Capítulo 24.

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21 de Enero 2025.
Narra Guido.

—Vos te quedas acá adentro, no quiero que salgas de acá.

—Pero... el tipo piensa que me va a ver a mi, ¿enserio me van a dejar acá? —estaba desesperado por salir de auto corriendo pero a estos hijos de puta les parecía más importante cuidarme a mí que preservar la vida de Bianca.— Yo salgo, yo llevo la mochila, yo lo hago. No voy a poner en riesgo la vida de Bianca por esta estupidez. Hagan lo que tengan que hacer pero déjenme, por favor, ser yo a quien vea. No sabemos de lo que es capaz.

Me baje decidido y sacándole la mochila de las manos al policía. Me parecí ilógico que no sigan ese plan. Gabriel había sido claro en las indicaciones que dio. Camine a la puerta roja de la casa que había ahí en medio de un campo, cerca del descampado. Los policías se escondieron y se ubicaron estratégicamente para que no los puedan ver. Golpee y espere unos cinco minutos mientras apretaba la mochila en mi pecho.

—Dejala ahí y andate. —se escuchó la voz del otro lado.

—Soltala y la dejo.

—¿Te pensas que soy boludo? ¿Que nací ayer? Deja la mochila ahí, haceme el grandísimo favor y andate si no queres que le vuele la cabeza de un tiro.

Sorete mi mandíbula y deje la mochila ahí en el suelo como pidió.

—Ahí está...

—Listo. Ahora andate una vez que yo no te vea más veo donde te la dejo tirada a la pelotuda esta.

Me fui caminando al auto de Pablo, quien me esperaba ahí en el lugar del conductor. Me subí.

—Aléjate de la casa, hagamos de cuenta que nos vamos. Me dijo que hasta que no nos vea irnos no va a abrir ni ver nada. —Pablo asintió en total silencio y empezó a manejar por el camino de tierra yendo hacia la ruta. Mientras yo sentía que mi corazón no daba a basto, se estaba acelerando a un punto que no podía controlarlo más. Empecé a respirar pausadamente, encontrando así regular todo mi motor. Solo espero que todo salga bien.







Narra Bianca.

Me desperté con un golpe de Gabriel.

—Toma, come algo. —me tiro un pedazo de pan y me dejo media botella de agua en la cama.

Comi muy poco del pan pero me tome todo lo que había en la botella. No sabía ni podía confirmar si era o no agua, pero la sed que tenía era tanta que no me importo averiguarlo.
Al despegarme del pico de la botella mi respiración se agitó. Me sentía aturdida. La cabeza me daba vueltas y volví a desmayarme.

[...]

Una sensación fría en mi cuerpo me devolvió el aliento en cuanto la punzadas llegaron a mi sistema nervioso. Me había tirado un balde de ahí, estaba desnuda en el baño de la casa, volvió a tirarme otro balde de agua y me tiro un trapo para que intente secarme. Como pude lo hice, el frío que sentía no era digno de este clima veraniego, pero entendía que era debido a la cantidad de sangre que estuve perdiendo en estos días.

—Prepárate que te tomas el palo. Tu noviecito acaba de dejar todo tal y como le dije. Sabe acatar ordenes muy bien, por algo está con vos que sos una mandona insoportable de mierda. Así que dale, va... metele que no tengo tiempo que perder.

Una calidez invadió mi corazón, la esperanza volví a encenderse en mi interior pero el miedo no fue apaciguado. No había terminado nada. Las veces que nos tranquilizábamos y empezábamos a tomarnos todo con calma siempre algo tenía que pasar así que no quería hacerme falsas ilusiones. Me llevo agarrada del brazo a la habiatacion donde me dejo tirada en la cama.

—Vestite y vamos. —se fue dando un portazo y yo empecé a vestirme con mi pantalón del trabajo, la camisa blanca que ya no le quedaba un botón vivo y de blanco muchísimo menos. Busque mi abrigo que había sido mi manta en todo este tiempo y me lo puse. Mis zapatos no estaban así que supuse que iba a tener que irme descalza. Pasó muchísimo tiempo hasta que volví a ver a Gabriel. El sol se había escondido entre nubes y un viento de tormenta amenazaba con empaparnos a penas salgamos. Los rayos caían en todo el perímetro de la casa y no había cosa que me desespere más que las tormentas eléctricas.— Vamos.

Se acercó a mí, me amordazó como cuando me trajo acá. Me tapó los ojos con una banda que apretó con tanta fuerza que me lastimó el tabique, que ya estaba roto o muy herido. Luego puso otra banda en mi boca, lo cual dificultaba aún más mi respiración. Ató mis manos y, tirándome del brazo, comenzó a caminar. Me tropezaba, ya que no podía ver por dónde iba. Sentía que mis pies ardían; había varios objetos punzantes y cortantes en el suelo. Podía sentir fragmentos de vidrio en los que trataba de no pisar demasiado para no cortarme más de lo que ya lo estaba. Jadeaba desesperada por el dolor que recorría toda mi anatomía.

El aire movió mi pelo, la libertad que sentía inflaba mis pulmones y una desesperación me abordó cuando me dejo sola en medio de la nada. Lo escuché correr y yo quede ahí. A la deriva, sin saber dónde irme. Mis manos estaban atadas con precintos en mi espalda, luché con todas mis fuerzas para poder sacarme las bandas de la cara pero no podía, lo único que había logrado era taparme más la nariz y una angustia me dejaba sin aire nuevamente. Más pasos se oyeron a mi lado, y yo me largue a llorar con lo último que me quedaba de fuerzas. Gritaba, ahogada con el trapo que cubría mis labios. Me deje caer en el suelo rendida mientras escuchaba el agua caer a baldazos.
Me acogieron unos brazos con fuerza y volvieron a meterme a un auto pero esta vez con más cuidado. Sacaron las telas que me tapaban la cara y muchos rostros desconocidos invadieron un radio bastante ínfimo haciendo que mi llanto aumente. No quería ver a nadie más que no sea mi hijo o Guido.

—Tranquila... ya paso. —me hablo una chica que no había notado que estaba al lado mío. La recorrí con la vista nublada y distinguí su placa, era una policía.— Soy la psicóloga del team, así que acá vas a estar resguardada, respira tranquila que ya pasó todo ¿si? Ahora vamos a llevarte a tu casa...

Memorias | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora