísimas cosas, entre ellas, a amar sin medidas, a bailar en la plaza sin vergüenza, a saludar extraños sin importar que nos devuelvan el saludo o no, a apreciar cosas tan chiquitas como cuando descubrió como eran los amaneceres y los atardeceres, o las estrellas cuando íbamos al campo de mi papá, su abuelo. Y que abuelo. Juan Carlos no era el más experto en reflejar y proyectar sus emociones pero con la llegada de Gio no fui la única con un despertar emocional. Mi papá había perdido su brillo con la partida de mi mamá, imagínense ustedes casi cuarenta y cinco años juntos para que una enfermedad te saque esa compañía de al lado injustamente, sin tiempo a despedirte, sin razón, sin motivo ni explicación, sino porque si, porque la vida a veces es hija de puta y te quiere dar algunos revolcones para que aprendas muchas cosas.
Una notificación llamo mi atención. Qué hacía Pato mandándome a esta hora.

Memorias | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora