La taberna de la Rata Dorada

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Abrí los ojos entre un millón de sensaciones extrañas. Lo primero que percibí fue una incapacidad casi asfixiante de respirar normalmente. Sentía la garganta seca, tan seca que parecía estar hecha de papel de lija. Cuando empecé a hiperventilar de manera ansiosa, intentando llevar un poco de aire a mis pulmones, me di cuenta de que el aire llegaba sin dificultad; no era eso. No tenía el paladar seco; era sencillamente que mi paladar era tremendamente duro y mi lengua, áspera como una lija. Me calmé poco a poco mientras miraba el techo de una habitación de madera que me era totalmente desconocida.

Al pasar mi lengua, áspera como papel de lija, por mi dentadura, encontré dos colmillos perfectamente afilados. El pánico comenzó a crecer en mi interior. Intenté racionalizarlo, pero la sensación era demasiado real, demasiado intensa. Sentí mi corazón latir con fuerza y mi respiración se volvió aún más errática.

—¿Pero qué...? —dije totalmente asombrado, y me callé de inmediato, asustado por el sonido que había producido. Mi intención de hablar resultó en una voz tremendamente aguda, con un deje de erres finales, que resonó en mis oídos de una manera extraña y alienante.

Me llevé la mano a la boca y de inmediato noté otra diferencia: tenía bigotes. Unos pequeños bigotes que salían de la parte inferior de mi nariz. Aunque desde mi posición no podía verlos, podía sentirlos perfectamente. Eran parte de mí y de ellos emanaba una percepción especial, totalmente ampliada. Los bigotes vibraban ligeramente con cada pequeño movimiento del aire, enviando una cascada de sensaciones a mi cerebro, que apenas podía procesarlas.

El miedo se apoderó de mí con más fuerza. Miré mis manos y vi que no eran las mías. Eran pequeñas, ágiles, delicadas, con uñas afiladas y puntiagudas. Cada movimiento de mis nuevos dedos era preciso y rápido, como si mi cerebro hubiera sido reprogramado para manejar esta nueva forma con una destreza inhumana.

—Mierrrda, aquí pasa algo... ¿miau? —dije de nuevo, y mi voz aguda y chillona resonó en la habitación, aumentando mi desconcierto. Sentí un hormigueo en la base de mi columna, como si algo estuviera moviéndose allí. Intenté girar mi cabeza para ver, y me asombré de que tenía suficiente flexibilidad. Me estiré y, con horror, sentí algo alargado y flexible que respondía a mis movimientos. Una cola, debía ser una jodida cola, era como tener una tercera pierna.

Las sensaciones me abrumaban. No era solo el olfato, aunque podía distinguir casi todas las especias de un guiso que se cocinaba en algún lugar de este edificio y al menos una docena de personas distintas por su olor corporal. No era tampoco que mis oídos distinguían el barullo de otra sala en este edificio con una claridad desconcertante, captando cada murmullo, cada crujido. Ni siquiera era el hecho de que podía notar el tacto de las sábanas de la cama sobre la que estaba de manera clara y detallada; podía hasta notar aquellos sitios donde habían sido remendadas.

Era como si todas las partes de mi piel tuvieran la sensibilidad de las yemas de los dedos, pero no eran esos los detalles que más me hicieron asustarme. Era la pura y simple realidad de que ya no estaba en mi cuerpo, de que había sido transformado en algo completamente diferente, algo que no entendía y que mi mente luchaba por aceptar. Cada nueva sensación era un recordatorio brutal de que mi mundo había cambiado de una manera que nunca podría haber imaginado.

Me llevé las manos al pecho y sentí dos bultos suaves y redondos. La piel, tersa y cálida, se amoldaba bajo mis dedos de una manera extraña y ajena. Mi corazón se detuvo por un momento al darme cuenta de lo que esto significaba. Estaba en el cuerpo de una chica.

Sentí la suavidad de mi piel, una suavidad que jamás había experimentado antes. Cada caricia accidental de mis propias manos era como una nueva revelación, una textura diferente que recorría mis nervios con una intensidad desconocida. La redondez de mis nuevas curvas se hacía evidente con cada movimiento. Mi cintura, más estrecha, y mis caderas, más anchas, me daban una forma completamente distinta a la que estaba acostumbrado.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora